Llegó a Allariz en un día de Reyes, "hace algo así como 54
años". Escogió bien el lugar. Antes que él, habían pasado por allí Alfonso X
para aprender gallego y también el Padre Feijóo. La vida de Alfredo Conde fue variada en
quehaceres: marino, profesor de historia, diputado, dibujante, Conselleiro de Cultura...
El dice que fue todas estas cosas para poder ser escritor . Puede que sea cierto.
"Hasta el momento
siempre he escrito lo que me ha dado la gana. También es cierto que he pagado facturas
muy importantes por ello como persona y como escritor"
"Gracias a ser
escritor he sido inquisidor en el siglo XVI, profesora de lengua en el XX u homosexual en
una guerra a comienzos de siglo"
"Soy como los
bueyes, que son muy lentos, pero avanzan"
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Después de estar un
rato con el dedo pegado al timbre, optamos por llamarlo por teléfono. "Ya bajo a
abriros. Es que arriba el timbre no se oye". Unos minutos y ya estamos dentro. Aunque
en toda la casa se respira tranquilidad, el rincón de Alfredo Conde es especial. De una
habitación, a él le ha quedado una esquina en la que ha ido amontonando recuerdos,
fotos, cuadros dedicados, regalos. Trocitos de momentos, viajes y personas. El resto del
espacio se lo han robado los libros. La verdad, parece no importarle demasiado, es una
declaración de amor mutua. Cuenta divertido como un día, encendiendo una estufa, una
llama traicionera intentó comerse sus libros. Sin pensárselo, la apagó con un
chaquetón de ante. A su mujer no le hizo mucha gracia, aunque para él estuvo de sobra
justificado.
-Una característica que te defina.
-No lo sé... quizás que el éxito o el fracaso me han de coger trabajando.
Como escritor, soy concienzudo y trabajador. Soy como los bueyes, que son muy lentos, pero
avanzan.
-Luis Otero, Manuel Rivas, tú mismo... ¿Se está
produciendo en la literatura gallega un resurgimiento?
-Yo creo que no somos ninguno de los tres que tú acabas de citar, sino un
conjunto de escritores, que desde el siglo pasado forman una pléyade de autores que le
dan un significado a la literatura. Desde Rosalía a Curros, desde Cunqueiro a Blanco
Amor, de Torrente a Cela, Valle Inclán, Otero Pedrayo, la Condesa de Pardo Bazán,
Fernández Flórez... Yo creo que Galicia ha dado cantidad de autores importantes a la
literatura. Gente como la que tú acabas de citar, no somos más que de esa tradición, de
esa cultura, y ojalá que seamos continuadores y dignos de ella.
-¿Qué queda por decir a la literatura gallega?
-En el momento en que al ser humano no le quede nada por decir, es que está
muerto. Yo creo que la literatura no sirve para nada, excepto para lo que decía
Aristóteles, es decir, para que el ser humano se reconozca en ella. Siempre estamos a
punto de reconocernos a nosotros mismos en la literatura, lo que sucede es que hay etapas
en la vida de los pueblos en que la literatura es muy pobre, quizá porque la vida de los
pueblos es pobre en ese momento, o quizá porque es demasiado rica en otros aspectos, no
lo sé. Ya me gustaría a mí que los autores que estamos hoy en ejercicio sirviésemos de
puente para ese reconocimiento.
-Utilizar el gallego en tus libros, ¿no limita su
expansión?
-Yo creo que si un libro es bueno, se traduce, y si no es bueno, lo mejor que
puede suceder es que no se traduzca. En ese sentido, estoy vendiendo libros con éxito
importante en Rusia y en Australia. Una novela mía ganó un premio a la mejor novela
extranjera en Italia. Los libros míos que han sido premiados han sido escritos en
gallego. Los idiomas son todos igual de importantes. Los que no son igual de importantes
son los mercados que abarcan o que respaldan esos idiomas y esas novelas. Pero para eso
están las traducciones y para eso están los dioses, que a veces son favorables y a veces
están dormidos.
-Galicia siempre fue conocida por la emigración. ¿Ha
dejado de ser la tierra del olvido?
-No era culpa nuestra. Durante la primera mitad de este siglo hemos sido el
pueblo que, después de Irlanda, más emigrantes ha tenido. Es lógico que se nos conozca
por eso. Pero había más realidades. Había también un alejamiento, una marginación
geográfica, una incomunicación secular que sólo fue rota en algunos momentos de la
historia, como en la época romana o en la medieval, cuando se inició el Camino de
Santiago. Y cuando eso sucedió, Galicia, bien a través del Camino o a través de su
literatura, que en algún momento fue suscrita por todos los autores españoles en los
comienzos de la lírica hispana, vertebró Europa. Ahora está en un momento excepcional
que coincide con la apertura de vías de comunicación. Hemos estado siempre más cerca de
Inglaterra o de Norteamérica que de Madrid, por vía marítima más que por vía
terrestre. Lo que hubo fue ese distanciamiento geográfico, esa marginación y eso llevó
a que no fuésemos conocidos más que por nuestra emigración. Pero no nos lo creemos.
Mira, cuando yo era pequeño me peleé muchas veces porque los muchachos que venían de
fuera a estudiar al colegio, decían aquello de "gallego el último, gallego el que
no corra". Cuando Cela entró en la Academia, lo primero que hizo fue conseguir que
se desechasen las acepciones de gallego y gallega como mozo de cuerda y puta.
-¿Siempre has escrito lo que has querido?
-Hasta el momento sí, siempre hice lo que me dio la gana, pero también es
cierto que he pagado facturas muy importantes por ello como persona y como escritor.
-¿Para escribir con naturalidad hace falta olvidarse de
muchas de las cosas conocidas o aprendidas?
-Yo no sé si escribo con naturalidad porque soy muy barroquizante en mi
escritura. Por decirlo de la manera más favorable para mí, digamos que soy de los que
tienen estilo propio. Yo no escribo con más naturalidad que la que me dicta el oído, o
mi propia construcción sintáctica, mi propia manera de entender el mundo y de expresarlo
a través de una ordenación sintáctica de palabras y conceptos.
-Escribiendo ¿se dicen cosas que de otra manera no se
dirían?
-Hay momentos. Yo siempre fui muy temerario en mis afirmaciones y normalmente siempre
fui como los peces, moría por la boca. No me he privado nunca de decir lo que pensaba o
de opinar aún a riesgo de equivocarme. He defendido siempre el derecho a equivocarme y
pienso seguir haciéndolo. En las novelas creo que no he aprovechado para decir cosas que
no haya dicho previamente como persona. He aprovechado para vivir otras vidas que no me
correspondería vivir.
-¿Dónde se esconden las musas
que te inspiran?
-Yo creo que se esconden en la realidad. La realidad es algo que se conforma
con la propia experiencia y eso conforma los recuerdos, se nutre de recuerdos. También se
nutre de la experiencia transmitida; yo a eso le llamo memoria. Es lo que tus padres te
han comunicado y has heredado de ellos en el aspecto afectivo, en el aspecto histórico.
La propia tradición familiar o cultural en la que estás inserto conforma la memoria y
esa memoria te la dieron ellos. Todo eso forma la realidad del escritor y se nutre de
ella. No suelo escribir sobre mi propia realidad o mi propia biografía. Mi vida es tan
normal como la de cualquier ser humano, y no recurro a ella más que lo imprescindible. Lo
que sí hago, es que si tengo que narrar cómo es una tempestad, como he pasado muchas en
el mar, hablo de ellas. Si tengo que hablar de un político, sé qué punto exige la
política. He vivido muchas experiencias, y también me aprovecho de ellas.
-¿La literatura es una forma de evadirse de la realidad?
-Yo creo que es una manera de habitar otra realidad, y la realidad existe
porque existimos nosotros. Si viene de fuera a dentro también puede ir de dentro a fuera.
Gracias a ser escritor he sido inquisidor en el siglo XVI, profesora de lengua en el XX u
homosexual en una guerra a comienzos de siglo. He sido muchas vidas que no me
correspondería haber vivido.
Cuando le planteo a Alfredo Conde una serie de preguntas cortas para hacerle una especie
de radiografía, me corta al momento: "Mira, yo soy incapaz de dar respuestas
sintéticas, quizá por eso soy novelista y no poeta o cuentista". Después de que me
tire por el suelo la estructura de la entrevista, continuamos.
-¿Piensas en gallego o en castellano?
-Incluso en latín. Depende de quien hable, de qué hable. Depende qué sueñe, con
quién me comunique o en qué situación esté. Soy absolutamente bilingüe y creo que los
dos idiomas son míos y estoy orgulloso de los dos. No renuncio a ninguno de ellos.
-¿Qué necesita Alfredo Conde para inspirarse?
-Silencio, tranquilidad, vida alrededor...
-¿Bolígrafo y papel, máquina de escribir u ordenador?
-Soy de los de ordenador.
-Cuando te pones a escribir, sobre tu mesa debe haber...
-Una botella de agua, papeles, libros para documentar la novela. Ahora está esto
lleno de libros del Marqués de Sargadelos, una botella de agua sin vaso. Soy muy
jaquecoso, y suelo tener cintas. Cuando me empieza a doler la cabeza pongo las cintas como
los indios. Dicen que ayuda a mitigar los dolores de cabeza.
-Cuando estás ante una hoja en blanco ¿qué sientes?
-Ganas de llenarla. Cuando estoy delante de una hoja en blanco si no se me ocurre
nada, dibujo. Dibujo en ella y normalmente cuando estoy escuchando a alguien estoy
dibujando, haciendo crucigramas o incluso leyendo. La hoja en blanco la lleno de letras o
la dibujo, pero quieta no la dejo.
-Alfredo Conde, ¿con qué sueña?
-Hay una prima de mi abuela que cumplió el otro día cien años y como llegue al 1 de
enero, habrá vivido en tres siglos y en dos milenios. Yo amo más la vida que la
literatura, lo que sucede es que la literatura es mi vida y entonces van muy paralelas o
son casi la misma cosa. Pero yo, puestos a elegir entre la vida y la literatura, prefiero
la vida. Si me dan a elegir entre el premio más grande del mundo o un año más de vida,
no lo dudo: yo prefiero un año más de vida. Mi sueño es vivir mucho y en paz con los
míos y conmigo.
-¿En qué cree Alfredo Conde?
-Ya hace muchos años que me pasa algo peor que lo que le sucede a los que no creen en
nada, que es que yo creo en todo. Creo que el ser humano es capaz de cualquier heroicidad
y de cualquier miseria. Creo en valores que se esconden detrás de palabras pequeñitas. A
mí las palabras grandes me dan mucho miedo. Creo en cosas muy sencillas y muy tangibles.
Creo que pocas cosas son más hermosas en este mundo que la mano de mi hija de seis años
acariciándome por la noche cuando le voy a dar un beso. Sé que eso dura unos años y que
tengo que aprovechar esa caricia y ese momento. |