Entre tanto abandono y tanto olvido
Celso Peyroux
Durante
muchos siglos habían trabajado con denuedo. Hubo luchas por la posesión de
las tierras más solaces y fértiles; ganaron espacio a los montes y a los
bosques; construyeron muros en los flancos de la montaña, para hacer más
llevadera la labor cotidiana en huertos y bancales; edificaron casas,
quintanas, hórreos, "teitus" y "corros" en las brañas, puentes, caminos de
herradura y molinos en las orillas de los ríos; nacieron las aldeas, los
pueblos, las parroquias rurales y en ellas vinieron al mundo, vivieron, se
procrearon y murieron generación tras generación desde la noche de los
tiempos. Hombres y mujeres fueron tejiendo -con los años- un lenguaje propio
y una literatura popular, legaron sus costumbres; fabricaron útiles y
herramientas; amasaron con sus manos la harina de la escanda y del maíz y el
barro para sus cerámicas y compusieron un folclore rico y variado para
ahuyentar las penas del alma, mientras los druidas (patriarcas y matriarcas)
enseñaban con prudencia, tolerancia y respeto la sabiduría profunda de la
tierra que ellos, a su vez, habían recibido de sus antepasados.
Con el correr de los años se dieron cuenta de que el mundo progresaba en las
urbes mecanizadas, mientras ellos seguían inmersos en una lucha dura -lluvia
y nieve- con un horizonte incierto en una gleba hostil que nunca había sido
la Arcadia novelada. Pueblos sin luz, sin carreteras, sin traídas de agua y
saneamientos y el deseo de un futuro mejor para los hijos fueron algunas de
las causas del masivo éxodo rural de los últimos cuarenta años. Muchos
Ainielle, verbo y gracia, -de Julio Llamazares, en la montaña del Pirineo
oscense- se quedaban todos los días en silencio "...entre tanto abandono y
tanto olvido..." y "...Devorados por el aburrimiento ante nuestros ojos
-escribe Bernanos- sin que nada podamos hacer para impedirlo..."
Hoy, en
Asturias, setecientos núcleos rurales han desaparecido desde entonces
y en los años que llegan muchos otros están condenados a seguir la
misma suerte. |
Hoy, en Asturias, setecientos núcleos rurales
han desaparecido desde entonces y en los años que llegan muchos otros están
condenados a seguir la misma suerte. Así, un día, se perderán las señas de
identidad y las raíces de un roble y de aquel manzano que no puede florecer
sin tierra.
No nos limitemos a contemplar nuestras raíces, nuestra idiosincrasia y la
herencia de nuestros mayores en los museos, considerando que estos archivos
son el legado de nuestros ancestros y de todo cuanto fueron. No convirtamos
el espacio rural -tan lleno de vida y de historia, tan cargado de valores
espirituales y endógenos- en un lugar sólo de visita dominical.
Porque si falta el "filandón", si falla aquel hombre -cuya palabra era una
escritura ante notario-, si desaparece el sexto sentido femenino de nuestras
madres y abuelas, si cada uno de nosotros nos refugiamos en el ostracismo
individual, habremos perdido nuestras verdaderas raíces, el valor colectivo
de lo humano y así lo habremos perdido todo.
¿No han sido estas tierras solares reivindicativos y de revoluciones a lo
largo de nuestra Historia? Pues todo cuanto hagamos en favor de nuestra
idiosincrasia, raíces y señas de identidad será un buen signo. Señal de que
habremos comenzado una revolución pendiente, incruenta, contestataria y justa.
Ya es tarde para recuperar el tiempo perdido, pero mientras queda vida queda
la esperanza de ver cómo entre todos podemos y debemos luchar por los que
aún sobreviven. Los hombres y mujeres cultos, inteligentes y solidarios de
la región -en la quintaesencia del pensamiento de Jovellanos- tienen la
palabra. ∆ |