Supongo yo que en
otros lugares pasarían tanta hambre o más, pero el concepto "chinitos"
constituía para las monjas una forma de hacernos entrar en la mollera la
idea de "pobre" en sentido genérico, resumido en un término que abarcase a
todos los parias en general. |
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JULIO 2008
"LOS CHINITOS"
POR CAROLINA FERNANDEZ
A
las colegialas de los años 80, en determinadas fechas señaladas en el
calendario nos reclutaban las monjas del colegio para formar parte de un
ejército de faldas plisadas, prendedores y zapatos "merceditas", y salir
a la calle a conseguir dinero.
Digamos que era una forma de explotación infantil edulcorada, que
utilizaba con premeditación y alevosía ese supuesto candor nuestro, y
sobre todo el convencimiento con el que salíamos en tromba a barrer las
calles, interceptar a las beatas, abordar a los hombres de pro (nunca
supe bien qué quería decir eso), enternecer matrimonios encopetados para
que echaran la mano al bolsillo, poner ojillos lastimeros ante nuestros
padres, tíos y abuelos y que soltaran la pasta, y, en fin, usar todos
los trucos a nuestro alcance, que no eran pocos, para llenar la hucha y
contribuir a la mejora de la humanidad. Con la hucha en la mano,
agitándola para anunciarnos, íbamos en jornada de mañana y tarde a lucir
nuestras trenzas con lazo por la calle, en pareja como la guardia civil,
o arracimadas como un rebaño, poniendo una pequeña pegatina en la solapa
de los generosos, y negándole la distinción al tacaño que no nos daba
dos duros. El que no soltaba pasta, se iba sin la condecoración. Así
era.
Cuando yo andaba en aquellas andanzas, se iba a pedir dinero para "los
chinitos". Todas las desgracias del mundo tenían como protagonistas a
"los chinitos". "Los chinitos" eran pobres de solemnidad, vivían en
chabolas, pasaban un hambre del demonio, no tenían agua y estaban muy
enfermos. Una existencia de mierda, vamos, que mejoraría sin duda con
nuestro esfuerzo y nuestra aportación. Supongo yo que en otros lugares
pasarían tanta hambre o más, pero el concepto "chinitos" constituía para
las monjas una forma de hacernos entrar en la mollera la idea de "pobre"
en sentido genérico, resumido en un término que abarcase a todos los
parias en general, independientemente de que tuvieran o no los ojos
rasgados.
La verdad es que la humanidad en su conjunto no mejoró gran cosa desde
entonces. No es el caso de los "chinitos" de antaño. A esos no les ha
ido nada mal. Habrá hambrientos, claro, nunca se reparte
equitativamente, pero ya no encarnan la pobreza global. Ahora no sólo no
son receptores de nuestra caridad, sino que si nos descuidamos nos
compran La Cibeles y nos la revenden despiezada en un baratillo. Los
chinitos ya no soportan ese diminutivo hipócritamente condescendiente, y
son sencillamente chinos. Los chinos han inventado su propio sistema,
eligiendo a la carta lo más rentable del comunismo y del capitalismo,
léase represión y consumo. Los chinos reclaman para continuar su
desarrollo una cantidad imposible de recursos naturales y energéticos y
se presentan a sí mismos como el colmo de la modernidad, los valores, la
eficiencia, el progreso. Los chinos serán el mes que viene los
anfitriones con mayúsculas en un espectáculo que esperan convertir en su
puesta de largo ante el mundo.
En 2001, cuando se decidió que los Juegos serían en China, las
autoridades prometieron que no habría censura para la libre circulación
de periodistas e información. Mentira. De sobra demostrado en los
episodios de represión contra ciudadanos tibetanos. La constitución
china recoge en una cláusula añadida en 2004 que "el Estado respeta y
protege los derechos humanos". Sin embargo los activistas siguen siendo
perseguidos y encarcelados por motivos de conciencia, vigilados por la
policía y detenidos arbitrariamente. El país sigue encabezando la lista
de los países que utilizan la pena de muerte. Aplica un dudoso sistema
de "reeducación por el trabajo" para faltas administrativas, sin juicio
previo; censura Internet para sus ciudadanos, que no tienen acceso a la
información. Pese a todo, procura a toda costa ofrecer una imagen sólida
de avances y apertura de cara al gran espectáculo que van a ser los
Juegos Olímpicos. En las próximas semanas, todo el mundo tendrá los ojos
puestos allí, será su escaparate, su momento de gloria, su presentación
internacional. O eso se espera. Los deportistas harán su trabajo y las
autoridades invitadas el suyo: un estupendo ejercicio de hipocresía,
aplaudir y callar.
Sería estupendo no dejarse deslumbrar por los fastos y las fiestas del
teatro que se va a montar, no olvidar lo que ocurre en la trastienda, no
embobarse con la coreografía del evento.
Querríamos disfrutar a gusto del magnífico espectáculo deportivo, pero
mucho me temo que esta vez va a resultar un poco amargo. Un poco
indigesto. § |