Eso no se llama matrimonio,
que se llame de otra forma. Que se diga por ejemplo "vínculo sentimental
consignado en el registro civil, con los derechos equiparados al
matrimonio legal, excepto en casos obvios como la adopción" |
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JULIO 2005
SEMANTICA
POR ELENA F. VISPO
E spaña es un país tradicionalmente
culto, donde primero van las palabras y luego las bofetadas. Buena muestra
de ello es que el pasado día 18 de junio alrededor de millón y medio de
personas se cogieron un bocadillo y se fueron a pasar el día a la capital, a
debatir sobre una importante cuestión semántica: el profundo sentido de la
palabra matrimonio. Según su tesis, ampliamente desarrollada, matrimonio es
un padre, una madre y, a partir de ahí, todos los hijos que Dios les quiera
dar. Ésta es la base, a su vez, del concepto familia, y todo lo que sea
salirse de ahí es que nos quieren dar churras por merinas.
Lógicamente, en medio del debate lingüístico, surge la queja de que este
Gobierno desnaturalizado que tenemos, quiere llamar matrimonio a una cosa
que no lo es. Con esto se nos va a tomar viento el diccionario de la RAE, la
gramática parda y todo lo demás. Empezamos por ahí y terminamos en el
Apocalipsis. Se acabó la persona y se acabó todo.
No confundamos el meollo del debate: estas amables personas que se
manifestaban en Madrid no están en contra de nadie, sino a favor de mantener
la pureza del idioma castellano. Esto es, no es que afirmen que los
homosexuales son una panda de enfermos y/o viciosos que lo único que quieren
es dedicarse al sexo promiscuo. No. Respeto absoluto. Si dos maricones
quieren irse a vivir juntos están en su derecho. Pero eso no se llama
matrimonio, que se llame de otra forma. Que se diga por ejemplo "vínculo
sentimental consignado en el registro civil, con los derechos equiparados al
matrimonio legal, excepto en casos obvios como la adopción". Como palabra
resulta un poco larga, pero a lo mejor así quedábamos todos más o menos
contentos.
En cualquier caso, yo veo ciertas incoherencias en el proceso que voy a
hacer notar ahora. Si el tema lingüístico es tan importante, ¿cómo es que la
mayoría de esta gente, en su versión gallega, ha votado a un candidato con
problemas de dicción? Ya no digo nada de la locura que es pretender darle a
un partido, de la ideología que sea, una quinta mayoría absoluta, que es lo
mismo que tener una dictadura consentida. Ni tampoco votar a un candidato de
evidente mala salud física y mental. Es que además Fraga habla muy mal. ¿Eso
no se tiene en cuenta?
Todo esto nos lleva a otro debate semántico de moda: ¿qué es ser gallego?
Simplificando un poco, gallego es el que nace en Galicia. Ser gallego es
como un título nobiliario: lo tienes hasta que te mueres y luego lo heredan
tus hijos y tus nietos. Ser gallego no es una lacra, pero si lo fuese no
habría manera de librarse de ella. Porque si un tipo se ha ido a Argentina a
trabajar y se ha pasado cincuenta años sin pisar su pueblo natal, esto no
quiere decir que sea argentino, sino que es un gallego emigrado. Como tal,
puede votar en su tierra, y decidir a qué gobierno va a tener que aguantar
el que sí vive aquí. Si el emigrado en cuestión ha muerto, hay dos opciones:
que se levante de la tumba cada vez que toque votar, para que su papeleta
aparezca en el cómputo; o bien que sus hijos y nietos, que probablemente no
hayan pisado España en su vida, hagan uso de su condición de gallego
heredado para votar a su vez.
¿Por qué lo hacen? ¿Por joder a los que están aquí? No, más bien lo hacen
porque el Partido Popular lleva cuatro legislaturas colmándoles de regalos.
Por poner un ejemplo, en Argentina los gallegos tienen una sanidad que ya la
quisiéramos los de aquí. Pero está bien saberlo: si te tienes que operar del
menisco y te dan quirófano para dentro de año y medio, puedes plantearte un
viajecito a Buenos Aires y sacar tu carnet de gallego, ya que allí no tienen
listas de espera.
Claro, cuando esto se publique todos sabremos ya los resultados de las
elecciones en Galicia. Pero a día de hoy, mientras escribo esto, queda casi
una semana de incertidumbre (por cierto, ¿no es una sensación
sospechosamente parecida a cuando Bush pegó el pucherazo en unas elecciones
con el rollo aquel de las tarjetas perforadas? Pontevedra va a terminar
siendo la Florida gallega). Gobierne quien gobierne, yo ya tengo mi opinión:
menuda porquería. Por mucho que los emigrantes gallegos sean gallegos, que
lo son, que vote el que vaya a aguantar al ganador. Y que controlen la
limpieza de las votaciones aquí, que deja bastante que desear. Para las
próximas elecciones, yo voy a pedir que vengan observadores de la ONU, que
parecemos una república bananera.
Y en cuanto a los homosexuales, el que tenga mucho interés en casarse, que
lo haga. Que sean felices y coman perdices. Y ya está. Hay que ver lo
complicada que es la semántica y lo sencilla que puede ser la vida. ∆ |