El ombliguismo, ya digo, no es un invento
contemporáneo, pero sí es una plaga de nuestro tiempo. O de todos los
tiempos, no lo tengo claro.
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JULIO 2008
EL
OMBLIGO
POR ELENA F. VISPO
E l ombligo es una
cicatriz que nos recuerda que una vez estuvimos unidos al mundo.
Curioso, porque una vez que lo tenemos se nos queda como una metáfora
del egocentrismo: ser el ombligo del mundo es creerse el centro del
universo, cuando ni siquiera los científicos, que se supone que saben de
todo, se han puesto de acuerdo sobre dónde está eso.
No es que se haya inventado ahora. Todo el mundo está convencido de
vivir en la época más trascendente de la historia, en el lugar más
crucial, en el punto centro donde se cuecen los temas importantes. Estoy
segura de que, si hubiera posibilidad de preguntarle a un romano en la
época del Imperio Ídem, a un campesino de la Edad Media, a un chino bajo
el yugo de la Dinastía Ming (por aquello de los jarrones), afirmaría que
qué puede haber más importante que lo que le está pasando a él en ese
mismo momento. Ahora, con Internet, la globalización y todas esas cosas,
sabemos que hay más mundo más allá de nuestras cuatro paredes, pero a la
hora de la verdad viene a dar lo mismo. El ombliguismo, ya digo, no es
un invento contemporáneo, pero sí es una plaga de nuestro tiempo. O de
todos los tiempos, no lo tengo claro.
Por ejemplo, me encanta ver de vez en cuando algún reality, el que sea,
porque no hay programa en el que no salga a relucir una palabra: España.
España me quiere, España me vota, que España lo sepa. Como si España,
que vaya usted a saber qué es eso, estuviera pendiente de todas y cada
una de las palabras y ocurrencias del triunfito de turno. O del gran
hermano, o del modelo, o del superviviente, o de lo que sea. Me hace
mucha gracia imaginar al grueso del Estado Español viendo el programa e
identificándose con el personaje en cuestión. Que a lo mejor viene a ser
una forma de hacer país, tanto rollo con que España se rompe y quizá la
solución sea ponernos a ver la tele.
Pero vamos, que pienso yo que hay que tener huevos para, en una sola
frase, incluir dos conceptos tan potentes: yo como ombligo, España como
ente. Yo, supongo que como cualquiera, alguna vez me he sentido el
ombligo del mundo (con su correspondiente decepción posterior). Debe de
ser la leche sentirse el ombligo de España.
Hablando de tele, reponen ahora en Cuatro Kyle XY, serie de ciencia
ficción de las que me gustan. Va de un chico de pasado misterioso que,
entre otras rarezas, no tiene ombligo. Qué cosa más tonta. Kyle exhibe
un asombro permanente ante el mundo, todo para él es susceptible de ser
alucinante: una canción, una mirada, una comida. Y lo que hace delicioso
al personaje es que tiene una empatía fuera de lo normal: lo que le
parece más apasionante del mundo exterior son los seres humanos. Debe de
ser por no tener ombligo que, siendo absolutamente extraordinario, los
demás le parecen mucho más interesantes que él.
Ya de ponerme a ver la tele, prefiero lo segundo que lo primero. Porque,
qué le vamos a hacer, yo sí he nacido con ombligo, pero me da que
determinadas cosas no hay que potenciarlas. Y no se me ocurre pensar que
España, así a lo gordo, pueda tener una opinión sobre lo que hago, más
que nada porque eso debe de tener un diagnóstico y un tratamiento. Manía
persecutoria, por ejemplo.
Cada uno que vea el canal que quiera, que para eso hay más de uno. La
vida misma, vamos: cada uno que sintonice con lo que necesite.
En resumen. Cada loco con su ombligo. § |