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JULIO
2008
Jesús Calleja
Aventurero
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Foto
cedida por J. Calleja
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En enero llegó del Himalaya, en febrero
coronó el Aconcagua, en abril le tocó el turno al Polo Norte y
acaba de volver de Ecuador, tras escalar el volcán Sangay, uno
de los más activos del planeta. Afirma desconocer sus límites.
Su programa Desafío Extremo, se ha convertido en una de las
apuestas más fuertes de la cadena Cuatro y ha dado un nuevo
enfoque a los documentales de aventura. Sus bazas son la
naturalidad, el buen humor y una gran experiencia. Pero Jesús
Calleja tiene poco de animal televisivo porque él es, ante todo,
un enamorado de las montañas.
Texto: Marta Iglesias |
En
busca de desafíos |
E s
tal cual se ve en sus documentales: una persona que siempre tiene un
rato para atenderte, aunque sus compromisos mediáticos le sobrepasen. La
alegría es su carta de presentación -de hecho se considera una persona
de "carácter feliz"-, que combina con un carácter reflexivo que sólo se
advierte en las distancias cortas.
-Tienes un
programa de documentales propio en Cuatro. ¿Qué aporta al panorama de
los deportes de aventura?
-Conocemos los continentes porque alguien tuvo en su día la valentía
de explorar y aventurarse. Como ya lo sabemos casi todo, buscamos nuevas
facetas, así que encontramos en las expediciones deportivas diferentes
-como las que yo hago- una manera de descubrir lugares vírgenes o
montañas sin escalar que todavía quedan en el planeta. Los aventureros y
los exploradores somos necesarios en esta sociedad. En concreto, una de
las particularidades del programa es que quiero contar todas las cosas
que ocurren en una expedición, por pequeñas que sean. Y eso aporta
naturalidad y frescura.
-En tus
documentales se ve un fuerte contraste entre las expediciones que viajan
con muchos medios y tu sencillez. Sin embargo alcanzas la cumbre como
ellos, ¿qué crees que pone de manifiesto?
-Que si tienes un buen entrenamiento y sobre todo convencimiento de
que puedes conseguir algo, superas los miedos -que evidentemente los
hay- y aplicas mucha fuerza de voluntad, sin ningún tipo de duda
consigues lo que te propones. En el Everest la gente paga mucho dinero,
contrata a los mejores alpinistas y muchos sherpas, y sin embargo tú
puedes conseguir la cumbre con un solo sherpa. Todo radica en la cabeza,
en el convencimiento, en la fuerza de voluntad y en la tenacidad. Ahí
están las claves.
-La
humildad es una de tus cualidades. ¿Qué puertas te abre?
-Estamos un poco cansados ya de tantos héroes que salen en la
televisión cuando han logrado algo. A mí me gusta todo lo contrario: ser
el antihéroe. Me divierten cosas normales que ocurren en una expedición.
O sea, mientras todo el mundo saca los momentos de gloria, cuando llegas
a la cima, el esfuerzo o lo bien que uno escala, a mí me gusta contar
también cuando uno se cae, cuando tiene momentos bajos, le duele la
cabeza, cuando tienes que hacer tus tareas domésticas dentro de una
tienda de campaña de dos metros cuadrados durante dos meses. Deseo que
la gente vea esa otra parte que casi nunca sale en los documentales.
Simplemente lo único que hago es mostrar la realidad de las cosas. Y la
realidad es que hay muy pocos héroes.
-O sea,
que todos los montañeros viven momentos límite...
-Sí, ocurren muchas cosas que nadie quiere contar porque parece que
los que escalamos o hacemos expediciones somos irrompibles y nunca nos
ocurre nada. Es que pasan cosas todas las veces que vas, en mayor o
menor medida. Yo lo único que hago es ponerlo de manifiesto porque no me
importa que digan que parezco un "pupas". Y precisamente Desafío Extremo
se convirtió en el programa más visto los sábados en cualquier franja
horaria precisamente porque cuento esa realidad y a ello le sumo algo
muy importante para mí: el buen humor. A pesar de que las cosas estén
fastidiadas, me gusta divertirme. Es la combinación es perfecta.
"A cambio del esfuerzo realizado recibo una vida intensa, que procede
de medirme con montañas de gran calibre"
-En tus
viajes te mezclas mucho con las personas que te encuentras. ¿Conocer las
gentes del lugar es parte de la aventura?
-Para mí es la parte más importante. El mejor recuerdo que tengo de
cualquier sitio al que voy es la gente, los amigos que voy dejando por
el camino y que me voy encontrando de nuevo con el paso de los años. Me
gusta integrarme en sus culturas, en su gastronomía, en sus cosas
peculiares y de verdad que disfruto muchísimo con la gente. Es lo que
más me motiva y de hecho mis mejores amigos algunos están en León y
otros que son como hermanos se encuentran en países como India o Nepal.
Un
destino gélido
-¿Qué
destacarías de tu viaje al Polo Norte comandado por Larramendi?
-De Larramendi he aprendido tanto... Él es el auténtico explorador
del pasado y he tenido la suerte de viajar con él en el siglo XXI.
Porque sobrevivir en el Ártico no tiene nada que ver con escalar un
ochomil, ni con cualquier cosa que yo hubiera hecho antes. Es muy
complejo, sobre todo porque hay temperaturas de 35 bajo cero con
humedades tremendas, del 70 y 80%; todo se escarcha, todo se congela.
Entonces ahí debes conocer muchos trucos de cómo dormir, qué saco
emplear, cómo emplearlo, cómo calentar la tienda, cuántas paradas hacer,
identificar en el hielo de dónde sopla el viento para luego coger el
rumbo. Y Larramendi es capaz de tomar el rumbo mirando al sol y al
viento, utilizando trucos increíbles para orientarte en un lugar tan
sumamente hostil como es el Polo y sin necesidad de GPS. Es un perro
viejo que me ha enseñado mucho y con el que me he divertido.
-Muchas
expediciones dieron la vuelta, ¿por qué continuasteis?
-Fue cuestión de suerte. En el Polo Norte toda la masa de hielo se
mueve mientras caminas, pero antes de llegar nosotros había tal deriva
que caminabas los 13-15 Km que puedes hacer al día, pero el suelo se
movía 24 Km. Así que por mucho que caminases siempre retrocedías, y esos
grupos tuvieron que abandonar. Pero al llegar nosotros empezó a rolar la
deriva y eso nos favoreció porque lo que caminánbamos prácticamente lo
avanzábamos hacia el Polo.
-¿Cuál fue
el mayor problema que se os planteó?
-El viento es el enemigo número uno, porque cuando sopla se
acrecienta lo que se conoce como "sensación térmica", que se va
duplicando exponencialmente de una manera alarmante. Con 10 Km/h de
viento a 35 bajo cero es como si hubiera 43 bajo cero, y si hay 30 km/h
la temperatura está cerca de 50 bajo cero. Eso, literalmente, te quema
cualquier superficie de piel que se encuentre expuesta al aire. Y luego
la tarea diaria de llegar helado y montar la tienda, porque tus manos no
reaccionan. Tienes que hacer cinco minutos de calentamiento de dedos
para poder trabajar sólo un minuto, y así de nuevo una y otra vez. Y
todos los días hay que montar y desmontar el campamento, deshacer agua,
hacer la comida... Es una tarea muy ingrata a esas temperaturas tan
extremas, pero quitando eso, tampoco ha habido especialmente problemas.
-¿Cómo
soporta el cuerpo ese frío extremo?
-Dicen que el cuerpo se va adaptando al frío, igual que se adapta al
calor. Yo paso tanto frío a lo largo del año, que creo que lo voy
logrando, pero nunca te llegas a adaptar a las temperaturas radicales
del Polo. El frío se clava y se te mete por cualquier parte de tu
cuerpo. Para que te hagas una idea, cuando estamos caminando con el
trineo tenemos que hacer paradas para reponer fuerzas comiendo frutos
secos e hidratarnos, y no paramos nunca más de 3-4 minutos porque
automáticamente tu cuerpo se queda congelado, de tal manera que te
cuesta empezar a mover los músculos. O sea, es un frío bestial al que
jamás te acostumbras.
Aconcagua,
la montaña engañosa
-¿Qué
dificultad tiene la subida a esta montaña, que no es tan alta como las
del Himalaya?
-Es la montaña más alta del mundo después de la Cordillera del
Himalaya y sus estribaciones, alcanzando casi siete mil metros de
altitud. Y además se encuentra en un lugar del planeta muy seco y árido
donde no hay bosques ni vegetación en muchísimos kilómetros a la
redonda. Esto hace que haya menos aporte de oxígeno que en el Himalaya,
que está lleno de bosques. El resultado es que en ella hace un frío
horrible y cuesta respirar como si estuvieses a 7.500 metros. Se puede
subir por cualquiera de sus cuatro caras, pero hay dos vías principales:
el Glaciar de los Polacos y la vía normal. Las dos son técnicamente
sencillas. Y luego hay una cara tremendamente radical, que es de las
paredes más difíciles de escalar del mundo que es la Sur, que por lo
tanto ahí no va casi nadie. Entonces la mayoría va por la vía normal y
como es fácil y se puede subir muy deprisa, mucha gente sube sin la
aclimatación correspondiente. Eso hace que haya cantidad de problemas y
muertos todos los años por mar de altura. Es la montaña con más
evacuados por edema cerebral y pulmonar del mundo. La gente se confía,
pero es una montaña en la que hay que tener por lo menos experiencia en
altitud, aunque técnicamente sea fácil.
-¿Por qué
de todas las posibles rutas elegiste la más frecuentada -igual que
hiciste en el Kilimanjaro-, cuando muchos alpinistas prefieren la
soledad de la montaña?
-Porque nos apetecía precisamente grabar eso: qué ocurre con la
gente que va al Aconcagua por una vía sencilla y que sin embargo vive
cantidad de problemas. Y rodamos la ignorancia con la que va a esta
montaña, la soberbia con la que algunos la suben, y por supuesto los que
la coronan con éxito.
"Mientras todo el mundo promociona los momentos de gloria, yo quiero
contar también cuando uno tiene momentos bajos. Me gusta ser el
antihéroe"
-Lograste
la cima del Aconcagua casi sin aclimatación y con condiciones extremas
de frío y viento. ¿Cómo sabías que podías continuar, que la montaña te
dejaría subir y que tu cuerpo -casi congelado- respondería?
-Porque hacía sólo diez días que había llegado del Himalaya, de
haber estado haciendo el Hasnkard y creía que mi cuerpo tenía bastante
presente la altitud, de modo que aproveché esa circunstancia. Subí en
una semana, algo que es una locura que no recomiendo a nadie ni se debe
hacer, pero para ello he utilizado los viejos trucos para aclimatar que
aprendes cuando pasas mucho tiempo en altitud. Y evidentemente como
sabía que haría frío e iba a estar un poco complicado me llevé mi mono
de plumas, que es con el que se hacen los ochomiles y que me permite
meterme en altura con temporales gordos. El éxito fue una suma de
aclimatación, adaptación y experiencia.
-¿Crees que
alcanzaste la cima por tus buenas condiciones físicas o por las
mentales?
-Es una combinación de ambas. El día que salimos para cima, en el
Campamento II estábamos ochenta personas y sólo subimos nosotros. Esto
quiere decir que tienes que tener condiciones físicas -y se supone que
los ochenta que están allí las tienen porque sino no estarían allí-,
pero luego tienes ya que comprender la montaña, valorar su fuerza y en
un momento determinado creer que puedes e intentarlo. Poco a poco fuimos
progresando, nuestra ropa nos permitía ascender a pesar del temporal que
había, hicimos una apuesta y ganamos. También podíamos haber perdido.
-¿Qué
capacidades mentales son necesarias para lograr el éxito?
-Exactamente el 50% del éxito de una expedición es la cabeza. Yo
tengo un cuerpo que pesa 59 kilos. O sea, que es la antítesis del
montañero que todos estamos acostumbrados a ver. Sin embargo ya ves que
puedo conseguir metas destacadas, y todo está porque una vez que tu
cuerpo recibe las instrucciones de tu cerebro, el cuerpo hace lo que tu
cerebro dice. Yo creo que mi éxito está en que soy muy terco, me
convenzo a mí mismo de que puedo conseguir las cosas y le doy órdenes a
mi cabeza que tiene que hacerlo, algo absolutamente fundamental.
Filosofía
montañera
-Frente a
tu apariencia divertida, muchos pueden pensar que tus cumbres son obra
de la 'buena suerte'. ¿A qué crees que se debe tu extraño porcentaje de
éxitos?
-Pues a una combinación de entrenamiento que es continua a lo largo
de todo el año, en el cual escalo todos los fines de semana, entreno
durante toda la semana y el resto del año estoy en expediciones. De modo
que tengo asegurado un entrenamiento óptimo. Luego se suma ese 50% de
tenacidad que reside en nuestra capacidad de creernos que podemos
conseguir los objetivos, y esto radica en la mente. Y por último hay un
factor suerte que evidentemente es importante, especialmente en montañas
de gran altitud donde la climatología en algún momento debe ser
favorable. Si en un ochomil no existe ni un sólo momento de tregua, si
las condiciones son muy adversas, es imposible subir por muy preparado
que estés física y mentalmente.
-¿La
montaña selecciona los alpinistas que llegan a su cumbre?
-Clarísimo. Si tú vas al Everest y hay un éxito del 5%, eso
significa que de cien personas 95 han sido seleccionadas y 5 han podido
llegar. Es decir, la montaña va poniendo a cada uno en su sitio: unos
flaquean físicamente, otros flaquean mentalmente, a otros les atenazan
los peligros, otros a medida que suben se dan cuenta de que pueden morir
y eso les hace dar la vuelta. Entonces la montaña va imponiendo su
selección, especialmente las gigantes como las del Himalaya.
"La 'barrera de la muerte' es tan psicológica, que es el lugar donde el
70% de los que intentan
una montaña de ocho mil metros se da la vuelta"
-¿Qué
recibes de la montaña a cambio de tanto esfuerzo?
-Recibo una vida intensa, que procede de medirme con montañas de
gran calibre. Subir no consiste en ver qué paisaje hay desde arriba sino
que se convierte en un reto personal, es una disciplina en la cual
intervienen tantos factores, que cuando consigues atarlos todos y
controlarlos y eso te lleva a una cima, vives el clímax máximo. El saber
que te has jugado la vida -que es lo más importante que tenemos-, y lo
has hecho con convencimiento de que podías conseguirlo sin perecer en el
intento, ganando las pequeñas batallas para conseguir la cima, eso te
aporta vitalidad, experiencia, unas sensaciones difíciles de describir.
Es decir, yo me puedo morir ya después de haber subido al Everest.
Lograr su cima genera una sensación de plenitud que no es temporal, es
eterna. Me produce una paz interior que me durará hasta el día que me
muera, es algo bestial en tu vida.
-¿Consideras la montaña como algo vivo, con características propias?
-Entre comillas yo creo en la teoría de Gaia. Todo tiene vida, cada
acción conlleva una reacción, ya lo estamos viendo. Si nosotros
agredimos al planeta, este se rebela y produce un cambio climático.
Cuando la acción conlleva una reacción significa que la naturaleza está
viva. Además yo soy capaz de sentarme en un metro cuadrado y pasarme
horas allí disfrutando con la cantidad de cosas que están ocurriendo: la
cantidad de nubes diferentes que pasan, los insectos que se van
moviendo, el pétalo que se escapó de una flor, el cambio de temperatura,
los movimientos de la brisa... Y luego me digo "Si todo esto ha pasado
en tres horas, ¿cómo no va a estar viva la montaña?" La montaña está
tremendamente viva.
-¿Qué
estarías dispuesto a dar a cambio de alcanzar la cumbre?
-Creo que no es bueno cambiar nada por una cumbre. No quiero dejar
nunca un dedo ni tener una herida grave o una lesión permanente, ni
cualquier cosa por conseguir un objetivo. No merece la pena, pero es un
riesgo que corremos y que hay que asumir. Sólo una vez que lo aceptas,
te permite conseguir las cimas.
-¿Dónde
está la barrera que separa el riesgo del peligro?
-Yo creo que uno de los factores importantes que separa ambos
conceptos tiene que ver con tu experiencia en saber comprender una
montaña, por dónde va a venir una avalancha, si esta arista es la
correcta, o por aquí puede haber un desprendimiento de piedras, si esta
es una sección de grietas porque hay un glaciar de compresión, observar
que el tiempo está cambiando... Es decir, conocer todo lo que está
alrededor de una montaña, desde la climatología hasta el estado de la
nieve, evita los peligros. Entonces la experiencia es fundamental. Y
luego el peligro es innato, es decir, si a pesar de que he puesto todas
las medidas para que no me ocurra nada decide venir una avalancha por un
lugar por el que yo pensaba que no iba a venir, pues eso es un peligro
inherente. Como dijimos antes, la montaña es un medio vivo, en constante
movimiento y es imposible controlar todos los factores que hay a su
alrededor.
"El éxito para alcanzar una cumbre se debe a una combinación de
entrenamiento,
tenacidad y un porcentaje de suerte"
-A 7.500 m
se vive en lo que llaman "la barrera de la muerte". ¿Cómo es tu
convivencia con ella?
-La barrera de la muerte es tan psicológica, que es el lugar donde
el 70% de las personas que intentan una gran montaña de ocho mil metros
se da la vuelta. Porque se sufre tanto, hay tan poco aire, te cuesta
tanto respirar, suceden tantas cosas en tu cuerpo -que además se ven
amplificadas por el miedo que tenemos de que a partir de esa altitud
cualquier cosa puede ocurrir-, que hace que mucha gente descienda. Es
una barrera radical que a mí me ha costado superar. Cuando fui a hacer
mi primer ochomil -el Cho Oyu-, la barrera de la muerte me pudo y tuve
que vencerla al año siguiente, volviendo al mismo lugar, al mismo sitio
y haciendo lo mismo, hasta convencerme de que esa dificultad era
superable. Prácticamente todas las barreras que te encuentras en la vida
son superables, es una cuestión de mente.
-Pocos
saben que tú tienes comúnmente intuiciones en la montaña que te indican
qué hacer y que te han salvado de varios accidentes graves. ¿A qué crees
que se deben estas percepciones?
-Pues en mi caso creo que se deben a que paso mucho tiempo en las
montañas, unos 3 ó 4 meses al año estoy en el Himalaya. Así que
evidentemente estoy por encima de la media normal de la gente que va a
esta cordillera y ese hecho me aporta gran experiencia. Y luego también
me dejo guiar mucho por los habitantes del lugar, en este caso los
sherpas, que me aportan mucha sabiduría. La combinación de experiencia,
permanencia en la montaña durante mucho tiempo, y convivencia con mis
amigos los sherpas, creo que dan lugar a esas intuiciones que tanto me
han ayudado.
-Después de
tanto tiempo en las montañas, ¿cómo es tu aterrizaje en la civilización,
el trabajo, las facturas...?
-Pues ya lo estás viendo, no me acabo de adaptar. Mi estrés viene
cuando llego aquí y entonces lo que tengo es ganas de volver a marchar.
Por eso yo mismo me pongo las fechas de las expediciones cada vez más
apretadas, porque así estoy más tiempo fuera de aquí. El proyecto
Desafío Extremo me permite ver el mundo pero también continúo yendo al
Himalaya. De hecho volveré en septiembre, a subir otro ochomil.
Distancias
cortas:
*Tu experiencia más cercana a la muerte...
Nunca he estado al borde de la muerte aunque sí he tenido muchos
sustos, como el haberme librado de una fuerte avalancha en el campo I
(6.000 metros) del Everest. Cuento con el factor suerte, combinado con
la experiencia que me han dado las más de 40 expediciones que he
realizado en la cordillera del Himalaya.
*La mejor vista desde las alturas...
Para mí, claramente, la del Everest. No sé si era el paisaje mas bonito
-creo que los he visto mejores- y estaba agotado, pero era el Everest...
*La montaña que más te ha puesto a prueba...
Sin duda el Lhotse. Con sus 8.517 metros es la cuarta más alta del
mundo, y la segunda de más de ocho mil metros que menos se ha escalado.
Es muy técnica y peligrosa.
*Tu fortaleza mental proviene de...
Creo que de la superación que tengo conmigo mismo desde pequeño, pues
era un niño enfermizo, que atropaba todas las enfermedades y siempre
estaba malo. Hasta que un día, cuando tenia 16 años dije "basta". Empecé
apuntándome a un gimnasio, luego a la montaña, y poco a poco me fui
superando ante la adversidad. Esa fortaleza se ha ido afianzando cada
vez más, y ahora tengo una voluntad inquebrantable.
*En la montaña los mejores amigos son...
tus compañeros de cordada. En España, sin duda mi pandilla con la que
escalo desde hace muchos años. Y en otras montañas del planeta sus
habitantes, que en ocasiones son los compañeros de cordada. Ellos son
los que mejor conocen sus montañas, como por ejemplo los serpas, mis
grandes amigos
*El personaje más impactante con el que te hayas
encontrado... Son muchos los que he conocido, aunque
destacaría tres: Phuntchok, mi compañero de escalada en grandes
montañas, es indio y uno de mis mejores amigos, además de un personaje.
Dos: el serpa Chiring con el que escalé el Everest. Y sin duda el
tercero es Ramón Larramendi, una enciclopedia con patas que lo sabe todo
sobre el Ártico.
Alegría y tristeza en el Sangay
Cuando Jesús Calleja coronó el volcán
Sangay, al llamar por teléfono a España a su familia se enteró
de la noticia de la muerte de un compañero de cumbres. Las
lágrimas de alegría se tornaron en gotas de tristeza: "Ha muerto
mi buen amigo Iñaki Ochoa. Es terrible. Era, sin duda, el mejor
alpinista español en activo. Estaba intentando su último ochomil,
de los catorce que existen en el planeta, todos ellos en la
cordillera del Himalaya, y posiblemente un edema cerebral se lo
llevó. Si como alpinista es difícil encontrar otro igual, tanto
en técnica como en fuerza y velocidad, como persona era sin duda
aún mejor. (...) Por eso quiero, Iñaki, que te lleves esta cima.
Te la dedico." |
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