Texto
y foto:
Isabel G. Muñiz.
"La
tierra es la que manda"
María
Amor, de Mieres, se levanta a las 5'30. Una hora más tarde un autobús
con destino al Pozo Figaredo la deja en su lugar de trabajo. Al llegar,
como cada día, se cambia de ropa, coge el foco y el autorrescatador y
se presenta en la plaza con sus compañeros de trabajo, una abrumadora
mayoría de hombres. La jaula -como llaman al ascensor de la mina- la
baja a la planta séptima y caminando por un plano inclinado llega a la
octava, donde realiza su trabajo como uno más. Desde las 7 hasta las 14
horas.
Su hija Claudia tiene sólo siete años y practica el hockey como los
ángeles, y aunque todavía es muy pequeña ya tiene claro que prefiere
no seguir los pasos de su madre. María es la sexta de ocho hermanos,
está separada y no puede evitar que le brillen los ojos cuando habla de
"su nena". "Una cosa que le digo es que el día de
mañana quiero que estudie, porque yo no estudié y quiero que se labre
un futuro. Como yo le digo a ella, que me invite a comer y no yo a
ella".
-¿Cómo llegaste a trabajar en la mina?
-Por la muerte de un hermano, yo soy hija de mineros y él
trabajaba en la mina. Luego fue cuando dieron opción a entrar a
familiares directos, incluido mujeres. En mi casa somos todas hermanas y
era él el único varón. Por esa desgracia estoy ahí.
-¿Se te había pasado alguna vez por la cabeza que
pudieras trabajar en la mina?
-Qué va, ni mucho menos, y más ahora en la época que estamos.
Antiguamente las mujeres trabajaban en la mina, en los lavaderos o las
que vivían en los pueblos iban a las alicatas a buscar carbón y
empujaban las vagonetas. Mi abuela y la madre de mi abuela trabajaron en
la mina, pero cuando yo entré hace dos años lo veía como algo
imposible, un trabajo de hombres.
"Fastidia
mucho llegar a casa con dolor de riñones y que te vengan diciendo que
no haces nada. No es así. A mí me educaron con la idea de que en la
vida había que trabajar, y trabajo porque nadie me regala nada. No
tengo que demostrar nada a nadie"
-Y tu familia ¿cómo reaccionó ante tu decisión?
-Mi padre -porque yo hace veintisiete años que no tengo madre-
lo pasó fatal cuando se mató el hijo, pero tengo que decir que
reaccionó muy bien, porque tanto él como mis hermanas no me pusieron
trabas de ninguna clase, al contrario.
-¿Qué sentiste el primer día que empezaste a
trabajar?
-Yo lo primero que buscaba era un trabajo "seguro" y
estable. Había oído hablar mucho de la mina pero nunca había entrado.
Tampoco me paré a pensar mucho. Me limité a entrar y fui detrás de
los de seguridad que son los que te enseñan la mina. No miré más, ni
miraba arriba ni miraba abajo, entraba por donde me mandaran fuera ancho
o fuera estrecho, y nada más.
-¿En qué consiste tu trabajo?
-Yo estoy en el punto de la botonera, que es donde se arrancan
las cintas y pánceres que hay dentro de la mina. Aparte de eso tengo
que tirar de pala, atender dos megafonías, el teléfono, hablar con la
gente que está por la mina. Y luego estoy en un embarque y allí bajan
vagones con material en un plano y yo tengo que recibirlos, desenganchar
lo que baja y distribuir, y luego cuando a mí me llega material de
vacío tengo que engancharlo y mandarlo afuera, todos los días lo
mismo.
-¿El hecho de trabajar con tantos hombres te
supuso algún problema?
-Yo particularmente no tuve ninguno. Sabes porque lo vas viendo,
que a unos hombres les gusta más y a otros les gusta menos, y a otros
no les importa en absoluto. Yo pienso que ellos lo que no quieren es que
molestes, entonces si tú demuestras que puedes trabajar no hay ningún
problema. En mi puesto antes de estar yo hay un hombre y en el turno
siguiente hay otro hombre, y yo como mujer saco el trabajo igual que
ellos.
Pero lo mismo que allí conozco hombres que no me ponen trabas, que
además apoyan, también hay mujeres, y esto duele, que no ven bien que
la mujer trabaje en la mina, y digo duele porque son mujeres como tú.
"Yo
creo que las mujeres tenemos más paciencia, y una cosa que puede suplir
a la fuerza, que es, como decía mi abuela, la maña. No nos aceleramos
tanto, pensamos más las cosas"
-¿Por qué crees tú que es?
-Por educación, porque esto es como cuando dices "¡ay,
qué hombre más machista", y sí, verdaderamente lo son, pero yo
siempre pienso que a todo hombre lo educa una mujer, y las mujeres somos
machistas. La sociedad nos lo inculcó así hace muchos años y es una
lacra que cuesta ir soltando. Sinceramente a mí me da lo mismo lo que
piensen o lo que no piensen, pero duele. Hay veces que vas por la calle
o en el autobús y te dicen: "¿Así que trabajas en la mina? ¿Y
qué haces? Estás fuera, no dentro ¿no?". Minimizan tu trabajo,
entonces fastidia mucho llegar a casa con dolor de riñones o con
moratones y arañazos y que te vengan diciendo que no haces nada. No es
así. A mí me educaron con la idea de que en la vida había que
trabajar, y trabajo porque nadie me regala nada y la lotería tampoco me
toca. Y no tengo que demostrar nada a nadie.
-¿Cómo es la relación entre las mujeres que
trabajáis en la mina?
-Entre todas las mujeres que trabajamos en Figaredo nos llevamos
bastante bien, somos siete nada más. Hay una chica que entró por un
examen por oposición y ahora está ejerciendo como capataz. La verdad
es que en un trabajo así una mujer con voz de mando a mí me merece
mucho respeto, porque supongo que no tiene que ser fácil.
"Cuando
estás ahí abajo la seguridad tiene que empezar por ti mismo"
-¿Qué cualidades crees que tiene la mujer que la
diferencian del hombre?
-El instinto, por ejemplo. Yo creo que las mujeres tenemos más
paciencia y tenemos una cosa que puede suplir a la fuerza, que es, como
decía mi abuela, la maña. No nos aceleramos tanto, pensamos más las
cosas, a lo mejor por costumbre, porque eres mujer y te han acostumbrado
siempre a hacer otra clase de trabajos. Yo en el trabajo no tengo
ningún problema, salvo que hay alguna cosa que no pueda yo sola,
entonces siempre pido ayuda.
-¿El hecho de trabajar en estas condiciones endurece
a uno?
-Sí, endurece porque el trabajo es duro ya y luego estamos
hablando de que tratamos con hombres. Yo si fuera frágil no podría
estar allí porque el trabajo es embrutecido, es otro idioma. Tienes que
conocer el ambiente y saber dónde te vas a meter, si tienes que tener
una conversación con hombres pues saber tener una conversación y que
te acepten. A mí no me fue fácil la vida y cuando llegué al punto de
entrar aquí a trabajar pues la verdad es que ya había tirado bastante.
Yo gano para mí y me lo pueden poner todo lo difícil de este mundo que
no voy a dejar de venir a trabajar porque yo como y mi hija come gracias
a eso.
"A todo hombre lo
educa una mujer, y las mujeres somos machistas. La sociedad nos lo
inculcó así hace muchos años y es una lacra que cuesta ir
soltando"
-¿En algún momento has tenido miedo a la muerte?
-Sí, claro. Sobre todo pensando que mi hermano se mató en la
mina y gente que conocí y que no conocí, e impresiona muchísimo.
Siempre piensas que te puede pasar algo o si estás haciendo una
maniobra y piensas "¿y si esto me cae encima?", pero tiene
que ser un pensamiento muy rápido muy rápido, porque no puedes dejar
que se apodere de ti.
-Y en lo que es tu trabajo cotidiano ¿convives con
la inseguridad?
-La inseguridad ya la tienes antes de entrar porque estás
trabajando bajo tierra y es un trabajo que hace el hombre pero la tierra
es la que manda, es la que puede con todo. Cuando estás ahí abajo la
seguridad tiene que empezar por ti mismo, por estar tú seguro de lo que
estás haciendo, porque si te pones a pensar en el montón de tierra que
tienes encima y que eso va pisando y pisando y que hay agua y que sabes
que se puede hundir... pero también confías en la gente que trabaja
allí y en la gente que lo hizo. Pero lo principal es tener seguridad en
ti misma. ∆
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