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SUPLEMENTO ASTURIAS
- ABRIL 2004
MUJER ASTUR
CARMEN GOMEZ OJEA
Escritora |
Texto y foto: Isabel Muñiz
Aprendió a nadar en el océano de las palabras con pocos años de
edad. Se sumergió con sus escritos en mansos mares y en aguas revueltas
sin recalar en exceso en ningún arrecife. Sus escritos, que leen tanto
jóvenes como mayores, le han hecho merecedora de muchos premios, entre
ellos el Nadal.
"A los niños se
les educa para ser ciudadanos hipócritas"
C on el tictac de
decenas de relojes de fondo comienza la conversación con Carmen Ojea. A
pesar de esta sonora presencia, el tiempo parece detenerse en su casa de
Gijón. Esta escritora asturiana vive en un décimo piso y desde las
alturas contempla parte de la ciudad y un pequeño trozo de su querido
Cantábrico.
-¿De dónde nació en ti la pasión por la literatura?
-No nació de nada, me la inocularon como te pueden inocular la
viruela. A mí me dieron siempre palabras nuevas cada noche. Me contaron
muchísimas historias, me cantaron muchísimas canciones y después me
compraron muchos libros. Quiero decir que esto lo vas metabolizando, y a
mí aquello me producía placer. De ahí nació ese amor a las palabras,
algunas como oropéndola, me gustaban simplemente por el sonido y no me
apetecía conocer el significado.
-¿Ya de pequeña contabas historias?
-Sí, conté muchas historias, muchos relatos inventados, otros
tomados de cuentos tradicionales que yo refundía y revisaba y cambiaba a
mi gusto y antojo. Empecé a escribir muchos cuentos ya muy pequeña, pero
por lo que dije, no se trata de un prodigio, es un proceso normal fruto
de algo plantado ya desde la cuna.
-¿Qué guardas de aquella niña?
-Yo creo que todo. No maté ni asfixié aquella niña. Es una cosa
que repito siempre cuando me preguntan esto, que yo creo que soy la hija
de aquella niña que fui. Aquella niña fue mi madre y está conmigo y
además yo no tengo ese sentido de la cronología, del ayer. No, porque
los libros que me gustaban de pequeña me siguen gustando hoy, y las
cosas que me gustaron me siguen gustando hoy. Sin embargo nunca me
gustaron las cosas de kiosco, las golosinas, y me siguen sin gustar, por
eso a mis hijos y a mis hijas les tenía atormentados.
"Yo creo que todas las mujeres que sufren la esclavitud de
la casa, del marido, tienen otra necesidad. Desean que la
escoba se vuelva voladora y las lleve volando fuera" |
-¿Qué hay de ti en tu obra?
-En mi obra, yo creo que hay todo. Yo tengo una postura en la
vida, una manera de enfocarla, de luchar contra aquello que no me gusta
y lo reflejo a través de personajes y situaciones. Las obras literarias
son trozos de vida, incluso las más surrealistas y las más oníricas,
porque los sueños también forman parte de la vida. Los personajes tienen
algo mío y algo de lo que quisiera yo tener y no tengo.
-¿Qué quieres tener y no tienes?
-Yo soy una persona violenta y creo que no soy justa en
ocasiones. Me gustaría ser buena persona, ser paciente, pacífica y mansa
de corazón pero no soy nada de eso, la verdad.
En mi armario hay un desastre, mi habitación de trabajo es un desastre y
todo lo que toco es un desastre. Mi ordenador es un desorden, y
probablemente a ningún hacker le interesen para nada mis cosas porque si
entra le vuelvo loco.
-¿Qué es lo que te conduce a ser una persona violenta?
-A mí me producen la violencia los desajustes, la injusticia, el
ver la obcecación de personas que creo que tenían la obligación de
pensar, porque como decía Víctor Hugo, el pensar es el derecho que
tenemos más severo, más molesto y menos divertido. Eso es lo que me
ataca los nervios, el hecho de la manipulación del fuerte sobre el
débil. No puedo decir con sinceridad que soy una persona pacifista.
Quiero serlo, odio las guerras, pero considero que a los tiranos, igual
que se hizo con César hay que meterles un puñal en el corazón. Lo digo
sinceramente.
-¿En qué cree Carmen Ojea?
-Pues mira, la fe es una virtud teologal y como virtud teologal
te la da Dios, y desde luego a mí no me han dado los dioses esa virtud.
Tengo fe en personas que me demostraron que eran dignas de mi fe y de mi
confianza, y en determinados animales que me parece que sí que puedo
tener confianza en ellos.
Creo que todavía hay gente que son la sal de la tierra, que trabajan
calladamente por la humanidad. Gente que tiene la suficiente fuerza, y
el suficiente vigor, coraje y generosidad, que hacen que esto no
explosione, porque sino con todas las agresiones al medio ambiente, esto
ya tenía que haber desaparecido.
-¿Qué cuestiones te inquietan?
-Me preocupan muchas cosas. Me preocupan todas esas agresiones
al medio ambiente, la explotación, que es un término que hoy en día está
muy mal visto, y la esclavitud que sigue, porque parece que hay cosas
que se mueren pero no todo lo que desaparece está muerto, sino que
permanece oculto. El progreso muchas veces no es ir adelante, es dar
vueltas en la misma cárcel.
"Me gustaría ser buena persona, ser paciente, pacífica y mansa
de corazón,
pero no soy nada de eso"
-Tu expresión es siempre muy directa y clara. ¿Tu forma
de ser te ha traído problemas?
-Bueno siempre tuve conflictos por el hecho de mirar las cosas
de otra manera. Para mí la paz no es lo contrario a la guerra. Me parece
que nunca voy a ver paz. Creo que existe una lucha de clases, una serie
de confrontaciones y que la vida es lucha de contrarios. Creo que se
puede avanzar hacia un sistema mejor, pero eso no se logra de golpe, lo
tienes que estar haciendo siempre. Yo soy de las de la revolución
permanente, es decir que no se asalta y se toma el Palacio de Invierno y
ya está todo hecho. La revolución tienes que hacerla todos los días. A
mí no me gusta llevar un programita y una brújula ni nada, cuando los
problemas me surgen prefiero solucionarlos in situ y en el momento. No
llevaría una mochila con un recetario, porque no sé lo que me va a
pasar. No tengo ganas de llevar un peso inútil encima de mí.
-Ahora que todo se pasa por el tamiz de lo políticamente
correcto ¿cómo reacciona tu entorno ante tus pensamientos?
-Mira, no lo sé. Tengo muchas personas en mi entorno que me
piden mi punto de vista, porque aunque luego ellas no estén de acuerdo
conmigo, sí les gusta ver las cosas desde mi ángulo, aunque sea un poco
raro.
-¿Por qué raro?
-Bueno, raro en el sentido de no normal. A mí nunca me gustaron
las congregaciones ni las concentraciones, porque a lo mejor en una
manifestación todo el mundo termina chillando la consigna de alguien con
la que no está de acuerdo, porque la masa te arrastra y puede más que el
individuo, yo procuro mirar las cosas de forma oblicua, la gente mira
hacia el horizonte, y yo hago más bien zigzag.
-Se piensa y se dice una cosa pero se hace otra muy
distinta. ¿Qué solución hay ante la hipocresía de una sociedad como la
española?
-La solución siempre es la raíz, es decir, educación. A los
niños se les está educando para ser ciudadanos hipócritas, porque yo
creo que la hipocresía es algo heredado de la Inquisición. La gente a la
Inquisición la considera un tribunal medieval y lejano, pero es muy
cercano a nosotros, porque duró hasta el siglo diecinueve y dejó sus
secuelas, y somos una sociedad de desequilibrados y de hipócritas. Si tú
querías comer jamón en viernes te tenías que esconder para hacerlo, y el
judío lo tenía que tomar porque si no descubrirían que era judío. Aquí
todo el mundo siempre vivió en sobresaltos, porque además el tribunal no
te decía quién te delataba. Eso es una herencia. El franquismo revivió
todo esto.
"Me pasma que la gente bautice a sus hijos, y luego les
hable mal de la religión" |
-¿Dónde ves reflejada esa hipocresía?
-La veo ahora mismo en todas las capas sociales. A mí me pasma
que la misma iglesia católica comenta que va poquísima gente a los
cultos y luego las peticiones de fechas de bodas tienen en ocasiones un
plazo de a lo mejor dos años si quieres tal iglesia o tal lugar. Me
pasma que la gente se case por este rito con todo lo que significa, que
bautice a sus hijos, y luego que a sus hijos les hablen mal de la
religión. Así estamos volviendo a la gente loca, y estamos creando una
ciudadanía hipócrita. Te pones a analizarlo y es horrible, aunque esto
pasa con todo. Es como el padre borracho que le suelta al hijo una
perorata contra los porros.
-¿Tienes algún proyecto u objetivo en mente?
-Me gustaría escribir una novela, en realidad es algo que ya
empecé pero luego lo dejé, y se trata de una mujer gijonesa que se va a
Francia cuando la revolución, y en París conoce a Carlota Cordal, que
está en el mismo hotel que ella. Carlota baja de Normandía y va a matar
a Marat. Ella es un poco testigo de todo esto. El personaje de Carlota
siempre me atrajo mucho. Esta joven normanda de 24 años coge la
diligencia de París mintiéndole a su padre y se marcha a la capital, se
va a un hotel, cuando era muy raro que una mujer viajase sola. Y esta
mujer de la novela también lo hace, se larga porque le atraen las
noticias que le llegan de la revolución.
-¿En toda mujer anida esa necesidad de revolución?
-Yo creo que sí. Me acuerdo una vez en una aldea que vi a una
mujer amasar pan y me quedó grabada esa escena porque lo hacía de una
forma mecánica, mirando por la ventana, y me dije: esta mujer con qué
estará soñando, con un novio que se fue o con las ganas de marchar y
escapar de esta cocina, y me gustó más la segunda idea. Yo creo que
todas las mujeres que sufren la esclavitud de la casa, del marido,
tienen otra necesidad, desean que la escoba se vuelva voladora y las
lleve volando fuera. Ahora han cambiado cosas porque afortunadamente
hubo muchas mujeres que lucharon y muchas murieron en el empeño. Por eso
a mí el día 8 de marzo me gusta recordar a todas esas muertas que
lucharon en tantos frentes ante la injusticia a la que estaban sometidas
y a la que seguimos estando sometidas en todavía muchos aspectos, porque
aquí a nada que te duermas te vuelven a comer. Tienes que luchar todos
los días por lo que se ganó, hay que avanzar y defender. No hay más que
ver los brotes de violencia que hay contra las mujeres. Cuanto más se
denuncia más palizas hay, y es que los hombres tienen pavor. Es como las
dictaduras, al final siempre hay ejecuciones cuando sabe el tirano que
ya lo tiene todo perdido. Y hay hombres que llevan muy mal que una mujer
les diga "déjame en paz, a mí no me grites", o "sírvete tú la comida que
yo ahora estoy haciendo otra cosa". ∆ |
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