Alberto Polledo Arias
"Somos, sin duda, las últimas generaciones en tener la capacidad de
detener la destrucción de los seres vivos, antes de sobrepasar un umbral
irreversible, más allá del cual incluso el futuro de la humanidad sobre la
Tierra pueda estar en peligro".
P alabras del presidente francés,
Jacques Chirac, en la Conferencia Internacional sobre Biodiversidad que se
celebró hace poco en la sede de la UNESCO de París, a la que asistieron
cerca de 1200 expertos y políticos de 30 países. Según sus conclusiones
cerca de 16.000 especies animales y alrededor de 60.000 especies vegetales
corren el riesgo de desaparecer -solamente en España, según revela el Libro
Rojo de las Aves elaborado por la Sociedad Española de Ornitología y editado
por el Ministerio de Medio Ambiente, hay un centenar de especies o
subespecies de aves amenazadas, 15 de las cuales se encuentran ya en peligro
de extinción- se ha perdido el 45% de los bosques; un 32% de los anfibios
están a punto de desaparecer y el resto ve menguada su población
notablemente, año tras año, desde hace dos décadas. Para entendernos mejor:
uno de cada cuatro mamíferos, uno de cada ocho pájaros y uno de cada tres
anfibios se esfumarán irremediablemente. ¿Quién nos asegura que la especie
humana no se sumará a esta comitiva fúnebre? ¡Qué porvenir más negro!
¿Se imaginan ustedes un
médico que cure a los enfermos en proporción a la minuta que
estos le abonen? Pues éste es el trato que dan al planeta los
dirigentes de los países más ricos del mundo. |
Se puede afirmar, sin ninguna vacilación, que
las emisiones de gases de efecto invernadero -en España se incrementaron
cerca del 45% sobre el nivel de 1990, el triple que el Protocolo de Kioto
determinó para nuestro país- tienen una relación directa, plena e
indisoluble con el cambio climático, causante de todos los males que afectan
gravemente la capacidad de regeneración medioambiental terrestre, y, como
consecuencia, son responsables de la masiva extinción de especies;
equivalente a la que originó la desaparición de los dinosaurios de la faz
terrestre.
La acción humana alteró más el medioambiente durante los dos últimos siglos,
que en los veinte millones de años anteriores. Desde los comienzos de la
Revolución Industrial, el hombre, pensando que la vitalidad de la tierra es
perpetua, no supo conjugar la búsqueda del bienestar común con la
conservación de la naturaleza; parámetro que hoy día conocemos como
desarrollo sostenible. Ya desde hace décadas, aunque actualmente el clamor
es más relevante, se levantan las voces de investigadores y expertos
alertando que el estado de salud de nuestro planeta es cada lustro que pasa
más preocupante, y que la tierra está alcanzando un deterioro tan grave como
para decir que el futuro de la vida sobre la corteza terrestre es incierto.
La retórica de atención primaria sobre el estado de salud del mundo, se va
tornando con urgencia en un discurso que demanda soluciones inmediatas.
¿Se imaginan ustedes un médico que cure a los enfermos en proporción a la
minuta que estos le abonen? Pues, aunque ni tan siquiera lo sospechen, éste
es el trato que dan al planeta los dirigentes de los países más ricos del
mundo que prosiguen utilizando los términos económicos como moneda valiosa,
sin darse cuenta que el futuro de la especie humana es innegociable si el
cambio climático se vuelve irreversible. La temperatura aumentará entre
cuatro y siete grados a lo largo del siglo XXI. El cambio climático en la
península antártica es tan importante que el hielo se funde y el nivel del
mar aumentará notablemente: otro eslabón nocivo que añadir a la cadena de
despropósitos que la mal llamada civilización, sin proyección de futuro,
engendra para sobrevivir a corto plazo.
El índice Mundial de Sostenibilidad otorga a España, quizás con todo
merecimiento, la calificación de suspenso en los apartados de "reducción de
impactos de las infraestructuras", "el estado del suelo", "la calidad y la
cantidad de agua", "la reducción de la contaminación del aire", la "gestión
de los recursos naturales" y "la presión sobre el agua", clasificándonos en
el puesto 76º; resultado que habla poco en nuestro favor. Aunque, mientras
tanto, los españoles seguiremos discutiendo -cuando la globalización se
adueña de la Tierra y Europa converge hacia la unidad territorial- de
planes, nacionalismos, estatutos, autonomías y federalismos; asuntos propios
de mentes cicateras incapaces de sospechar que, por encima de todo, somos
ciudadanos del mundo y, como tales, debemos defender nuestro hábitat para
que los nietos de nuestros nietos contemplen todos los amaneceres del mundo.
∆ |