EDITORIAL

El otoño llegó a Asturias tan puntual como siempre. Pronto nuestros bosques se teñirán de ocre y nuestras montañas se coronarán de blanco. El otoño tiene magia, porque nos empuja hacia dentro, nos obliga a detenernos, nos invita a la reflexión.
Y mientras el mundo se vuelve loco, los ciclos de la naturaleza se suceden, ajenos al hombre y su pretendido dominio sobre todo.
Ahora los ojos miran hacia las próximas Navidades, con la sombra de la guerra planeando sobre los sueños de paz. ¿Comeremos turrón este año? ¿Podrán venir de Oriente los Magos esquivando los misiles? ¿Tendrá el mismo significado esta vez "Noche de paz"?
Todo es incierto, todo es relativo. Sólo el otoño es fiel a su compromiso y a su responsabilidad, porque sabe que lo necesitamos, como paréntesis entre un verano demasiado movido y un invierno frío y duro.
Si el hombre aprendiera a ser responsable con los demás no habría guerras. Pero aunque llevamos conviviendo millones de años con la naturaleza, no se aprendió nada de ella. Estamos mal educados.
Asturias se viste de otoño para todos, ofrece lo mejor de sí misma para todos. Es madre de todos.
No queremos guerras, ni odios, ni salvadores de la humanidad.
Queremos ir a castañas, como siempre, y pisar las primeras nieves de nuestras montañas, llenarnos de su pureza y sentirnos niños.
¿Comeremos turrón este año...?