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MARZO 2003
EL ULTIMO EXAMEN
H ace aproximadamente dos mil años,
un Ser muy especial depositó la semilla del Amor en la Tierra. Luego, la
regó con su sangre, la protegió con el sacrificio de su vida, y se marchó.
Durante estos dos mil años, la semilla luchó para sobrevivir, crecer,
convertirse en un árbol y dar su fruto. Y lo consiguió. A pesar de la
ignorancia, del egoísmo, del odio desatado sobre el planeta, el Amor se
abrió paso y germinó en muchos corazones, aunque también fue utilizado,
comercializado, manipulado e ignorado intencionadamente.
Pero el Amor, como energía pura que es, fue más fuerte que todos los
intentos por derrotarle, y ahora llegó el momento de su culminación, de su
toma de poder, de colocarse el cetro que le corresponde para gobernar sobre
el mundo.
Este es el tiempo de la victoria del Amor.
Hoy, dos mil años después, un ciclo se cierra y otro nuevo se abre. El Amor
tiene que dar paso a la Mente. El Hijo tiene que dar paso al Padre.
Para ello, la humanidad entera sufre un examen, el examen del Amor. Y para
superar dicho examen es probada, sometida a duras pruebas en las que tiene
que demostrar su necesidad de Amor por encima de todas las "razones" que
puedan justificar su ausencia, que puedan exigir el uso de otras energías,
de otros métodos.
La intención del Padre siempre fue dotar a sus hijos de Su misma Mente, del
poder de Su Mente.
Pero ese poder, si no se apoya en la base del Amor, entonces puede ser
tremendamente destructivo. Por eso, el Padre envió por delante a su Hijo, el
Cristo, para enseñar a los hombres el Amor, para mostrarles el camino hacia
la Mente, hacia el Poder.
Pero los hombres no comprendieron la magnitud del Amor como Energía, como
instrumento, como método para la evolución.
El Amor quedó como algo místico, espiritualoide, incluso para muchos como
signo de debilidad. Sin embargo, su verdadera naturaleza es Fuerza, es
Energía que une, que cohesiona, que mantiene el equilibrio, que enlaza a las
partes entre sí y a su vez con el Todo, con el Uno, con el Padre.
Y en este tiempo de definición, de decisión, de victoria, el hombre tiene
que ascender a la cumbre portando con él la gema del Amor, enviándole así el
mensaje al Padre de que está dispuesto para la siguiente asignatura, que es
la Mente.
Pero el ascenso a la cumbre no será fácil, porque el hombre se enfrentará al
hombre, porque las dos Fuerzas vivirán su más cruenta batalla, y en ella
será la definición, y la parte de humanidad que responda a la energía del
Amor será conducida a otro espacio donde será instruida en los misterios de
la Mente, y la parte de humanidad que niegue el Amor vivirá las
consecuencias de su negación, vivirá la soledad, vivirá el dolor, vivirá la
pérdida de lo que pudo tener y rechazó.
Quien persigue el poder a costa de poseer más y más espacio, nunca será
dueño del espacio ni del poder. Mientras que aquel que haya comprendido que
sólo es un inquilino en el espacio y que el poder reside detrás de la
perfecta unidad de las partes, entonces sentirá la frescura de la libertad y
el tiempo se convertirá en un caminar hacia el futuro, que es lo mismo que
convertirse en un creador en el espacio.
Pero para ello, el caminante tiene que llevar en su frente el símbolo del
Amor, la luz dorada que le abra las puertas hacia el infinito, el signo de
la victoria sobre la dualidad.
Grandes son estos tiempos que se viven porque suponen la reválida de esta
humanidad.
Las puertas del futuro ya han sido abiertas, el camino ya ha sido marcado.
Mientras el hombre jugaba a ser poderoso, las puertas del verdadero poder se
abrían sin él enterarse.
En el movimiento del Origen nada se detiene, tan sólo se estanca aquel que
niega el Amor, entrando sin saberlo en la espiral de la destrucción.
El hombre debería tener los ojos muy abiertos, todos los sentidos
despiertos, porque está ante su más decisivo examen.
Y muchos, muchos ojos le observan. ∆ |
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