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EL ALEPH

 

 

Hoy por hoy sólo nos queda una revolución pendiente, la del hombre, la que nos va a permitir comenzar la casa por los cimientos y no por el tejado, pues sólo sobre esa base podremos cimentar el que va a ser un más fiable edificio social.

 

 

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LA ESENCIA Y LA FORMA
POR JOSE ROMERO SEGUIN

Si el hombre fuese sólo capaz de florecer ¿aceptaría entonces ser una mota de polvo en medio del universo? Me temo que no, que no podría asimilarlo. Pensando, si soy capaz de algo tan hermoso ¿cómo puedo desvanecerme cual puñado de polvo en el viento? Pero sí puede ser, y así ocurre con la rosa y con el hombre. Aunque este último sólo lo acepte respecto de la rosa.
Qué pensará el rosal del hombre, un ser capaz de podarlo, de cortarlo, de arrancarlo, de robarle las rosas. Cómo puede entender un rosal que un hombre pueda tener un lugar en los planes de dios o del universo.
Tiene alma me dirán, pero para mí el alma es sólo una secuencia de eternidad que habita en nosotros y que más tarde o más temprano se integra de nuevo en la eternidad.

Esta reflexión me lleva a pensar que ya está bien de embarcarnos en absurdas revoluciones que se van a pudrir inexorablemente, lo han hecho siempre, por más altos o más bastardos que fuesen sus ideales. Hoy por hoy sólo nos queda una revolución pendiente, la del hombre, la que nos va a permitir comenzar la casa por los cimientos y no por el tejado, pues sólo sobre esa base podremos cimentar el que va a ser un más fiable edificio social.
Ya sé que la perfección no está hecha para este mundo, ni para nuestra conciencia ni voluntad, puesto que ello nos conduciría al aburrimiento, al desinterés. Aquí estamos para la desavenencia más que para el entendimiento, y más para la lucha que para la paz. No obstante eso no es óbice de que de alguna u otra forma intentemos conseguir crear espacios de convivencia lo más perfectos posibles, de tal modo que nos permitan convivir sin agobios añadidos a la angustia existencial que nos embarga y que es connatural a nosotros como seres sensitivos y racionales que somos. Ahora bien la racionalidad no es una potencialidad exclusiva del hombre, y ajena por tanto a cualquier otro ser, sino que ella como tantas otras palabras definen los caracteres que nos son propios y en la medida que lo son y como son. Lo que no puede interpretarse sino como una afirmación rotunda de que la racionalidad refleja sólo la capacidad de relación del ser con él mismo, con los demás individuos de su especie y con el medio, es decir la capacidad de éste para interpretarlo y relacionarse con él y cuanto lo rodea. Son por ello todos los seres racionales, no me cabe la menor duda, pues todos interpretan el medio en que viven y se relacionan con él y con los demás miembros de su especie. Otra cosa es la mayor o menor complejidad de unos y otros y del conocimiento que de ellos se tenga.

En el fondo la racionalidad o psiquis no es sino un mero instrumento de orientación que nos permite realizar el viaje sin desfallecer y sin dejar por ello de cumplir con nuestro destino. El hombre piensa porque es su signo, la flor florece por la misma razón, y rosa y pensamiento son dos flores que guardan un mismo secreto y buscan un mismo fin, el de engendrar vida, pero desde la más profunda trascendencia existencial.

Nos queda pues una revolución pendiente, la de la evolución que nos permita integrarnos en la órbita natural de las cosas que nos rodean. Ya está bien de vagar sin rumbo como gusanos enloquecidos, en busca de algo que no está, que no va a estar jamás, es decir, el enemigo. No tenemos enemigo, tenemos sólo un orden natural en el que no siempre somos el depredador sino el depredado, un orden que no necesita dioses, por que tampoco los dioses tienen donde ir, ni tampoco enemigos. Si acatamos el injusto orden que nos impone la vida social, porque revelarnos contra nexos de unión y función superiores que ordenan nuestra relación con el más próximo de los finitos que van a su vez perfilando y formando el infinito. En el orden natural no hay un orden jerárquico estricto, lo gigantesco engendra los microscópico y lo microscópico engendra lo gigantesco. Nadie pues es más que nadie, pues todos somos necesarios. Y ni aún la necesidad lo es, pues en un principio nada guarda dependencia de una forma determinada, sino que la forma viene determinada por el orden determinado en ese preciso instante y sólo a esa estructura y no a otra le es lógicamente necesario.

Digo todo esto porque me muero por un nuevo orden, en el que el hombre interiorice más en él. Centro en él todas las expectativas posibles de existencia. Pues no hay mayor verdad que aquella que preconiza que todo está en nosotros representado y que por tanto a todo representamos. Las formas no son sino la expresión de la esencia, y la esencia no tiene forma.
Entiendo que hoy el hombre habita constantemente fuera de él, en un espacio común que representa la forma del esencial colectivo, es cierto, pero la forma convertida en elemento autoritario y esencial de la vida, relegando la esencia a sus dictados, con lo cual se podría afirmar que no vivimos de conformidad con la esencia sino con la forma. Es ella, entidad sin imaginación ni capacidad creativa la que nos gobierna desde su rígida repetición de imágenes de ella misma. Debemos por tanto retomar el elemento creativo que nos define, reconquistarlo para que el ámbito de las formas mejore en todos los sentidos. No podemos ser esclavos de lo creado sino de la capacidad de crear, puesto que sólo ella nos va a liberar y permitir moldear espacios más justos de convivencia y coexistencia.

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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