Los franceses no quieren servir café au lait, ni
tostar croissants, ni hornear baguettes. Y sin cafés, croissants ni
baguettes el país se hunde. No hay
Sarkozy que lo salve.
Así las cosas, decíamos, los ilegales han ido a la huelga.
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MAYO 2008
LOS INVISIBLES
POR CAROLINA FERNANDEZ
Erase
una vez un país que no quería a sus inmigrantes. Explicándolo mejor,
diremos que no quería a los inmigrantes en general ni a los suyos en
particular, entendiendo como "suyos" aquellos que están viviendo en el
país desde hace tiempo en una situación relativamente normalizada, léase
contrato laboral e impuestos al día, que en definitiva es lo que a la
administración más le importa. Falta un pequeño detalle, diminuto,
ínfimo, a saber: podrían ser expulsados en cualquier momento. Son
ilegales. Ilegales que trabajan, que cumplen con sus compromisos
sociales y que viven con la soga al cuello conscientes de que en
cualquier momento los embarcan en un avión de vuelta a su casa.
Pero hete aquí que los ilegales están un poco hartos ya de contribuir al
sostenimiento del país, sin recibir a cambio más que malas caras y
discursos políticos plagados de tópicos sobre el grave problema que
supone para un país la inmigración ilegal. Por eso se han propuesto
demostrar que sí, efectivamente, para un país supone un grave problema
seguir manteniendo en la ilegalidad a miles de trabajadores extranjeros.
¿Cómo demostrarlo? Sencillo: dejando de trabajar. Huelga. Los ilegales
en huelga. Brazos cruzados y a ver qué pasa. ¿Puede haber un plan más
brillante?
Y así ha sido. Hablamos de Francia, país donde Sarkozy echa mano cuando
le viene bien de un trasnochado discurso que pretende vender a los
votantes mano dura frente a la inmigración. Sarkozy, el mismo que se
llenó la boca de críticas al gobierno de Zapatero cuando promovió la
regularización de trabajadores en España, ahora se ve forzado a estudiar
una medida similar, si no quiere que se le desmonte medio país. Y es que
los enfants de la patrie ya no quieren trabajar en determinados puestos.
Rechazan la hostelería, el comercio, la limpieza, la seguridad privada,
la construcción… Los franceses no quieren servir café au lait, ni tostar
croissants, ni hornear baguettes. Y sin cafés, croissants ni baguettes
el país se hunde. No hay Sarkozy que lo salve.
Así las cosas, decíamos, los ilegales han ido a la huelga.
Hago un paréntesis para subrayar algo fascinante que tienen los
franceses, y es ese savoir faire cuando se trata de organizar una
huelga. No se lanzan a una chapuza cualquiera, no. Tampoco andan
ratoneando tiempos y dineros, para al final acabar pegando cuatro
alaridos delante de un ministerio, megáfono en mano, gritando consignas
chuscas al ritmo del chiki chiki. No. Los franceses cuando van a la
huelga se lanzan a la yugular del sistema, y puestos ahí, con los
dientes hincados, esperan a ver quién cede antes. Va a ser que ese
corporativismo ‘huelguil’ imposible de ver en España, es herencia del
espíritu de la Revolución Francesa. Aquí todo es mucho más folclórico y
menos efectivo, herencia de nuestras ínfulas, que siempre quedaron en
nada. Vale que ahora no estamos hablando de franceses en sentido
estricto, sino de inmigrantes en Francia, pero es evidente que algo se
les ha pegado.
Bien. Recapitulemos. A ver si lo entiendo: los ilegales no pueden ser
contratados porque a los empresarios les cae un puro si lo hacen, sin
embargo sí trabajan, y mucho. No existen pero pagan impuestos. Pagan
impuestos desde el limbo. Trabajan sin existir. Y como trabajadores que
son, van a la huelga. Sin embargo como ilegales que son, no pueden ser
reconocidos como trabajadores… Entonces ¿quién sirve los cafés en
Francia? La huelga de este sector invisible es una jugada brillante,
porque descubre elegantemente la incoherencia de un sistema que se apoya
en ellos, sin que se atreva a reconocer su existencia. Es la soberbia de
los ricos.
Afortunadamente, hay una parte de la sociedad que ya ha caído en la
cuenta de que no se puede ser tan simple a la hora de la demagogia y la
retórica anti inmigración que gastan alegremente algunos gobiernos. Y
afortunadamente es una parte de la sociedad a la que el gobierno no
puede ningunear. Son los empresarios, hartos de las trabas legales para
contratar, de no cubrir puestos vacantes y de arriesgarse a un proceso
judicial si tratan con un ilegal. Es el absurdo de un sistema que, sin
esa mano de obra, tendría graves problemas para mantenerse a flote. Las
sociedades, mal que les pese a algunos, ya no pueden estructurarse sin
inmigración. El resto son argumentos tontos para votos facilones.
¿Y en España? En España tranquilos todos, que aquí no pasa nada mientras
no nos dejen sin nuestras cañitas con tapa, a falta de café au lait. § |