EDITORIAL

Asturias entra en el verano de la mano de un tiempo entre primaveral y otoñal. Es, en cierto modo, el color del ánimo que poseen los mineros de Cangas, en huelga desde hace un montón de tiempo, reclamando derechos y justicia.
Los tiempos avanzan, pero los mineros, la minería, conserva su historial intacto, su modos y maneras ajenos a cualquier evolución. Un patrón sin escrúpulos mantiene a raya a un montón de trabajadores y sus familias. Y lo puede hacer porque posee dinero y poder. Y la justicia calla y otorga. Pero la dignidad de los mineros, que es la dignidad de esa Asturias heroica que tantas gestas libró, permanece intacta, como si de los últimos dignos se tratara.
Tal vez todo sea eso, el último bastión a conquistar por los que no saben qué significa la palabra dignidad. Tal vez el último resto de la Asturias brava, la que no doblaba la rodilla, la que moría de pie.
Cangas está con sus mineros y Asturias entera debería estarlo también. Sobre los papeles a veces es difícil dar la razón, pero hay cosas que no están en los papeles, sino en los corazones de los seres humanos.
Si el gobierno del Principado no soluciona esta historia, habrá matado al último "urogallo" de la región, al último especimen de una raza brava, digna y legendaria.
El minero es la savia y la sangre de Asturias.
Tipos como el que los oprime hay por todas partes.