EDITORIAL

Asturias ya huele a elecciones. El tufillo preelectoral, la proximidad de los comicios autonómicos y municipales, se mezcla con los olores puros del otoño, anunciándonos un invierno cargado de borrascas institucionales, de acusaciones, descalificaciones y demás improperios característicos de los enfrentamientos entre los machos políticos, que entrechocan sus cornamentas y miden sus fuerzas para ver quién se lleva al huerto, en este caso al Parlamento, a la hembra Asturias, que observa la disputa sin demasiado interés, tal vez porque sabe que gane quien gane no se va a preocupar mucho de ella y sí más de presumir de cornamenta, fuerza y demás atributos propios del macho, pero que no dan de comer a la vieja dama y mucho menos a sus descendientes.
Y como la misma historia se repite cada cuatro años, que es cuando entran en celo los machos, pues Asturias, resignada, se prepara para pasar otro invierno y sobrevivir a los elementos, al hambre y al frío, que es algo que sabe hacer muy bien, tiene larga experiencia.
Y cuando llegue la primavera y con ella el enfrentamiento final de los machos, Asturias se vestirá de gala, se adornará de colores y se ofrecerá al vencedor, para que públicamente la posea y le prometa todo tipo de regalos, algo que, una vez más, caerá en el olvido.
Pero ella ya lo sabe, aunque acepte seguir el juego como madre que es, sin perder la esperanza de que un día llegue un macho de verdad que le dé lo que tanto se merecen ella y sus descendientes.
Lo peor es que, hasta la primavera, el berrear de los machos no la va a dejar descansar. Ni a ella ni a sus hijos.