Hablar permite visualizar lo que pensamos y, en
consecuencia, la lengua siempre es una herramienta ideológica. Por ello,
muchas filólogas reclaman una evolución del lenguaje para que éste sea menos
sexista.
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JULIO 2008
EL LENGUAJE Y LA REALIDAD
POR ISABEL MENENDEZ
El
lenguaje es el soporte simbólico del pensamiento. Es decir, hablar
permite visualizar lo que pensamos y, en consecuencia, la lengua siempre
es una herramienta ideológica. Por ello, muchas filólogas reclaman una
evolución del lenguaje para que éste sea menos sexista ya que "lo que no
se nombra, no existe". La discusión sobre el sexismo lingüístico es
larga, desde quienes argumentan que la lengua no es sexista (serían
sexistas las personas que la hablan) hasta quienes niegan la mayor, esto
es, la propia existencia del sexismo, argumentación que choca con el
hecho, bastante aceptado, de que se produce, en diferentes grados, en
prácticamente todas las lenguas del mundo.
En relación con la lengua española, la institución que la conserva y
otorga rango normativo a sus usos, la Real Academia Española, ha
demostrado sobradamente que la lengua es un ente vivo, que construyen
cada día las y los hablantes, quienes la hacen evolucionar, cambiar,
adaptarse a los nuevos tiempos. Así, no es extraño que la propia
Academia haya introducido con frecuencia eso que se denomina
"anglicismo", esto es, una palabra derivada del inglés que no necesita
traducción para ser comprendida, como el común "fútbol", cuyo origen es
la voz inglesa "football". También existen los "neologismos", que son
palabras de nueva creación ya que todos los idiomas constan de
mecanismos para introducir nuevas voces. Algunos ejemplos pueden ser "hipertextual"
o "cibernauta", vocablos que ya han sido aceptados.
Esta evolución de la Academia choca, sin embargo, con la resistencia a
incorporar voces o significados relacionados con la igualdad entre
hombres y mujeres. Grande fue la polémica por el propio término
"género". Este sustantivo proviene de "gender", una palabra que se
refiere al hecho cultural de ser hombre o mujer que fue incorporada en
los textos académicos anglosajones a partir de los años setenta del
siglo XX. Una vez que las sociedades occidentales habían alcanzado la
igualdad formal, en las leyes, la investigación feminista se dedicó a
analizar la estructura social para descubrir la desigualdad real. Por
ello, se recurrió a la oposición entre sexo y género, como instrumento
de análisis para diferenciar entre lo que compete al reino biológico y
lo que deriva de lo cultural. Así, género sería una forma de denominar
el "sexo social". El término se populariza a partir de la primera
Conferencia Mundial sobre la Mujer (México, 1975) y es adquirido por las
instituciones de forma mayoritaria en 1995, tras la Cuarta Conferencia
Mundial, celebrada en Pekín. En español, el término género es polisémico,
es decir, contempla múltiples acepciones, pero la Academia se obstina en
no reconocer el significado derivado de "gender", a pesar de la ya larga
tradición académica con la que cuenta y de la clara apuesta del
Parlamento Europeo respecto a su uso.
Numerosos textos han explicado cómo estas resistencias obedecen a la
necesidad de eliminar un vocablo incómodo, que pone de manifiesto la
jerarquía sexual que existe entre hombres y mujeres. Así las cosas,
sorprende poco la polémica suscitada por las palabras de Bibiana Aído,
Ministra de Igualdad, que reclamó la voz "miembra". La Academia cierra
filas ante lo que le parece una barbaridad; "broma de mal gusto" lo
denominó el académico Gregorio Salvador. La misma institución a la que
no le pareció desatinado incorporar voces como "toballa" o "almóndiga",
quizá porque su uso actual se produce en un entorno no académico (aunque
su origen etimológico sea el castellano antiguo), es decir, sin
comprometer el orden social pues son términos que carecen de intención
política. Para Juan Manuel de Prada, escritor con cierta alergia por la
igualdad entre sexos, es una incorrección que demuestra que la ministra
llevó "la ideología al absurdo". Lo absurdo es, precisamente, considerar
que la lengua no es ideológica. Lo penoso, por el contrario, es seguir
considerando, como hace el escritor, que la igualdad entre sexos es
"feminismo salvaje". En realidad, el feminismo es o no es, como la
democracia: o hay igualdad entre sexos o no hay. Sobran los adjetivos. § |