
Vista la alternativa creo que no me queda otra: estoy
empezando a mirar a Rajoy con mejores ojos. Ahora que se ha hecho adalid
de la nueva derecha (ja), y ha tumbado a la vieja guardia (así, a la
gallega: como quien no quiere la cosa), estoy empezando a observarle con
curiosidad, a ver si resulta que este hombre incluso va a tener la
capacidad de sorprenderme. |
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MAYO 2008

OTROS
VENDRAN
POR ELENA F. VISPO
H ay que ver lo mal
que me cae Mariano Rajoy. Reconozco que tiene mucho (o todo) que ver con
sus ideas políticas, claro, pero es que además el tío me cae mal. Es
algo visceral, no puedo evitarlo: esas eshes arrastradas, esa barba, esa
mirada perdida, esa incoherencia al hablar… Vamos, que es verle en la
tele y cambiar de canal por sistema, independientemente de lo que esté
contando, porque no sé si ha quedado claro, pero es que me cae muy mal.
Fatal.
Otro que está en mi lista de indeseables, salvando las distancias, es el
Papa. El Papa así, en general: cualquier Papa. Un jefe de un Estado
diminuto que nadie sabe muy bien cómo funciona pero al que todo el
mundo, no sé muy bien por qué, le tiene un respeto alucinante. Porque el
tío va de visita a cualquier país, le dice a la gente lo que tiene que
hacer, y todos agachan la oreja, en vez de decirle que se meta en sus
asuntos, como si en su casa no tuviera mucho que arreglar. Pero no, el
tío venga a dar órdenes y consejos. Y menudos consejos: desde el
genocidio encubierto del SIDA en África hasta la política sobre la mujer
(yo es que veo una monja y me pongo de mala leche, qué puedo hacerle),
hasta… todo.
El asunto es que últimamente estoy descubriendo que es muy válido el
refrán de "otro vendrá que bueno me hará". Porque, por ejemplo, a mí
Juan Pablo II como que no. Otro para la lista. Nada personal, era más
por cuestiones de su cargo, pero el caso es que ahora, visto el
sustituto, me sorprendo recordándolo con cierto cariño. El antiguo Papa
tenía un punto naïve, era un Papa buenrollista, "Juan Pablo Segundo te
quiere todo el mundo", el Papa de los jóvenes, y tal. Ahora, en la
distancia, me parece recordar a un abuelete casi entrañable, al que
nadie le hace mucho caso cuando desgrana batallitas, porque son las
mismas siempre y ya nos las sabemos, pero bueno, ahí está. O estaba.
Pero es que el amigo Benedicto Dieciséis, además de tener una rima mucho
más difícil, tiene otra cualidad envidiable: hace bueno a cualquiera.
Incluso a otro Papa.
Y con Mariano Rajoy me pasa lo mismo. Es un poco aterrador, pero le
estoy cogiendo un poco de cariño. Poco, pero lo justo para asustarme de
mí misma. Pero es que sólo imaginarme a Esperanza Aguirre en su puesto
ya me entran las siete cosas. Ahí está ella, como los leones del
Serengeti, acechando a su presa, y encima con el morro de decir: "a mí
la verdad es que no me apetece nada presentarme a Presidenta, dónde va a
parar, pero bueno, si es por el bien de España…". Vamos, que si hay que
ir, se va. Pero, siguiendo con la frase hecha, como ir para ná es
tontería, primero se dedica a tocar las narices, a tantear el terreno, a
crispar al personal (¿dan unas clases especiales de mal rollo en ese
partido? ¿les hacen un examen antes de darles el carnet?). Y todo con
esa sonrisa sempiterna de "mira qué buena que soy", pero con los dientes
afilados. A mí siempre me ha dado miedito la gente que no sonríe con los
ojos.
Total, que vista la alternativa creo que no me queda otra: estoy
empezando a mirar a Rajoy con mejores ojos. Ahora que se ha hecho adalid
de la nueva derecha (ja), y ha tumbado a la vieja guardia (así, a la
gallega: como quien no quiere la cosa), estoy empezando a observarle con
curiosidad, a ver si resulta que este hombre incluso va a tener la
capacidad de sorprenderme. Que lo dudo, pero ya me gustaría. La
alternativa, de momento, me da sudores fríos.
Así que voy a decir lo que nunca pensé: Aguanta, Mariano. Que a ver si
ahora resulta que eres el mal menor. § |