Es joven, tan sólo 48 años,
aunque confiesa que ya no celebra sus cumpleaños. Atrás quedaron los
años de estudiante en el Colegio Público de Caborana, bajo la
supervisión de su madre, profesora. Ahora, tras dejar su cargo de
vicerrector en la Universidad Menéndez y Pelayo, tiene ocasión de
plasmar nuevas ideas y traer aire fresco a la institución académica
asturiana.
"Yo tengo una trayectoria de trabajo en temas de gestión
universitaria, pero ahora me enfrento con problemas de más envergadura y
con un tamaño mayor de responsabilidades. También tiene su atractivo,
precisamente por ser difícil y complejo"
-Es hijo de una maestra de escuela de un pueblo relativamente
pequeño de Asturias. ¿Qué piensa su madre al verlo convertido en
rector?
-Siente orgullo y emoción, y supongo que un poco de sorpresa. No
sé si mis padres son muy conscientes, como yo tampoco lo soy en muchos
momentos, de que su hijo es un rector de la Universidad de Oviedo, que es
un papel que parece que siempre remite a imágenes muy solemnes y muy
distantes.
Mi madre en particular, maestra, siempre invoca la imagen de un rector que
ella conoció cuando era estudiante: un señor muy solemne con unas barbas
enormes. La imagen de su hijo no tiene nada que ver.
-Actualmente, ¿en qué situación se encuentra la Universidad y
qué cambios quiere imprimirle?
-Pues se encuentra con un problema fundamental, que es el problema
económico. Verdaderamente hay un desequilibrio presupuestario importante,
que todavía no podemos concretar exactamente. En cualquier caso lo que
está claro es que la subvención que recibimos del Principado está muy
por debajo de lo necesario para mantener la plantilla de la Universidad en
los momentos actuales. Realmente estamos en el año dos mil con el
presupuesto del noventa y siete.
Otro problema importante es que la Universidad había entrado en bastantes
conflictos institucionales en los últimos años. Nosotros estamos
procurando solventarlos. Desde luego yo creo que con el cambio de equipo
rectoral entramos en una etapa distinta en la que yo espero que se
recupere la normalidad institucional.
-Sin embargo, la Universidad de Oviedo tiene una gran proyección de
futuro.
-Sí, es una Universidad con muchas potencialidades, en la medida que
tiene muchos buenos profesores, muy buenos equipos de investigación y
muchas titulaciones. Ahora mismo hay una mezcla de necesidades por un lado
y de capacidades por otro.
Por otra parte, como todas las universidades españolas, se enfrenta con
un poco de retraso a una especie de cambio de ritmo que impone el cambio
de siglo. Hay mucha expectativa, por ejemplo, de crecimiento en cantidad,
cuando ha llegado la era de la calidad. Por lo tanto hay que poner el
énfasis en la calidad docente, de la gestión, de los procesos, de la
enseñanza que se transmite a los estudiantes, de la investigación. Hay
quizá también cierto retraso en incorporar innovaciones, no sólo
tecnológicas, sino en el sentido más amplio del término. La Universidad
tiene que ser un lugar creativo, de cierta vanguardia, que asuma incluso
algunos riesgos intelectuales.
-Su formación como economista, ¿en qué medida va a condicionar la
renovación?
-Hombre, yo creo que ser economista, como ser cualquier otra cosa, te
aporta unas formas para moverte en la vida. Probablemente la lógica de un
economista no sea mala en estos momentos, sobre todo porque busca dos
cosas: moverse y asignar recursos en condiciones de escasez, y tratar de
primar la lógica de la eficiencia. Son dos metas de esta Universidad.
De todas maneras yo no creo que el hecho de ser economista marque una
impronta nítida, ni que yo sea más capaz de resolver los problemas
económicos, porque para eso lo que hace falta es dinero.
-Si tuviera que diseñar la Universidad del futuro, ¿cómo la
enmarcaría?
-Diseñar la Universidad del futuro no garantiza que sea la mejor,
sencillamente garantiza que es la que tú quieres. Probablemente habría
que empezar de cero, porque hay muchas pautas y muchos comportamientos muy
arraigados que resultan muy difíciles alterar radicalmente en una
institución ya en marcha y con tanta historia. Una Universidad futura
tiene que ser una Universidad de calidad en vez de cantidad, muy
innovadora, con ideas, muy abierta y muy conectada con la sociedad. Tiene
que incorporar elementos de empresarialidad y ser emprendedora. Tiene que
renovar todos los métodos docentes. Tiene que empezar a apostar por
enseñanzas no presenciales, a distancia, virtuales, etc. Realmente
vivimos un momento en que la Universidad tiene que cambiar radicalmente.
-Han escrito sobre usted en un conocido periódico asturiano que es
un defensor a ultranza de la ética académica. Actualmente, ¿dónde vive
esa ética y qué parámetros tiene?
-La ética empieza en cada uno. Si no hay un componente personal y
humano, que todo el mundo sea ético, y no lo sea sólo retóricamente
sino en cada uno de sus comportamientos, mal vamos. Aparte de eso, las
organizaciones tienen que dotarse de mecanismos que respalden, controlen o
que corrijan la falta de ética de los individuos. Trasladando esa idea al
mundo universitario diría que la Universidad, además de ser competitiva
y eficiente, tiene que ser simultáneamente una Universidad de valores
éticos. No tiene sólo que hacer profesionales, sino que tiene que ser
también un transmisor de valores. Eso es lo que debería diferenciar a la
Universidad de otras instituciones.
-La Universidad solía ser precursora de nuevos movimientos y
generadora de nuevas ideas. En España parece que ya no es así, ¿por
qué?
-Es verdad y es una lástima. Es indudable que muchos jóvenes ya
sólo ven la Universidad como una transición hacia el empleo, no como un
modo de vida, como un lugar donde transcurre una etapa fundamental en la
que no sólo tienen que aprender, sino también participar en una serie de
procesos colectivos. Y eso se hace ahora de otras maneras, a través de
las ONG o de alternativas culturales. Aunque sé que es difícil, a mí me
gustaría integrar esas alternativas.
A veces da la sensación de que la Universidad va por detrás y
probablemente sea cierto, quizás porque todo el mundo en los tiempos que
corren se ha hecho muy individualista y muy utilitarista, y eso hace
frenar un poco los movimientos colectivos, y los movimientos no
directamente vinculados a rentabilidades inmediatas, que eran un poco el
germen de las ideas, de la vanguardia, de la creatividad. Probablemente
todo eso forma parte un poco de la dinámica social, que ha derivado en
esas direcciones.
-¿Cómo ve a la juventud de ahora en comparación con la de su
generación?
-Nunca se puede hablar de un colectivo ni de una situación desde
fuera, salvo cuando haces investigación científica. Siempre tenemos
tendencia a idealizar las cosas del pasado, y de ser más rotundos y más
críticos con las del presente cuando haces este tipo de comparaciones. En
todo caso, arriesgándome, puedo decirte que veo a la juventud en una
situación de desconcierto en muchos sentidos, un desconcierto muy
justificado, porque a diferencia de lo que ocurría con una generación
como la mía, en la que la mayoría de los jóvenes procedían de familias
humildes y tenían una trayectoria de ascenso social, los chavales de
ahora han tenido un punto de partida sin tantas dificultades, sin tantas
restricciones. En cambio se encuentran ante una falta de salidas y de
expectativas. Es como haber invertido el proceso, y eso genera mucha
frustración.
Por otra parte, yo creo que unas décadas después, los sentimientos, las
posiciones y las ilusiones de los jóvenes son las mismas. Es cierto que
hay, como decía antes, mucho más individualismo y menos sentido de lo
colectivo, pero no se puede decir que los jóvenes sean menos solidarios
que antes. Es que el medio social genera menos expectativas colectivas,
los obliga a ser más individualistas, les obliga a buscarse la vida.
-Dejando por un momento el tema de la Universidad, y pasando a la
crisis económica que padece Asturias, como economista ¿qué medidas cree
que podrían tomarse?
-Es difícil dar recetas porque no hay un único medicamento para
este enfermo. Yo creo que aquí se han hecho cosas importantes en las
últimas décadas. No se ha perdido el tiempo a la hora de cambiar la
vieja estructura industrial, cosa que ha sido difícil y ha tardado más
de lo debido. Todo el mundo sabía que esa era una operación que había
que hacer, aunque hubo resistencias, pero lo que nadie tiene tan claro es
qué se puede construir de nuevo.
Vivimos en una etapa en la que no hay planes salvadores. No hay que
esperar que venga una gran inversión. Se pueden ir haciendo cosas, y de
hecho se están haciendo, para mejorar las condiciones y para hacer surgir
la actividad económica.
Por otra parte las empresas asturianas tienen que ser más competitivas.
Hay algunas iniciativas multinacionales que se han instalado aquí y que
están funcionando bien.
Hay un buen momento económico en el conjunto del país y eso está
animando y tirando un poco de iniciativas empresariales también en
Asturias. Aún así seguimos siendo de las regiones que menos crecen y por
lo tanto tenemos un porvenir más incierto. A pesar de eso yo creo que se
ha pasado la época del gran declive. Hay expectativas de mejora. Se han
consolidado algunas iniciativas importantes en la región. La propia
configuración de Aceralia es un elemento positivo.
Hay que trabajar y sobre todo generar empresarios e iniciativas
empresariales. Como no hay recetas para hacer eso, que desde todos los
puntos se contribuya a apoyar proyectos, iniciativas capaces de generar
actividad./ I.G.