EDITORIAL

Se ha encendido la alarma porque Asturias no tiene agua, o mejor, porque tiene menos agua de la que debería tener.
Ahora viene la preocupación, pero la preocupación es la improvisación de los despreocupados, de los no previsores.
Asturias siempre derrochó agua, tal vez porque siempre le sobró.
Pero los últimos años son una advertencia a los previsores, los síntomas de que algo está cambiando eran y son elocuentes. El cambio climático, tan discutido y tan evidente, va a pillar a muchos en cueros, aunque ya lo sabían.
Derrochamos agua, pero no existe una política educativa ni un presupuesto destinado a corregir todas aquellas deficiencias de la red de aguas.
Todos oímos el pasado siglo, de voces capacitadas, que el siglo actual sería el del agua, que el agua se iba a cotizar más cara que el oro, que sería el motivo de muchos conflictos.
Si nos falta el agua nos falta la vida, y más a los asturianos.
¿No sería ya el momento de tomárselo en serio y elaborar un proyecto que nos colocara a todos ante la responsabilidad de cuidar el agua, su uso y consumo?
Lo dicho, la preocupación, en realidad, es ocuparse-pre, o sea, antes de, no lamentarse después de.
En el fondo es sencillo. Como todo.