EDITORIAL

A Asturias se le escapó el verano, se le escurrió de las manos entre la desesperanza y los sueños incumplidos, sueños de sol y de turismo a granel.
Es lo que pasa cuando uno se centra mucho en una cosa, que luego llega y se va y nos deja inconclusos.
Además, este verano fue de los de antes, de aquella Asturias que se forjaba entre el orballu y las neblinas, verde hasta dañar los ojos, auténtica y única.
Porque los últimos años se iba pareciendo a otra cosa, con los prados ocres y las noches con apenas la sábana.
Tal vez las arcas del turismo se resientan, pero es como si Asturias hubiera reivindicado su autenticidad, cansada ya de hacer de otra.
"Quien me quiera como soy que venga, y quien no...".
Y los asturianos, en el fondo, asentimos con cierto orgullo mientras la contemplamos vestida de verde y con la nube hasta las cejas, escondiendo el misterio de su corona montañosa, reservándolo sólo para los de aquí, que los de fuera si se meten se pierden.
Esta es nuestra Asturias, aunque no estaría nada mal un pelín más de sol.
Falta el otoño. Si viniera bueno...