usana
Pérez ha sido finalista del premio "Sonrisa Vertical" del pasado
año y su primer libro, "Cuentos de hombres", fue uno de los más
vendidos en la feria del libro de Oviedo. En la actualidad esta asturiana,
que le hubiera gustado ser médico, procura compatibilizar su trabajo
profesional con el de su vocación literaria. Su reto está en conseguirlo.
-Trabajas en una asesoría fiscal y laboral y contable. ¿Eres lo que
quieres ser?
-Yo soy graduado social y procuradora a los tribunales, pero no
ejerzo. Me hubiese gustado ser médico, pero supongo que pesó más el
negocio familiar. Pero realmente lo que más que gustaría sería... yo qué
sé... vivir en una granja con patos, lechugas y tomates, y olvidarme del
mundo. La gente me pone muy nerviosa, la aglomeración, el tumulto... No me
gusta hablar, aunque después doy una imagen contraria.
-¿Cuándo nació en ti el interés por la literatura?
-La literatura siempre me salvo el pellejo, antes de publicar incluso.
Recuerdo que yo siempre suspendía todo en junio, sistemáticamente, y una
vez la profesora preguntó sobre la Alhambra. Yo me descolgué hablando de
ella porque la había visitado con mi padre varias veces y porque había
leído Cuentos de la Alhambra. Siempre me gustó mucho leer.
Yo creo que hay que desmitificar un poco todo esto de la literatura. Cuando
preguntan a un escritor "¿usted desde cuándo escribe?", resulta
que son todos prodigios. Suelen contestar "yo escribo desde niño, a
los trece años ya escribía cuentos". Insisto, yo lo que hacía era
salvar el pellejo en clase.
También hay intelectuales que van por la vida diciendo que se sufre
escribiendo. Chico, yo no sufro nada, yo lo paso estupendamente. Lamento
mucho no saber además pintar mucho mejor, porque me pasaría el resto de mi
vida pintando y escribiendo si me pudiese ganar la vida con ello, porque lo
paso bien.
Lo que no me gusta nada de la literatura es por ejemplo tener que
promocionar un libro, porque es doble trabajo, y habitualmente, a no ser que
seas un escritor consagrado, la editorial no te lo hace. Eso de tener que ir
a una feria, o a una televisión no me gusta. Y claro, yo soy una persona
como muy "hormiga". Soy una vaga extraña. Yo me lo curro todo:
hago la promoción, hago gorras, hago todo.
-A la hora de escribir algo ¿tienes predilección por algún tema?
-No, y espero no estar pareciendo una simple, pero soy como soy y no
me voy a poner interesante. Yo enciendo el ordenador y escribo una frase
sobre alguna cosa que vi o que me hizo gracia. Yo empiezo, y luego va
saliendo. No estructuro nada, no hago un esquema. Nunca sé cómo va a
terminar lo que escribo.
-Te dejas guiar más por instinto, por la intuición...
-Sí. De todas formas, te voy a decir que yo aprendo de los libros,
evidentemente, pero aprendo mucho más de los sentimientos y de lo que veo.
La inteligencia emocional es lo mío. Si una cosa no me sorprende, no me
interesa. Por ejemplo, dejé de estudiar porque no me interesaba lo que me
estaban explicando.
-¿De cuál de tus escritos te sientes más orgullosa?
-Desde el punto de vista literario, Mandarina es lo mejor que he
escrito, sin embargo posiblemente sea la más difícil de leer para gente
que no está habituada a una historia de amor desde el punto de vista del
sexo, porque desde la primera hasta la ultima letra, Mandarina enterita, es
sexo puro. Ahí reflejo lo que yo siento hacia el sexo, hacia el amor y
hacia ciertos comportamientos. Lo que más está sorprendiendo a la gente es
que se pueda escribir un libro así y que luego opines lo que yo opino de
esos temas.
-Sexo y amor.
-Yo uno el sexo y el amor de una manera que no se puede desvincular.
Me sorprende la portada de una revista que anuncia las cien mejores posturas
para el polvo del siglo. Yo eso lo encuentro patético, y me da pena, sobre
todo por los adolescentes y por la gente que se crea que puede ser así. La
gente cree que el sexo es ballet, pero imagínate que la primera vez no
resulta ballet, sino una jota maña mal bailada. Puede resultar una
decepción terrible. Yo creo que se le da demasiada importancia al sexo
últimamente, y muy poca al sentimiento. Y se intenta desvincular una cosa
de la otra, como si fuese una moda.
-¿Crees que la mujer realmente adopta roles machistas?
-Sí, yo creo que la mujer siente de una manera diferente al hombre,
pero lo que está haciendo es copiar roles de macho. Y yo no quiero ser una
macho, porque además hay otra cosa, y es que un porcentaje muy grande de
individuos piensan con la entrepierna, y yo no quiero ir atrás en la escala
de la evolución.
A mí me sorprende cuando en la playa hay una señora con un bikini pequeño
y alrededor hay muchos hombres que están sobreexcitados, y
sobredimensionando lo que es una señora en bikini. O por ejemplo, los
jueces que en las sentencias se basan en la minifalda o el pantalón
apretado; esos son disminuidos psíquicos que los hay que encerrar.
Observando comportamientos antediluvianos y de macho creo que las mujeres
estamos más evolucionadas.
-¿Crees que la mujer no se ha descubierto a sí misma, para poder
mostrar lo que es la auténtica mujer?
-Yo creo que la mujer está un poco confundida, a causa de la
represión que tuvimos antes y con la apertura que tenemos ahora, que
coincide con la globalización tremenda y asquerosa que nos invade. Hay
mujeres a las que le da vergüenza mostrarse como son, porque en el momento
en que te muestras como eres, da la sensación de que el hombre lo toma como
una debilidad.
-Escribir Mandarina ¿supuso para ti romper ciertos moldes?
-No. Yo soy una persona muy natural, una persona que sin libertad no
podría vivir. Me moriría. Comprendo que suena idiota, pero lo mismo que te
puedes morir de amor, te puedes morir de falta de libertad.
A mí haber escrito este libro me parece una cosa muy normal. No me gusta
hablar de sexo en reuniones de gente, cuando hay muchas parejas y en un
momento determinado, se ponen a contar su vida. Me parece una ordinariez.
Pero escribir un libro, insisto, una historia de amor desde el punto de
vista del sexo, me parece de lo más normal. No lo hago ni como una
provocación ni como un reto. Ahora bien, una vez escrito, reconozco que sí
es muy difícil escribir una novela así sin caer en la ordinariez, en la
vulgaridad e incluso en la guarrería, porque te mueves en un léxico muy
limitado y las palabras son las que son.
-Si un hombre pudiera meterse en la piel de una mujer ¿qué
descubriría de nuevo?
-Yo creo que descubriría que la mujer siente de manera diferente y
que no hay que engañarla, que es de lo que habla Mandarina. Descubriría
que hay muchas mujeres que se pueden morir por amor. Descubriría que no
debe engañar. Descubriría que cuando una se queja porque le duele la
cabeza, o por que tiene la regla, que no es un cuento. Descubriría que el
histerismo femenino no existe como tal.
-¿Te importa lo que los demás piensen de ti?
-Me importa relativamente. Yo procuro no faltar al respeto a nadie.
Me importaría que alguien pensase de mí que me enriquecí ilícitamente,
por ejemplo, o que me aprovecho de la política para hacer dinero en
beneficio mío. El resto no me importa.
-¿Qué es lo que más te fastidia de los hombres?
-¿Lo que más me fastidia? Con los hombres tengo un problema, y es
que me gustan todos. Yo siempre encuentro algo interesante en un hombre. La
chulería me puede ofender, pero eso también lo hay en las mujeres. En la
relación ya personal me molesta mucho la mentira.
-Un valor importante para tu vida.
-La verdad, la honestidad, la honradez. Y saber pedir perdón.
evidentemente. Que sea más importante el ser que el querer.
-¿Te sientes comprometida con algo?
-Con la vida. Vivir sin compromiso no merece la pena. No me gusta el
pasotismo que caracteriza ahora a la juventud. Me siento comprometida con la
verdad, con la justicia, con el poder decir lo que quieres, contra la
tiranía. Yo creo que contra eso hay que estar comprometido siempre.
El que diga que es completamente feliz, o es imbécil, o te está mintiendo,
porque si ves el telediario ya no puedes ser feliz. Es decir, sabes que hay
gente que está esclavizada, o gente que está pasando hambre cerca de tu
casa. Si no piensas eso no eres un ser humano, o eres un ser humano a
trozos. Yo creo que así no merece la pena vivir. ∆