Foto: Miguel Muñiz
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CRONICA DEL DESASTRE
A las tres de la tarde del día 13 de noviembre, el
capitán de un petrolero alertó a las autoridades de su situación apurada
frente a las costas gallegas debido a un accidente de origen
desconocido. Fue el comienzo de la pesadilla.
Desde
entonces hasta el mediodía del 19 de noviembre, momento en el cual el
Prestige se partió en dos y se hundió a 131 millas de Finisterre, se
tomaron muchas decisiones que tratan de ser investigadas, sin éxito
hasta el momento, porque tanto la administración central como el
gobierno gallego mantienen bloqueada toda la información sobre el caso.
Fueron seis días durante los cuales un petrolero de gran envergadura,
con una brecha abierta en el casco, realiza un viaje sin pies ni cabeza
por delante de las costas gallegas, en medio de un fuerte temporal,
perdiendo combustible. Primero hacia el norte, hacia un lugar
indeterminado. Dos días más tarde rectifica y se dirige al sur, hacia
otro destino fantasma. Mientras, en tierra, los hombres del mar se
llevan las manos a la cabeza: "Peor no se puede hacer ni queriendo".
El único que tuvo la cabeza en su sitio, dicen, fue el capitán del
barco, que pidió poder llevar el buque a puerto para alejarlo del
temporal, es decir, de un desastre seguro. El capitán ingresó en prisión
en los primeros días y ahí sigue desde entonces. Alguien tiene que
pagar.
Finalmente, el Prestige y su carga terminan en el fondo del mar, a más
de 3.500 metros de profundidad, el peor lugar imaginable. El trasvase
del fuel, dicen, es imposible. Nunca antes se ha trabajado a tanta
profundidad.
Cuando ya muchas playas gallegas estaban teñidas de negro, y las
actividades de limpieza se habían puesto en marcha por parte de vecinos
y voluntarios, el ministro Rajoy anuncia que el fuel previsiblemente se
congelará en los depósitos del barco.
Quienes
trabajan en las playas se desesperan: lo que hoy queda limpio
mañana amanece de nuevo cubierto de chapapote. Y así todos los
días. |
Pero el fuel no se congela.
La presión abre día a día nuevas grietas y el fuel no para de salir. Las
mareas negras se suceden sobre Galicia. Hasta tres grandes mareas se han
contabilizado, eso sin tener en cuenta el goteo constante de fuel, que
no ha dejado de llegar desde el primer día. Quienes trabajan en las
playas se desesperan: lo que hoy queda limpio mañana amanece de nuevo
cubierto de chapapote. Y así todos los días. El voluntariado se
convierte en un auténtico fenómeno social. Vienen de todo el país, e
incluso se encuentran algunos extranjeros. No se creen lo que están
viendo. Muchos pasan sus vacaciones de Navidad embadurnados de
chapapote. Los hombres y mujeres de los pueblos afectados no saben cómo
agradecer su labor. Son conscientes de que el trabajo que han realizado
no puede pagarse con nada.
Las Rías Altas fueron las primeras en resultar dañadas. Las Rías Bajas,
marisqueras por excelencia, desconfían de los optimistas pronósticos del
gobierno y se preparan para lo peor. Efectivamente, las manchas llegan.
Pringan el Parque Natural de las Islas Atlánticas, entre ellas la isla
de Ons y las Cíes. No había ningún dispositivo preparado en previsión de
que el fuel pudiera llegar. Ni barreras, ni boyas. Nada. Las rías están
abiertas y totalmente expuestas. Los pescadores le declaran la guerra al
fuel, solos y con sus propias armas. Durante días despliegan una
organización ejemplar en torno a las Cofradías, improvisada pero
efectiva. Trabajan contrarreloj. Comprueban sobre la marcha las
características del fuel y se inventan los aparejos que mejor sirven
para retirarlo del agua. "Todos los artilugios eran producto de la
imaginación de los marineros. Fue un trabajo de hormigas, en plan
artesanal. No entendemos por qué con toda la tecnología que hay por ahí,
aquí tenemos que estar sacando el chapapote con las manos". Y consiguen
ganar la batalla: las Rías Bajas se salvan de momento. De la
Administración, ni rastro. La crispación aumenta por momentos.
En las costas, la Xunta se hace con el control de los voluntarios.
Además, limpian el ejército y Tragsa, una empresa estatal que levanta
más odios que amores, un producto que viene del franquismo, resultado de
reciclar el antiguo ICONA, y que trabaja con subcontratas. Todas las
Cofradías del sur de Galicia se levantan. Si el estado da dinero, que
sea para las Cofradías, dicen, que son las que han estado desde el
principio partiéndose el espinazo. No quieren parásitos que aparezcan
para repartirse el pastel. Del ejército, sólo se oyen críticas. Se
reclamaba su presencia en los ayuntamientos sobre todo para prestar
apoyo logístico ante la avalancha de voluntarios. Aparecieron tarde. En
las Islas Cíes su llegada fue tan aparatosa en algunas zonas que
destrozaron parte del entorno natural antes de ponerse siquiera a
limpiar. Se dividen las zonas y hay roces con los voluntarios: "¿Es que
no estamos todos a lo mismo?", preguntan.
La indignación de los gallegos carga contra un Fraga indolente y que en
todo momento quiere aparentar dominio de la situación. No le perdonan su
jornada de caza mientras el Prestige vagaba frente a la costa. Fraga
ignora las preguntas de los periodistas y zanja por lo sano las ruedas
de prensa en cuanto se toca el tema de la marea negra o la hipotética
crisis en el gobierno gallego, una crisis, por cierto, imposible de
esconder. Xosé Cuíña, el número dos, es la primera cabeza que rueda por
el suelo de la Xunta, la punta del iceberg de una factura política que
el Partido Popular tardará mucho más en pagar.
A nivel
informativo, se revivieron los tiempos de la censura franquista,
no sólo en Galicia, sino en todo el territorio español. No se
trató de un maquillaje más o menos sutil de la información, sino
de una maniobra sistemática y sin disimulos: ante todo, hay que
negar las evidencias. |
Los ministros que visitan
Galicia lo hacen a vista de pájaro, o en playas bien organizadas donde
el ejército trabaja a destajo mientras dura la visita. Trillo afirma que
las playas de Galicia están esplendorosas. Aznar tarda en aparecer, y
cuando lo hace es en visita relámpago, parapetado detrás de un
dispositivo policial sin precedentes. No se atreve a acercarse a las
playas. "Puede haber linchamientos", le advierten. Desde el Gobierno, no
existe marea negra, las manchas son dispersas, las playas están en
buenas condiciones. En los pueblos de Galicia, vecinos, pescadores y
voluntarios, embadurnados de fuel hasta las cejas, no dan crédito a lo
que oyen. En según qué zonas el fuel llega a las rodillas, la costa está
teñida de negro, no hay material de protección adecuado para realizar
las labores de limpieza, los marineros están solos. La administración
dice que no hacen falta más voluntarios. Los voluntarios dicen que hacen
falta todas las manos posibles. Nadie cree ya lo que viene de la Xunta.
El Gobierno se queda sin argumentos que convenzan. La única defensa es
el ataque: los socialistas lo hicieron peor.
A nivel informativo, se revivieron los tiempos de la censura franquista,
no sólo en Galicia, sino en todo el territorio español. No se trató de
un maquillaje más o menos sutil de la información, sino de una maniobra
sistemática y sin disimulos: ante todo, hay que negar las evidencias.
Durante las primeras semanas, hubo un esfuerzo titánico por esconder lo
que estaba sucediendo, lo que ya era una triste evidencia para todos los
que estaban trabajando en las costas gallegas. Los gobiernos de Portugal
y Francia se procuraron su propia información, que ofrecieron vía
Internet a todos aquellos que buscasen algo más fiable que los pocos
datos, escasos e inconexos, que ofrecían los representantes del gobierno
español. Mientras el Prestige vagaba frente a las costas gallegas, en
París ya tenían informes que auguraban la inminente rotura y hundimiento
del barco. Francia y Portugal se preparan para una posible marea negra
mientras en España se intenta dar una imagen de absoluta normalidad.
Los
ministros que visitan Galicia lo hacen a vista de pájaro, o en
playas bien organizadas donde el ejército trabaja a destajo
mientras dura la visita. Trillo afirma que las playas de Galicia
están esplendorosas. |
Falsear los datos, negar el
acceso a la información, mentir en los informes y presionar por todos
los medios posibles a los periodistas para que no levantasen más
polvareda de la imprescindible. En Galicia, más de mil profesionales de
los medios de comunicación firmaron un manifiesto en protesta por la
censura informativa, algo que por otra parte en Galicia resulta algo
habitual en determinados medios de comunicación que son la voz de su
amo. Consta por ejemplo que la Radio Galega, de capital público, dio
instrucciones a sus presentadores para que los invitados a los programas
en directo no nombrasen la marea negra, y si lo hicieran fuesen
inmediatamente interrumpidos. La Plataforma Nunca Máis, que aglutina
toda la ola de protestas que convulsiona Galicia, tiene que hacer frente
a una campaña de desprestigio. El Fiscal General de Estado, Jesús
Cardenal, admite y tramita en el tiempo récord de tres días una denuncia
por estafa contra la Plataforma. Tres semanas tuvo que esperar la que
presentó José María Mendiluce contra los ministros de Medio Ambiente y
Fomento por delito ecológico.
Mientras, hay chispas en el Parlamento gallego. La Comisión de
investigación que se puso en marcha queda bloqueada porque el gobierno
central prohíbe todas las comparecencias y niega cualquier información.
El Partido Socialista y el Bloque Nacionalista Galego abandonan. En
Madrid, la mayoría absoluta del Partido Popular, con la colaboración de
CiU y Coalición Canaria, van un poco más allá: no sólo no habrá
investigación sino que Aznar no comparecerá para dar explicaciones. La
pregunta de todos los partidos es la misma: ¿A qué tienen miedo? ∆
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