itín
Muñoz nació en el Sáhara español hace 41 años. Este dato puede
explicar dos cosas fundamentales de su carácter: la obsesión por la
aventura -"mi padre vivió veinte años en el Sáhara, así que
aparte de lo genético hay una influencia cultural"- y, quizás, el
gusto por el mar. De la arena del desierto a la arena de las playas
barcelonesas hay una diferencia palpable, así que ¿qué hace un
aventurero viviendo en la Villa Olímpica, con indígenas bolivianos,
pascuences y varias palmeras? Aparte de llamar la atención, está
construyendo una balsa de juncos de totora, en la que pretende cruzar dos
océanos. Es la expedición Mata Rangi III, una aventura a la antigua
usanza.
-¿Qué es lo que quieres demostrar con todas estas aventuras?
-Llevo quince años estudiando la navegación primitiva, y estas
expediciones me dan la posibilidad de ensayar las naves. Así voy
aprendiendo y haciéndolas cada vez más marineras, como eran en la
antigüedad. Quiero probar que los paralelismos culturales, en distintos
puntos separados por el mar, no son debidos a una coincidencia, sino a la
influencia de unas culturas en otras mediante naves de juncos.
-Este es tu último proyecto, pero antes ha habido otros
relacionados con embarcaciones, ¿en qué consistieron?
-Ahora mismo estamos construyendo la tercera balsa Mata Rangi, que es
mi cuarta nave de juncos. La primera se llamó Uru y fue del Perú a
Tahití. Después hicimos una balsa que se llamaba Mata Rangi en la isla
de Pascua, que naufragó a los 23 días, pero no se hundió. Esto es muy
importante en el concepto de naufragio actual, en el que los barcos se
hunden y las tripulaciones mueren. Lo bueno de las balsas de juncos es que
prima la seguridad.
Inmediatamente después construí la segunda balsa Mata Rangi en Arica, un
puerto al norte de Chile. Era una nave de 30 metros, basada en las
leyendas del rey Hutu-Matua de la Isla de Pascua. Al cabo de dos meses y
medio de navegación, un molusco que se llama Teredo Navalis se
comió la cuerda y tuvimos que cortar la balsa. De treinta metros nos
quedamos en once y seguimos navegando otros 1.500 Km. (en total fueron
unos 10.000 Km). Ahí se demostró la superioridad de esta nave: puedes
partirla y seguir navegando.
-Y ahora estáis fabricando una nueva.
-Estamos en el tercer experimento Mata Rangi. Y como ya hemos
demostrado las rutas culturales, ¿qué puede aportar hoy mi trabajo para
un mayor conocimiento de la navegación primitiva? Pues construir bien la
nave y hacer bien el ensayo. Por eso, libre de rutas históricas, decidí
hacerla en donde empezó la navegación en naves de juncos, que es el
Mediterráneo, en el viejo mundo. Y dentro del Mediterráneo pensé: pues
en casa, y me vine a España. Decidí hacerlo en Barcelona, en el norte
del Mediterráneo español, para luego ir bajando y que lo puedan ir
viendo las demás ciudades. Bajaremos el Mediterráneo, cruzaremos el
Atlántico y ahí veremos.
-¿Cómo es esta nueva balsa?
-Para que el experimento sea válido y purista, la balsa tiene que
ser idéntica a las antiguas. En el momento en el que introduzcas una
modificación abusando del conocimiento moderno ya no vale. Muchas piezas
las ha construido en Arica un carpintero artesanal, el mismo que hizo la
segunda Mata Rangi. El material lo hemos traído de Bolivia, del lago
Titicaca. La base tiene que ser idéntica a las antiguas, si pusiéramos
por ejemplo cuerdas de plástico o mástiles de fibra sería bonito y
divertido, pero sería falso y ya no valdría. Ahora bien, no haremos el
viaje sólo por las estrellas, sino que usamos la radio y otras cosas,
para evitar colisiones con barcos, transatlánticos, buques, petroleros,
que no había en la antigüedad. Y esto es interesante para que la gente
entienda el concepto: la balsa es pura, 100% idéntica a la antigüedad,
pero no vamos a ir con taparrabos porque no aporta nada.
-¿Cuál es el objetivo de este proyecto?
-Digamos que la balsa ya ha demostrado que puede hacer viajes,
pero ahora quiero navegar todo lo posible: quiero que no se parta en dos,
quiero llegar con una balsa de tres mástiles, quiero superar la meta de
los cinco meses, que es el tiempo máximo que ha estado una balsa en una
expedición. Quiero pasar esa barrera y ver qué pasa.
-La tripulación de la balsa está compuesta por personas de
diversas nacionalidades. ¿Quiénes son?
-Son pueblos indígenas, porque los que viajaban en la antigüedad
eran así. Van indios aymaras del lago Titicaca: una cultura muy cerrada,
callados e introvertidos. También van pascuences, que son todo lo
contrario, una cultura polinésica muy abierta, extrovertidos y ruidosos.
He llevado a polinesios de Tahití, llevo a un japonés, a peruanos...
Creo que esta convivencia multirracial aporta mucho, a mí y al proyecto.
Por eso la UNESCO lo ha declarado de interés.
-Has vivido situaciones peligrosas, pero en cuanto acabas un
proyecto ya estás en otro. ¿Nunca te cansas?
-El riesgo es innato en la aventura y yo lo acepto, pero no me
interesan las imprudencias ni los imprudentes. Los riesgos se asumen
cuando sabes que tienes el conocimiento suficiente para afrontarlos.
La última vez nos encontramos en un naufragio en el océano Pacífico,
sin posibilidades de rescate. Fueron tres días esperando a que nos
rescataran en un barco que se hundía. Son situaciones extremas, pero la
tripulación que llevo está acostumbrada a vivir en la naturaleza, a
rozar ese extremo, de modo que no hubo ningún tipo de histeria. Era todo
lo contrario, parecía que no habíamos naufragado. Salió todo bien, y
uno sigue y se olvida inmediatamente.
-¿Has pensado alguna vez: "aquí me quedo"?
-Un par de veces, sí, pero no me he quedado.
-¿Qué opinas de esta sociedad, después de haber estado en
contacto con otras civilizaciones?
-Yo creo que he aprendido a convivir. Cuando era más joven no
sabía, y enseguida echaba de menos la vida de campamento. Ahora he
aprendido a cabalgar en los dos mundos. De ambos procuro sacar lo bueno,
que es la postura inteligente: todo lo que te da la vida tiene algo bueno
para sacar. Pero indudablemente me gusta mucho la vida de campamento en
países exóticos, por llamarlo de alguna manera.
-¿Qué sueño te queda por realizar?
-Por ahora me fascina lo que hago. Me gustaría terminar la
expedición, construir un museo y seguir con expediciones y viajes durante
el resto de mi vida. Mi sueño sería ser como Thor Heyerdhal, que tiene
85 años y sigue igual.
-¿Por qué cambiarías lo que estás haciendo?
-Dicen en la isla de Pascua que el que nace caballo muere
saltando. Yo creo que a estas alturas ya no puedo cambiar, y sería malo
que me lo pidieran. Hay adaptación pero no cambio. ∆