"Lo único que queda por
explorar son los lugares más oscuros y escondidos de nuestro interior" decía el
aventurero y alpinista Reinhold Messner. Manu Leguineche está de acuerdo con esta
reflexión. Este corresponsal de guerra, querido por toda la tribu, que ha dado la
vuelta al mundo en 81 días y nos ha contado sus peripecias. Este periodista infatigable,
que en la actualidad dirige una agencia de noticias y ha publicado más de veinte libros,
hace una pausa en el camino y nos sorprende a todos con "La felicidad de la
tierra", un hermoso viaje a su mundo interior.
"La Tierra es
muy antigua y todo está descubierto, pero siempre hay algo que tú no conoces. Yo, con
esa idea que me repito muchas veces de estrenar el mundo, siempre acabo descubriendo cosas
que para mí son nuevas. En medio de la naturaleza soy feliz."
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Ha
empezado el otoño, pero los árboles del jardín de Manu Leguineche, situado en plena
Alcarria, todavía conservan todas sus hojas. Manu tiene un encuadre perfecto. Lo
encontramos debajo de un arco vegetal que existe en una esquina del jardín. Acaban de
hacerle una entrevista para la televisión, y los técnicos aún están recogiendo los
últimos cables y conexiones. Demasiado jaleo para este hombre sencillo y tímido que ama
la soledad y la conversación pausada entre amigos.
Nuestro anfitrión nos invita a entrar y nos conduce hasta su despacho, situado en el
torreón de su preciosa casa de piedra. Paredes cubiertas por estanterías y cientos de
libros en todos los idiomas. Periódicos nacionales e internacionales, suplementos,
revistas se acumulan encima del sofá. Un ordenador portátil que apenas sabe manejar
-siempre ha fichado por la máquina de escribir- preside su mesa de trabajo, donde
también está el teléfono y un sinfín de papeles. La televisión, los recuerdos, las
fotos, todo está aquí, en medio de este desorden dónde sólo él podría encontrar
algo. Le preguntamos por "La felicidad de la tierra", su último libro, su
último viaje que recoge doce años de su vida.DE LA ACCION A
LA REFLEXION.
Esta aventura empezó cuando le compré a un inglés una casa de piedra, perdida
en medio de un monte de la Alcarria. El lugar se llamaba Tejar de la Mata. En aquel lugar
no había ni agua, ni luz, ni nada y recuerdo que la primera noche que pasé allí se
levantó un viento que batía fuertemente todas las ventanas. Parece sacado de una
historia de terror. Pues bien, aquella noche de 1986 me puse a escribir las primeras
líneas de este libro que se ha visto interrumpido en estos años por mis viajes a Ruanda,
Bosnia, Filipinas, Oriente Medio, Africa. Cada vez que regresaba retomaba mi diario. Al
final pensé "¿por qué voy a escribir siempre libros sobre países distantes,
gentes que no conozco y no lo hago sobre lo que pasa dentro de mi?". Así que me
sometí a una rígida disciplina interior y empecé a contar lo que no había dicho nunca:
aquello que ocurría dentro de mí, de las gentes del campo, cómo se vive en los pueblos,
cuáles son los valores por los que se rigen estas personas, qué opinan. Me fijé que los
escritores de hoy no hablan de la naturaleza, y aunque no soy gran paisajista -sigo siendo
un reportero-, intenté hacer una composición miscelánea de lo que es la crónica, el
diario, el reportaje, la gente... ¿por qué?, pues porque en un reportaje apenas aparece
la persona que lo escribe -cosa que a mí por otro lado me gusta- y necesitaba un espacio
íntimo que me permitiese dar este salto.
"SALIR AL CAMPO POR LA MAÑANA ES COMO ESTRENAR EL
MUNDO" me dijo en una ocasión Delibes. Y esto es lo que yo he pretendido
hacer: Estrenar el mundo, recuperar ese espacio de la naturaleza y el campo, pero sobre
todo de las gentes porque el paisaje no es nada sin el paisanaje.
LA SABIDURIA POPULAR es el legado que hoy tienen estas
gentes para todo aquel que se deje rodear por esta mágica atmósfera. Saben que todo lo
que han aprendido, lo tienen para dar.
En ocasiones se les nota cierto temor hacia lo que consideran un hombre intelectual o
erudito, pero como jamás me he considerado algo así, pues sintonizamos rápidamente en
la misma onda. Me encanta ver cómo interpretan los signos, a veces cabalísticos de la
naturaleza, cómo se expresan con esos vocablos tan peculiares que no aparecen en el
diccionario. Así que cuando me dicen que cuántas cosas sé y cuántos libros he escrito,
les contesto que me encantaría cambiar uno de mis libros por cualquiera de las cosas que
ellos saben. Han conseguido deslumbrarme con su sabiduría heredada de la tierra.
VALORAR LAS PEQUEÑAS COSAS. Claro que sí. A veces
ponemos el listón muy alto y buscamos una felicidad con mayúsculas que probablemente no
exista. Aquí he aprendido a valorar lo pequeño. Para mí por ejemplo es muy importante
pararme a ver cuando llega el cuclillo en el mes de abril, o cuando es tiempo de coger
moras. El otro día cogí un pañuelo y me fui a recolectar moras a mi casa del Tejar,
igual que cuando era un chaval. Allí me encontré a un matrimonio con un niño que estaba
haciendo lo mismo y se asustaron cuando me aproximé con el coche. No pude por menos que
comentarles: "pueden quedarse el tiempo que quieran, las moras son de todos".
Así que acabé uniéndome a ellos, cogiendo moras.
Dentro de estos pequeños placeres, no debo olvidarme de los lechazos asados, los vinos de
tasca y las buenas partidas de mus, un complemento perfecto.
"EL SILENCIO NO ES LA AUSENCIA DE SONIDO, sino la
ausencia del ego", dice el proverbio. Pues bien, soy capaz de ir al fin del mundo
para buscar un poco de silencio. En España no existe cultura del silencio sino apología
del ruido. El ruido se ha convertido en un argumento de vida, de autoridad y de dominio.
Haría falta una campaña contra el ruido.
HOMBRES ILUSTRES. Después de haber hablado y
entrevistado a personajes de medio mundo he llegado a la conclusión de que lo que más me
interesa es el hombre de la calle, el héroe anónimo que nadie conoce. Los personajes
históricos no me han aportado nada, son muy sosos y las cosas que cuentan generalmente no
tienen interés, nunca descubren nada. Me interesan más los que sufren la historia. Aquí
en el pueblo no interesa Isabel Presley, no miran Tómbola. Hay un dicho popular que dice
"pueblo chico, infierno grande", no es el caso de este pueblo que para mí ha
sido un auténtico descubrimiento. Aquí la fraternidad, solidaridad, los amigos, la
comprensión, son valores en alza.
CIENTO SETENTA MILLONES DE MUERTOS, de cadáveres, son
los que hemos podido contar durante este siglo y eso me parece espantoso. Quiere decir que
vamos a terminar el siglo como lo empezamos. Después de dos guerras mundiales tan
devastadoras, volvió la euforia de principios de siglo cuando la gente se engañaba a sí
misma diciendo que menos mal que sobre tanto cadáver se edificaría una nueva sociedad.
Los terremotos pueden anunciar un cambio de siglo para los que son supersticiosos, pero yo
no lo soy. Creo que todo se repite y nada ha cambiado. Ha fallado definitivamente la
diplomacia preventiva, como se ha comprobado de nuevo en Timor. Se sigue atacando más a
los efectos que a las causas. Es muy doloroso observar esta realidad.
Estas reflexiones en voz alta le han servido a Manu Leguineche para
disfrutar aún más si cabe de todo cuanto tiene. Desde este lugar idílico, reposo del
guerrero, sigue dirigiendo la agencia de noticias Fax Press, sigue analizando todo cuanto
ocurre en el mundo, pero ha imprimido un nuevo ritmo a su vida. Este libro ha sido algo
así como su capricho. A partir de ahora seguirá escribiendo pero con otra regularidad,
siguiendo la llamada de su instinto.
Anécdotas, sonrisas, un buen vino... Con él, el tiempo se encoge ¿o se alarga? Hay
vidas que dan para mucho.
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