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EL ALEPH

 

Hoy el mecenazgo lo ejercen las grandes compañías, los productores, los editores, los empresarios del arte. Y en su socorro viene el gobierno con esa derrama indiscriminada que es el canon, con ese cobrar antes que crear, con ese recaudar antes que educar.

FEBRERO 2008

EL ALEPH
TIEMPOS DE CREAR
TIEMPOS DE COBRAR

POR JOSE ROMERO SEGUIN

El artista es, por definición, un hombre hambriento, un desheredado que arde de necesidad y hace de ello virtud, por eso el día que pierde esa dignidad deja de ser un artista para convertirse en un empresario del arte, es decir, en un artimañas sin escrúpulo ni noción de independencia, en una sucursal de sí mismo en el mismísimo corazón del sistema financiero.
Crear es oficio de espíritus ociosos y libres, capaces de regalar la vida al loco afán de armonizar lo que es por naturaleza inarmónico, de hacer girar las cosas para conseguir hacer posible el imposible de observar y mostrar a los demás sus infinitas caras. Crear es, en definitiva, un esfuerzo imposible y es por ello hermoso, generoso y digno siempre de admiración y respeto.
Crear es además crecer en todas las dimensiones conocidas y también en las desconocidas, crecer hasta que oyes saltar las costuras de las ropas y aún así seguir creando hasta sentir que cede la piel y emerge rotundo y eterno el espíritu que nos purifica de tanta limitación, de tanta incertidumbre, de tanto desconsuelo, para encumbrarnos a la mísera pero satisfactoria categoría de seres jamás creados: lo que en verdad somos.
Pero para qué engañarnos, son estos tiempos de cobrar y no de crear, y en esa línea se ha instaurado el canon digital. Qué importa el arte, lo que importa es el precio, el comercio, en definitiva, que desvirtúa, contamina y destruye el proceso creativo.
El artista que desarrolla su obra bajo la tutela de un mecenas no es, por muchas y hermosas que sean sus obras, el remedio de nada sino la enfermedad de todo, porque nacen éstas bajo el signo de la injusticia, de la sumisión, y todo cuanto nace de la mano de esa lacra no puede ser tenido por bueno, al menos por aquel que aún atina a discernir entre la ética de la estética y estética sin ética.
La obra de arte no es sino la fiel expresión de un Ser singular y libre en su vida y en sus actos. Un ser honesto hasta en la mentira, y bueno hasta en la maldad más tosca o refinada de sus actos. Un artista no es un artesano en el sentido de que no es un obrero, sino un espíritu empeñado en la más exacta representación de su visión del mundo, de su mundo, que una vez elaborado es, por lo universal de su esencia, el nuestro.
El hombre que vive bajo la sombra de un príncipe es: un cobarde, un disminuido, un vasallo, un sirviente, un servil, un ser en definitiva que no debería merecer el calificativo de hombre por no ser capaz de liberarse de la esclavitud a que éste le somete. Y si afirmo esto de alguien que sólo entrega a su amo el esfuerzo de la carne, qué decir de aquel que le entrega también el espíritu.
Vale más el más elemental y rudimentario utensilio de cocina del más primitivo ser, que la más hermosa pintura o escultura que nos haya sido legada, porque la primera representa la liberación del hombre y como tal lo sitúa en la órbita de una voluntad libre a la par que solidaria con los demás, mientras que la segunda nos revela al hombre bufón que busca halagar, en su propio interés, al tirano, regalándole lo mejor de él, pese a que es justamente ese ser el que lo distingue como una excepción frente y entre los demás seres humanos.
Hoy el mecenazgo lo ejercen las grandes compañías, los productores, los editores, los empresarios del arte en todas y cada una de sus expresiones. Y en su socorro viene el gobierno con esa derrama indiscriminada que es el canon, con ese cobrar antes que crear, con ese recaudar antes que educar.
Afirmar que el artista es lo mejor que tiene una sociedad es mentir, pues el artista no es sino un privilegiado al que la sociedad le permite ejercer su pasión, y a la que él debe estar agradecido, pues para que él estire y mime su espíritu otros han de encogerlo y embrutecerlo en actividades que nada tienen que ver con tan sutil quehacer.
Hoy los artistas son príncipes, mecenas de estúpidas masas, con palacete en Miami, avión privado y dinero suficiente como para comprar el mundo. En eso se han convertido, y para mantener ese ritmo de vida se hace necesario cobrar, mantener abierta la espita del euro, porque nada engrandece más que la envidia reconvertida en admiración, y para conseguirlo qué mejor que exhibirse en plenitud de su éxito. Hoy el artista es un icono de poder y riqueza, una obra de arte en sí mismo más por razón de sus posesiones que de sus creaciones. §

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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