Hay que ver la de cosas que hacen falta en una casa.
Cosas que no notas hasta que descubres que no están, como el papel
higiénico, el lavavajillas o una botella de Rioja. |
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ABRIL 2008
HOGAR,
DULCE HOGAR
POR ELENA F. VISPO
Me
he mudado. Sorprendentemente, soy uno de esos pocos españoles/as
afortunados que pueden pagar un alquiler (la hipoteca ni me la planteo,
además, va en contra de la tendencia europea, bursátil y de mi
bolsillo). Así que, tras liar a todos los amigos disponibles en cien
kilómetros a la redonda, ya estoy oficialmente trasladada.
Me han dicho que esto de cambiar de casa puede llevar a una profunda
reflexión sobre el sentido de la vida, la futilidad de lo humano, y los
objetivos vitales de cada uno. Una reflexión profunda sobre la propia
existencia. En mi caso, es más bien una pelea con la instalación de la
antena, la distribución de los interruptores de la luz (lo más anárquico
que he visto en mi vida), el agua caliente, la lista de la compra... hay
que ver la de cosas que hacen falta en una casa. Cosas que no notas
hasta que descubres que no están, como el papel higiénico, el
lavavajillas o una botella de Rioja.
Pongamos por caso una cocina ¿cuántas cosas hay que tener para tener lo
básico? Muchas: tras ir al supermercado a hacer la compra para varios
días, enfrento mi primera comida con ilusión, inspirada por el espíritu
de los grandes chefs de todos los tiempos. Nada especialmente
complicado: unos filetitos de lomo con guarnición, nada más. Pero que
pruebe alguien a cocinar unos filetes cuando te has olvidado de comprar
aceite y una sartén. Eso es deconstrucción culinaria y no lo de Ferrán
Adrià. Y que conste que lo hice, no pienso explicar cómo, y después
hasta me lo comí. A mí la cocina creativa y los misterios de la "nouvelle
cuisine".
También está el maravilloso mundo de la decoración. Por mi salud mental,
más que nada, decidí que no podía estar mucho tiempo haciendo vida en un
salón de color rosa, que combinado con un pasillo verde, un dormitorio
azul y otro amarillo, me hacían sentir como atrapada en un Parchís. Así
que hala, a pintar. A mi asesora en decoración semi-profesional se le
metió en la cabeza que el pasillo debía ser color "naranja sevilla", así
que estuve dos tardes recorriendo hipermercados y centros de bricolaje
en busca de dicho tono, que por supuesto no apareció. De modo que escogí
algo que se le parecía, e hice lo que Dios me dio a entender con el
resto de botes de pintura. Y no, no soy daltónica, pero viendo como
combino los colores, seguro que hay algún tipo de diagnóstico médico
para mí. O eso es lo que opinaron mis amigos al ver el salón recién
pintado de café con leche. En fin: a mí me gusta. Debo de ser la única
persona en el universo.
Además de los brico-centros, hay una iniciación de la que nadie se libra
cuando estrena casa: ir a ese sitio sueco con fama de barato a comprar
muebles. Es barato, entre otras cosas, porque tú lo que te llevas a casa
es una caja rectangular de la que, de algún modo misterioso y esotérico,
se supone que tiene que emerger un mueble montado. Pero a mí no me
importa. Tengo un destornillador eléctrico naranja transparente que no
sé muy bien para qué sirve, pero que compré porque es precioso. Pienso
enarbolarlo como talismán delante del embalaje, a ver si el mueble se
asusta y sale solo.
En los pocos días que llevo trasladada, un amigo ha tenido a bien
regalarme su teoría de las cajas. Cuando se llega a un sitio nuevo,
recomienda no sacar nada de las cajas y bolsas. Así, dice, cuando
busques cualquier cosa, no tendrás que volverte loca registrando mueble
por mueble. Sea lo que sea lo que tengas que coger, ya sea ropa, ya sea
una caja de cerillas, ya sea un destornillador eléctrico naranja
transparente, no te tendrás que calentar la cabeza: está en las cajas.
Adoro esta teoría de las cajas, está demostrando ser absolutamente
cierta, y además sé de buena tinta que viene avalada por años de
esfuerzos permanentes por maximizar la ley del mínimo esfuerzo (aunque
parezca un contrasentido) y llevarla a un nivel óptimo de vagancia.
Tengamos en cuenta que la ha desarrollado una persona que quiso pintar
el pasillo de casa, se aburrió a medio camino, y así estuvo años hasta
que se mudó. Pues eso.
Descubrir una casa nueva es toda una aventura. Aunque sea tan chiquitita
como la mía, cada esquina tiene una historia que contar... o que
almacenar. Ahora que la mudanza está terminada, y que las cajas irán
desapareciendo poco a poco, queda declararle mi amor eterno a todos los
que me han ayudado, en la cercanía y en la distancia, y han hecho que ni
me enterase del proceso. Tenemos pendiente la inauguración, y ya me
ocuparé de que el Rioja no falte. Ni el papel higiénico. Lo demás, no lo
aseguro. § |