EDITORIAL
Asturias

Asturias comienza el año con la sombra negra de la catástrofe sobrevolando sus costas, con la incertidumbre de un futuro que está ligado a las corrientes marinas, al sentido de los vientos, a la fuerza de las olas.
Es la representación más pura de la relación que existe entre el hombre y los Elementos. El primero vive la locura ciega de su egoísmo, de su esclavitud material, sin control, sin medida. En su camino provoca desastres, daños irreparables, y queda a merced de los Elementos que aplican su particular justicia y ponen al hombre en su sitio, es decir, a merced de ellos.
Luego sólo queda lamentarse, lanzarse acusaciones, echar culpas fuera. Hasta hay quien, en la cumbre de sus despropósitos, echa la culpa de todo al temporal.
Pero el hombre en la Tierra sólo es un inquilino, y debe cuidar su hábitat.
Si nuestras costas están negras, si nuestras especies se mueren, si todo ello ocasiona dolor y sufrimiento, nadie es más culpable que el mismo hombre. Recuperar el sentido común natural es urgente. Revisar las leyes y crearse un desarrollo que no destruya, es urgente.
Pero existen intereses, pactos, acuerdos. Sólo que la naturaleza no entiende de esas cosas. Es como es, por eso nos encanta.
Esperemos que el 2003 no sea tan negro para Asturias como pinta al nacer.
Pero Asturias es tan sólo un trozo de España, una parcela de Europa, un punto en el planeta.
Y, como sucede en este caso, la muerte puede venir desde muy lejos.