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EL ARBOL DEL BUHO

 


 

 

Y aunque la diosa madre les habló muchas veces y trató de recordarles que para ella todos eran sus hijos, y todos iguales, ellos, ciegos de poder y sordos de miedo, no le escucharon.

 

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CUENTO INDIO XI:

EL REGRESO
POR ELENA G. GOMEZ

Cuando tú naciste, niña, la diosa madre de la tierra habló por última vez.
Su manto de fuego lo cubrió todo, el cielo se volvió oscuro y no dejaba pasar la luz del sol, así, la diosa madre nos hizo ver  que sus hijos ya no merecían vivir en estas sagradas tierras y que debían partir a otro lugar.
Cuando todo comenzó tu madre y yo nos encontrábamos lejos de la tribu, había llegado el momento de que nacieras y unos días antes habíamos ido a la montaña, al lugar donde la tierra y el agua se funden y la vida nace.

Tu madre, niña, fue una mujer muy especial. Sus ojos siempre miraban en el interior de las personas, y sin duda hubiera sido una buena consejera de la tribu, pero sabía que le esperaba un parto muy duro, y que no sobreviviría, aunque ello no le importaba, sabía que tú siempre serías su niña y que yo cuidaría de ti y te enseñaría todo lo que debías conocer.
Cuando tú naciste, niña, te cogí y te puse a su lado, ella te miró y sonrió, yo os abracé a las dos y empezaste a llorar. Tu primer llanto, niña, se mezcló con el suspiro final de ella, y las tres fuimos una.
Entonces, la diosa madre gritó desde su interior, y me mostró los tiempos futuros.
Al principio vi que los hombres caminaban de un lado para otro perdidos, confundidos, sin saber dónde ir, sin saber cuál sería su futuro ni la razón de su existencia.
A medida que pasaba el tiempo, empezó a crecer dentro del hombre la semilla de la desconfianza, y la desconfianza fue una mala compañera para él, porque separó al hombre del hombre. Con ella nació el rencor, el miedo, y la Voz, que antes todos los hombres podían escuchar, se fue haciendo cada vez más débil, más lejana, hasta que un día el hombre se quedó solo. 

Y vi la soledad en los ojos de los hombres. Una soledad espesa y vacía, fruto de no tener a nadie en el que realmente pudiera confiar.
Y vi como el hombre cada día ocultaba más sus pensamientos, y poco a poco la oscuridad llenaba su corazón. Ya no se atrevía a decir lo que pensaba, ni a confesar lo que sentía, y eso le hacía sentirse vacío, inseguro y más limitado.
Y los hombres crearon un mundo irreal aunque ellos pensaban que era verdad. Un mundo cada vez más débil, un mundo lleno de palabras pero vacío de valores.
Y vi como los hombres dejaron de moverse libres por la tierra, y cómo empezaron a profanar a la diosa madre. Y unos pocos se creyeron superiores a otros, y unos creyeron que tenían poder sobre otros, y aunque la diosa madre les habló muchas veces y trató de recordarles que para ella todos eran sus hijos, y todos iguales, ellos, ciegos de poder y sordos de miedo, no le escucharon.
Y cuando vi todo esto comprendí porque la diosa madre me lo mostraba. Tú, niña, eras la esperanza, tú tenías que ser preparada para que un día, cuando fueses una joven llena de vida y amor, pudieras volver junto a los hombres, y enseñarles el camino de regreso.
Ahora llegó el momento y tú, mi Volcán Vivo, tienes que ir al encuentro de los hombres. Tienes que estar preparada porque muchos no te escucharán, otros te negarán, pero siempre habrá personas que te hagan caso, y estos a su vez hablarán a otros y así, la verdad no se perderá".
Las palabras y las enseñanzas de la anciana estaban prendidas con fuerza en el interior de Volcán Vivo, había llegado su momento y tal y como la anciana le había dicho, empezó a encontrarse con hombres y mujeres y empezó a mostrarles cómo había que respetar a la tierra, la madre, y a utilizar de ella sólo lo que se necesita, y también les enseñó a conocer que cada animal, cada planta, cada bosque y cada río tienen una función en la tierra, y que si el hombre los destruye también destruye su hogar.
Pero, sobre todo, lo más importante de su labor fue que mostró al hombre a confiar, a recuperar la pureza y la fuerza de su interior.

Volcán Vivo fue la primera mujer que luchó por su madre tierra, que luchó por enseñar a respetar la vida y, sobre todo, que luchó para que los hombres no juzgaran sólo por lo que ven o creen ver, sino para que aprendieran a escuchar en su interior las palabras de sus hermanos.
Volcán Vivo cumplió su cometido y tuvo muchos hijos e hijas que ahora siguen con su lucha.
Y desde entonces, hay muchos hombres y mujeres que llevan en su interior su semilla, hombres que saben compartir no sólo las tierras o sus pertenencias, sino a compartir sus sueños, sus temores, sus miedos y sus aspiraciones.
Por eso Volcán Vivo sigue viva dentro de todos aquellos hombres y mujeres que luchan por la unidad, que luchan en contra del poder destructor de unos pocos a los que sólo les mueven sus intereses egoístas.
Ellos, sus hijos, tienen una fuerza especial en su interior, una fuerza que no les permite el cansancio.
Ellos saben que algún día podrán regresar.

 

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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