esde muy
temprana edad Juan Cofiño sintió su vocación política, en especial a
finales de los setenta, cuando nuestro país estaba en un proceso de cambio
y transformación espectacular. En un principio compaginaba su actividad
profesional con la política, pero al final, esta última le ganó la
partida, y a día de hoy lleva 18 años como diputado regional. Ha sido el
impulsor de la franquicia Crivencar, ha gestionado una explotación
ganadera; como sindicalista, fue el primer secretario general de la Unión
de Campesinos Asturianos (UCA), ha ocupado cargos como consejero de Obras
Públicas o secretario de la Presidencia del Gobierno. Sus opiniones
recientemente han generado ríos de tinta en los medios de comunicación.
"En los últimos meses -comenta Juan Cofiño- se ha escrito bastante
con ocasión de algunos asuntos concretos en los que he tomado parte
relevante, como el de la ley de Cajas, que ha provocado cierto grado de
tensión en nuestra comunidad autónoma".
-¿Satisfecho al final de todo?
-Me siento especialmente satisfecho porque creo que se ha rendido
uno de los mejores servicios que se podía hacer a la región, y ha sido
reponer -y lo digo con todas las consecuencias- la honestidad y la honradez
en esa institución fundamental y de referencia para todos los asturianos
que se llama Cajastur.
-Para ti ¿qué implica ser socialista?
-Desde el punto de vista del compromiso político, la honradez, la
honestidad y la transparencia en la gestión de la cosa pública, que debe
ser predicable en todo el mundo que se dedique a la política. Más allá de
esto, es tener establecido un compromiso de trabajo en la vida en general y
en el ejercicio de la acción política cuando corresponda, y unos
principios que yo considero inmutables, que identifican al socialismo desde
siempre. Ser socialista sigue siendo lo que era hace ciento y pico años, es
sencillamente hacer una militancia a favor de la solidaridad, de la
libertad, de la fraternidad, de la igualdad, aunque creamos que son
conceptos que nunca estarán logrados al cien por cien. Probablemente
algunos de estos conceptos estén más lejos hoy de su plenitud que hace
cuarenta o cincuenta años.
-Honestidad, honradez... ¿es difícil ser consecuente con esos
principios?
-Tiene costes. La honestidad, la honradez son conceptos que no se
pueden relativizar; o se ejercen en términos absolutos, o no valen la pena.
No es difícil, si uno ha llegado a la política inmerso en esos principios.
No es difícil en el plano interno, pero sí lo es al ejercerlos todos los
días frente al exterior, porque tiene costes de todo tipo. En la sociedad
que vivimos, plagada de intereses económicos y materiales, es evidente que
este radicalismo en materia de honestidad y de honradez choca con esos
intereses. Y eso tiene costes, algunos de los cuales estoy sufriendo, y los
asumo. Hay algún medio de comunicación en concreto, aliado con intereses
determinados, que se ha visto afectado por las últimas actuaciones mías, y
me han estado pasando factura, incluso de una forma excesiva. Han utilizado
métodos y medios, que no son predicables en un correcto entendimiento de la
profesión periodística, pero en fin, eso es la responsabilidad de cada
cual.
-¿Crees que los medios de comunicación son responsables de que la
vida política esté tan enrarecida?
-La relación entre los políticos y los medios de comunicación, es
siempre compleja y problemática. Los medios de comunicación tienen
intereses y también responden a ellos; en muchos casos son legítimos, en
otros no tanto, pero son intereses al fin y al cabo. El principio de la
libertad de información es básico y fundamental, y hoy la prensa es un
poder más, no el menos relevante precisamente. Yo creo que los poderes
tienen que disciplinarse también, y en este país, probablemente, no ha
empezado esa tarea. Yo no soy ningún censor, todo lo contrario, pero creo
que un buen entendimiento de libertad de prensa pasa por regularla. Todos
los poderes del Estado están reglados y el de los medios de comunicación
necesita someterse también a reglas. Este país ha vivido una época
demasiado larga de opresión y de falta de ejercicio de libertad de
información y de prensa. Es probable que estemos viviendo la ley del
péndulo y nos hayamos pasado al extremo opuesto.
-¿Qué pasa con la clase política que cada día está más
devaluada?
-Creo que no hay una respuesta unívoca, porque no es un solo
elemento el que juega aquí a favor de esta valoración tan penosa. A mí no
me gusta la expresión "clase política". Venimos de una etapa en
la que la actividad política acaparaba todos los planos de la actualidad y
era además ilusionante. Luego, cuando la política se instaura y se ejerce
en el campo de la normalidad, momento en el que estamos, pues surge un
elemento de desmotivación. Pero eso no explica el problema: la tan baja
estima que tiene el ciudadano español por la política y por la clase
política. Creo que tenemos que hacer una lectura crítica de nosotros
mismos y de lo que hemos hecho.
Si a eso añades que los partidos, prácticamente todos, vamos corriendo
todos hacia el centro político, tal vez sea más difícil explicárselo al
ciudadano, porque tampoco hay grandes diferencias, ni programáticas ni de
política en general entre uno y otro partido. Yo por eso reclamo siempre
que el Partido Socialista tiene que ser alternativa de gobierno desde un
programa político diferenciado. Por tanto, hay que regenerar el partido
desde el punto de vista de la ética, de los comportamientos.
-¿Crees que la izquierda tiene que redefinir sus parámetros?
-Bueno, todos sabemos que la política, ni siquiera desde la
izquierda en Asturias, ha servido realmente para salvar o para remontar una
situación de crisis generalizada. De hecho estamos en estos momentos -hay
que reconocerlo- sin un modelo de crecimiento económico y probablemente sin
un modelo de región perfectamente dibujado y por el que dar la batalla. Hay
un problema de la izquierda en general. El Partido Socialista, por hablar
del partido mayoritario de la izquierda, está viviendo una fase de
desorientación ideológica sin paliativos. Se escuchan voces que cuestionan
incluso la vigencia de determinados principios a los que me he referido
antes, y a los que no renuncio. Creo que la izquierda, tanto en España como
en Europa, ha tenido necesariamente que dar pasos para asumir el sistema
capitalista. Somos presos de esa situación, porque vamos de la mano de ese
compromiso hacia nuevas formulaciones del capitalismo. No tenemos, desde el
socialismo en general, armas o estrategias para combatir o para tomar
posición en relación con asuntos fundamentales, como los grandes
movimientos de masas, de capitales, como los asuntos medioambientales a
escala universal, hacia las nuevas formas de los mercados de trabajo.., en
definitiva, como opción de izquierda no tenemos estrategia frente a los
nuevos fenómenos del capitalismo. Se está reclamando permanentemente por
parte de todo el mundo, que se redefinan, que se perfilen, que adquieran
nitidez, los postulados de la izquierda hoy.
-A día de hoy ¿qué balance harías del gobierno Areces?
-Yo formo parte de un grupo parlamentario que apoya a este gobierno.
Dicho esto, yo tengo matices que hacer. Respecto a la gestión, no tanto del
gobierno como del propio presidente, todo el mundo sabe que yo no comparto,
desde el punto de vista de la forma y del fondo, la manera en la que se
está desarrollando la tarea de gobierno. Me estoy refiriendo al excesivo
presidencialismo. Yo creo que el programa electoral socialista se puede
gestionar de muchas maneras, pero no como se está haciendo en estos
momentos.
De todas formas yo no quiero ser catastrofista ni tampoco especialmente
optimista. Los datos objetivos de la economía están ahí, aunque no es un
tema que afecte sólo a este gobierno en concreto. Lo que está claro es que
entre todos no somos capaces de que se produzca un punto de inflexión en la
economía regional. Todos los indicadores que tenemos a día de hoy encima
de la mesa, son indicadores tremendamente negativos. El PIB regional, del
paro, del crecimiento, etc, son indicadores que desde luego no invitan al
optimismo. Esto no es una opinión, sino la constatación de datos, y repito
que no son exclusivamente achacables a este gobierno. En definitiva,
necesitamos en estos momentos hacer un análisis en profundidad para situar
Asturias en el contexto internacional.
-¿Crees que la utopía es una forma de ilusión errónea?
-No si uno es consciente de dicha utopía. Si no tienes una
determinada dosis de utopía, no eres válido para estar en política. En
política no se puede estar únicamente por un mero ejercicio de
pragmatismo, ya que entonces estaríamos hablando de mera gestión
administrativa de la cosa pública. La política implica una cierta dosis de
ilusión, de utopía y de convencimiento en la necesidad de transformar la
vida y las cosas.
-La solidaridad ¿vale la pena?
-Sí, desde luego, por muy gastada que esté o aunque demasiadas
veces se haga un uso perverso del término, sigue siendo un concepto
absolutamente vigente. El término solidaridad puede conjugarse desde muchos
puntos de vista, uno de ellos es el plano internacional. El Partido
Socialista Español, al menos el que yo conozco, también el asturiano, ha
vuelto la espalda a la solidaridad en el terreno internacional. Yo denuncio
sobre todo nuestra incapacidad para corregir lo que ha sido una constante
histórica en el Partido Socialista, que siempre ha tenido una variable
interna aplicada a la solidaridad, o por lo menos la teorizaba en sus
manuales, en sus ponencias y cuando pudo la practicó, sin embargo hoy el
Partido Socialista apenas piensa en este término, justamente cuando el
mundo está más necesitado de conjugar de verdad el concepto de
solidaridad.
-¿Qué te gustaría que se hiciese realidad cara al futuro?
-Que los malos síntomas que se perciben en relación con el
desenvolvimiento de la política en Asturias no se consoliden. Añoro los
tiempos cuando yo comencé en la política, junto con otros muchos
compañeros, tiempos en los que la política tenía muchos más elementos de
utopía. Antes en política se entraba por vocación, con ilusión y con
bastante dosis de utopía; hoy la política, por desgracia, es algo más
prosaico. Hay demasiados intereses, demasiados malos comportamientos,
demasiadas mezquindades. Por eso mi mayor deseo es retrotraer ese espíritu
de la política de finales de los años setenta.
En cuanto a Asturias, que sea una sociedad mucho más pujante, con unos
elementos y con unos indicadores de desarrollo diametralmente opuestos a los
que sufrimos y padecemos. Que los problemas del paro, la falta de
crecimiento económico, de la escasa natalidad industrial, la capitalidad
industrial, sean problemas que vayan desapareciendo de nuestra tierra.
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