Quién iba a sospechar allá por el remate de
abril, cuando los machos tímidos y vergonzosos se ocultan en lo más
intrincado del bosque para disimular el desmogue que la cirugía natural
practica sobre sus cabezas, que pocos meses más tarde, coincidiendo con el
despegue otoñal, transformarían su retraimiento en arrogancia, osadía y
atrevimiento. Para ellos parece no haber existido nunca aquel día aciago en
que, al restregar contra un tierno abedul o el tronco retorcido de un haya,
perdieron la cuerna de forma inesperada. Y qué orgullosos estaban de ella;
con qué suavidad se acercaban a la charca con las primeras luces del alba
para recrearse mirándola. Eso sí, no había que remover el cieno para que
aquella película transparente reflejase unas testas ornamentadas con astas
de las que cuelgan candiles y luchadoras. En algunas ocasiones, sobre todo
cuando el astro de la noche colma su perímetro, adelantan los jabalíes la
hora del baño, enturbian el agua y envenenan el espejo mientras se revuelcan
entre el lodo.
Ya es mala suerte tener que esconderse en primavera cuando la lujuria se
apodera de la naturaleza. Cuando la sexualidad explota en el bosque y la
mayor parte de las especies reclaman su derecho a perpetuarse sobre la
tierra, los ciervos pugnan por recuperar los distintivos del macho. Menos
mal que una semana después de haber tirado la cornamenta aparecen ya sobre
su cabeza las estructuras bulbosas cubiertas por el terciopelo, aunque
todavía les toca aguardar algo más de dos meses para tenerla al completo,
eso sí, con el vello superpuesto porque, para desaparecerlo, tendrán que
rascarse contra arbustos y árboles que merced a sus resinas irán oxidando y
tiñendo de caoba unas defensas alumbradas níveas: dos lunas más de aguarde y
habrán recuperado al completo su color característico.
"Ahora ya, en la fecha
que nos encontramos, el celo ha concluido y las hembras,
acompañadas por los machos menores de dos años y los
cervatillos, seguirán la rutina de la gestación." |
Finaliza septiembre ataviando el paisaje con
los harapos multicolores del otoño y, a la vez, despertando la libido de los
venados. Machos y hembras se aprestan a cumplir el rito del cubrimiento. El
silencio tradicional del bosque comienza a resquebrajarse con las primeras y
las postreras horas de luz para ir, a medida que avanzan los días, in
crescendo hasta lograr el clamor del bosque. La berrea llega a su punto
álgido cuando todos los machos discuten, riñen y se pegan por conseguir el
favor de las hembras. Claro que exclusivamente llegarán a copular los más
fuertes y con las cuernas más desarrolladas: el harén conquistado dependerá
de su valentía. Porque la espesura está nerviosa los berridos no dan tregua
al estruendo; los desafíos se suceden sin cesar, la tensión se palpa en cada
bramido y se cuelga de las ramas, el reclamo a las hembras es ensordecedor;
retos, provocaciones, amenazas y luchas. Las testas encandiladas se
enfrentan en un duelo casi siempre incruento, aunque, en contadas ocasiones,
también pueden romper una pata o quedar maltrechos; la pirámide animal no se
detiene, por eso lobos, buitres y demás carroñeros tendrán un festín a costa
de los más débiles.
Ahora ya, en la fecha que nos encontramos, el celo ha concluido y las
hembras, acompañadas por los machos menores de dos años y los cervatillos,
seguirán la rutina de la gestación. Cerca de ocho meses de preñez en los que
hay que defenderse de los rigores del invierno, las dentelladas del lobo,
los disparos de los cazadores y el fuego, para poder parir entre la espesura
de los matorrales una o dos crías que una hora después del parto son capaces
de levantarse, andar y mamar.
Los machos, otrora polígamos, ajenos a la crianza, alborotadores,
exhibicionistas y pendencieros, se volvieron prudentes y conservadores.
Horquillones y varetos, que casi con toda seguridad no se habrán comido una
rosca, retornan con el resto a la monotonía del crecimiento hasta la próxima
berrea. Juntos en la granda, en el bosque y los peñascos: las hembras por un
lado y los machos por el otro. Sino de una especie a la que aquí en Asturias
tenemos que empezar a controlar su crecimiento. La invernada pasada, a pesar
de su dureza, no fue capaz de diezmar su población debidamente. ∆
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