
La sociedad no debiera admitir, sin riesgo de caer en
un circo social, que ciertos individuos o corporaciones conviertan en
rehén y se apropien de aportaciones que se deben y pertenecen a esa
sociedad. |
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MAYO 2008

EL
CIRCO SOCIAL
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Antes
de que permitiésemos que nos sometiesen al bárbaro e indigno funambulismo de
vivir en el alambre de un séptimo piso. Antes, digo, de dejarnos apilar como
productos de bajo coste en anaqueles que se cobran a precio de oro, habitaba
ya entre nosotros -como la necesidad de un dios al que atarnos en los días
de tormenta-, la idea del pérfido malabarismo del "éxito" como motor de las
más elementales organizaciones sociales de las que se tienen conocimiento.
Es más, creo que el "éxito" viene inscrito en la genética de cada individuo.
Como cualquier malformación, ocurre que ésta nos inhabilita para la vida en
sociedad, o cuando menos nos merma, a la par que distorsiona el contrato
social, constituyéndose en una claúsula leonina que jamás debiera ser
reconocida como derecho.
El "éxito" es un logro en el fin colectivo que no debiera representar para
quien lo consigue más que reconocimiento, nunca fortuna. Es decir, que no es
un producto enajenable sino un bien común del que hacemos participes a los
demás, a la vez que disfrutamos de él a través de aquellos otros que en
otras materias lo alcanzan y en igual disposición lo comparten.
El descubrimiento no da derecho de ocupación, pues no define propiedad sino
conocimiento. En una palabra, que cuando descubrimos algo o cuando
inventamos algo, no estamos sino hallando lo que por ignorancia o falta de
investigación parecía oculto a nuestros ojos. Paradigma de este síndrome es
el del descubrimiento del continente americano, malabarismo de "éxito" por
el que un puñado de analfabetos buscando una ruta alternativa a las Indias
se encuentran con él y no se les ocurre sino quedárselo. Y no contentos con
tal atrocidad, lo celebran por los siglos de los siglos, en lo que supone el
canto a la ignorancia más desvergonzado de cuantos conozco.
Pero volviendo al malabarismo que nos ocupa, el "éxito, he de decir que en
nuestros días no sólo se ha sofisticado, como lo ha hecho toda barbarie,
sino que ha alcanzado gran esplendor. Es más, podemos afirmar sin temor a
equivocarnos, que hoy por hoy, el conseguirlo y poseerlo te da derecho a
bienes terrenales y también seudoespirituales, tantos y tan variados que se
te perdona cualquier atrocidad que cometas si con ella o a raíz de ella te
haces acreedor de su posesión.
Sostener esta teoría me puede llevar a ser injusto con aquellos que día tras
día se afanan en empresas que se hallan necesitadas, por el bien de todos,
de alcanzarlo; mi respeto y admiración por ellos, porque es innegable que la
salud de una sociedad avanzada se cimienta y concreta en el éxito que ésta
tenga a la hora de enfrentar los avatares a que la vida en sí misma, es
decir, como suceso biológico y como fenómeno sociológico nos presenta.
Problemas que necesitan ser resueltos satisfactoriamente, quién lo puede
poner en duda. Sin embargo, esa necesidad no puede ser jamás piedra de
injusticia, es más, no puede corromper el tejido social, porque si lo hace
el daño que causa será muy superior al bien que con ello se trata de
alcanzar.
Hoy el "éxito" es nocivo, en la medida en que convierte la sana relación
social de intercambio de ideas y proyectos en un mero negocio, mediante el
cual, una parte esclaviza a la otra en aras del valor superior de lo
aportado por ellos frente a las aportaciones de los otros. Sabiendo que es
mentira, pues en la sociedad toda necesidad tiene que ser remediada, desde
la más compleja a la más simple, porque de la buena marcha de unas dependen
en gran medida las otras. Así que no se puede valorar tan alto el quehacer
de unos individuos, ni infravalorar el de otros de manera tan cicatera
La sociedad no debiera admitir, sin riesgo de caer en un circo social, que
ciertos individuos o corporaciones conviertan en rehén y se apropien de
aportaciones que se deben y pertenecen a esa sociedad. Y que por esa misma
razón jamás se le deben ofrecer como productos enajenables, porque con ello
estamos pervirtiendo el lógico sentido de la vida en sociedad por una vida
en dependencia.
Una cosa es premiar el esfuerzo y otra muy distinta es aforarlo y
privilegiarlo más allá de lo que el más elemental sentido de justicia
establece, porque llegados a ese punto, podemos afirmar con rotundidad que
el "éxito" nos ha llevado al más profundo y feroz de los fracasos. § |