firma Isidoro que su nacimiento no
preconizaba que su destino fuese estar unido a la montaña, puesto que
nació en un pueblo de Valdevimbre dominado por la llanura. Pero su
estancia en el montañoso pueblo de Pola de Gordón despertó su interés
por las cumbres, a las que comenzó a ascender y escalar a los 16 años
cuando se trasladó a León. Desde entonces ni un solo momento libre ha
dejado de dedicarlo a la montaña, ya sea de pensamiento o de acción.
Cuando no está revisando una ruta, inicia un posible libro, prepara una
exposición o asciende sus queridos Picos de Europa. Asemeja su
dependencia a la montaña con el aire que respira y a través de sus
libros contagia su 'locura' a todos los que comparten su modo de vida.
-¿Cómo diste el paso de escalar a escribir libros sobre montaña?
-Más que libros, en principio escribía algún artículo para revistas
de montaña asturianas y madrileñas que me lo pedían. Ya llevaba
muchísimos artículos cuando escribí el primer libro sobre un sector de
la Cordillera Cantábrica, que es la cuenca del Bernesga y que editó la
Federación de Castilla y León de Montaña en 1990. Luego vino uno sobre
el Naranjo, más tarde una guía sobre Picos de Europa, con ascensiones,
escaladas, travesías... Después escribí uno de esquí de montaña en la
Cordillera Cantábrica y los Picos de Europa con Adelino Campos Niño. Y
este año edité dos: Peña Santa, la Perla de los Picos, y El Naranjo,
Caín y el Cainejo -junto a Santiago Morán y Ramón Lozano-, con motivo
del centenario de la historia del Naranjo. Aunque ninguno es
autobiográfico, en todos hay pinceladas de mi trayectoria y mi historia
con esas montañas.
-A través de la experiencia contada en un libro, ¿puede alguien
animarse a salir a la naturaleza?
-Sí, de hecho desde finales de los 60 hasta principios de los 80 la
mayor parte de la afición montañera se produjo en bloque gracias a los
libros. Entonces Editorial Juventud era la única que tenía libros de
montaña, pues había poco escrito por españoles; pero llegaban libros de
escaladores franceses e italianos como Walter Bonatti, Gaston Rebuffat o
Lionel Terray. Muchos de ellos estaban en francés o italiano y entonces
había que traducirlos, pero estos eran los que creaban afición, escuela.
-¿Por qué te decidiste a escribir sobre la emblemática Peña Santa?
¿Qué idilio particular mantienes con esa montaña?
-En los Picos de Europa hay dos montañas que sobresalen por encima
de todas las demás: el Naranjo, al que he subido unas 54 veces, y Peña
Santa, que paso de las 80. En Picos he hecho cantidad de excursiones, lo
conozco bastante bien y me es fácil escribir sobre ellos. A nivel
particular, aunque el Naranjo quizás sea la montaña más conocida para el
gran público, para mí -como para otros muchos montañeros- la montaña
reina es Peña Santa.
-Este año estás en todos los encuentros sobre el Naranjo, del que has
escrito un libro y variados artículos. ¿Qué representa esta montaña en
la historia del montañismo español y en la vida personal de Isidoro?
-El Naranjo representa mucho porque es una montaña que hay que
escalar para subirla y fue la primera gran conquista -en cuanto a
dificultad- que hice en los Picos de Europa. Hubo décadas que la subía
todos los años como si fuera un peregrinaje, luego hubo años en los que
no fui y sin embargo este año he subido nueve veces. El Naranjo es una
montaña espectacular y en ella se han ido reflejando todos los
aconteceres de la historia del montañismo español, con lo cual atrae más
a la hora de ir y de escribir sobre ella.
-¿Las experiencias que se viven en la montaña pueden quedar
reflejadas en palabras?
-Yo al menos encuentro grandes dificultades. Me cuesta trabajo
expresar lo que vivo, y de hecho he contado mayoritariamente las
historias de los demás. En Peña Santa sí he tenido actuaciones de cierta
importancia y las he tratado de reflejar casi desde un punto de vista
aséptico, mirándome desde fuera. Donde sí he hablado de mí fue en los
montones de artículos que mandábamos por Internet durante la expedición
Samuel Rubio al Everest. Pero allí era muy fácil escribir, pese al frío,
porque tenías tiempo y te concentrabas bien.
-Has estado en muchas montañas y lugares, ¿qué ascensión o escalada
recuerdas especialmente?
-Hay muchas, pero yo siempre miro hacia adelante y me gusta más
hablar de la próxima montaña que voy a subir, no de la que he hecho. De
recuerdos no se puede vivir, hay que vivir de realidades. Tengo tantos
planes... Quiero subir al Torrecerredo en invierno, que nunca lo he
subido, volver a subir el Naranjo. Son cosas sencillas, cotidianas, pero
la felicidad está en las cosas pequeñas y en las montañas a las que voy
a menudo. Hay mucha gente que nunca repite cumbre, cosa que me parece
lícito y a lo mejor es más inteligente que lo mío, que no me importa
haber subido a una cumbre para volver. Creo que a las montañas no se las
conquista, sino que te dejan estar allí un rato y cuando bajas estás
igual que alguien que no ha subido nunca. O sea, que si quieres volver a
tenerla tienes que volver a subir. No es de tu propiedad.
-¿Qué es la montaña para Isidoro Rodríguez?
-Pues lo es prácticamente todo. Yo no me considero sin montaña. La
montaña forma parte de mi vida como el respirar, como el aire. Sin ella
no sería yo, sino otra persona distinta. Soy como soy respecto a la
montaña, y de hecho muchos de mis pasos van encaminados a la montaña a
todas horas. Regreso de las clases, y escribo sobre Peña Ubiña. Ahora
estoy pensando en hacer este verano con mi grupo de compañeros toda la
Cordillera Cantábrica seguida, acabando cerca de los Montes Vascos. Así
que un rato me dedico a ver algún tramo de los que queremos hacer sobre
la cartografía, o me da por leer algo de montaña o escribir otra cosa.
El fin de semana voy al mismo sitio, en vacaciones y navidad voy al
mismo sitio, en verano al mismo sitio. Cambio el lugar, pero no el fondo
del asunto. La montaña es parte de mí, no hay otro Isidoro distinto.
-¿Qué hay ahí arriba que te hace volver?
-Cada vez soy más prosaico, eso espiritual ya hace mucho que
desapareció, si es que lo hubo alguna vez. Hay gente que necesita una
excusa para subir a un sitio estéril por completo, porque si hay una
actividad inútil es esta de subir montañas. En realidad el quid de la
cuestión está en uno mismo. No hay una motivación en mi caso, creo que
es parte de mí mismo, y yo ya hace años que no necesito excusas para ir
a la montaña. Voy porque me gusta, sin más. Así de simple. Lo paso bomba
y no concibo otra cosa. Quizá soy esclavo de la montaña. Es tal vicio
que según bajo de un sitio ya estoy maquinando otra cosa. ∆