OCTUBRE 2007
VIVIR EN EL DESIERTO
Los ciudadanos nos
preguntamos para qué sirven estas grandes cumbres, en las que se
gasta dinero y palabrería. Dónde están los resultados. Dónde la
intención. |
Pues
parece que hacia ahí vamos, sin remedio. El desierto avanza sin que a
los gobiernos les preocupen lo más mínimo sus consecuencias. Esa es la
conclusión más clara que se puede sacar después de que más de 190
países, representados por más de dos mil conferenciantes hayan dado
vueltas alrededor del pastel durante trece días en Madrid, sin que nadie
se atreviera a hincarle el diente. Son noticias que pasan sin pena ni
gloria, pero resultan devastadoras, porque sus consecuencias no pasarán
de largo. De la VIII Convención de la ONU contra la desertificación se
puede decir que ha sido un sonado fracaso. Como todas las convenciones,
cumbres, cónclaves y demás que se hacen en torno a un tema que interesa
a todos en general pero a nadie en particular. El resultado ha sido un
fracaso total. Cero acuerdos. Cero. Ni siquiera se ha logrado un aumento
en el presupuesto mínimo necesario para poner en marcha un plan para la
próxima década. Hablamos de 17 millones de euros. Entre más de 190
países. Qué miseria. ¿Es que se puede ser más incompetente? ¿O más
tarados? ¿De qué futuro vamos a hablar después de una reunión cuya
organización, por cierto, ha costado más de cuatro millones de euros, y
que no ha dado un solo resultado? Resulta incomprensible. O quizá no,
quizá sea todo lo contrario, absolutamente comprensible, la
confirmación, si es que hacía falta, de que los que gobiernan lo hacen
con una visión estrecha del beneficio a corto plazo, y absolutamente
inmunes al sufrimiento que determinadas decisiones van a causar.
Los ciudadanos nos preguntamos para qué sirven estas grandes cumbres, en
las que se gasta dinero y palabrería. Dónde están los resultados. Dónde
la intención. Dónde. Deducimos que interesa mantener el debate abierto
para que comprobemos que el tema ecológico sigue ahí, como un florero,
ornamentando los programas electorales. Poco más. Sin embargo podríamos
sugerir que el cambio climático empezase a formar parte del programa
político del Ministerio de Interior de los países digamos
"desarrollados", que tendrán que bregar con las consecuencias sociales
de la inmigración ilegal. Porque si las sequías siguen avanzando muchas
zonas del planeta se desestabilizarán más. Africa por ejemplo empeorará
pronto su situación. La primera consecuencia será un aumento de la
inmigración desesperada, que vendrá a alterar nuestro estado de
bienestar. ¿Qué vamos a hacer ante eso? A duras penas canalizamos la
afluencia actual. ¿Qué haremos cuando empiecen las avalanchas humanas
que escapan de la miseria? También será un tema de política exterior,
porque habrá que trabajar estableciendo acuerdos con los países de
origen cuando los que hay se queden pequeños. ¿Y qué haremos con las
fronteras? ¿Levantar unas más altas? ¿Cómo de altas para parar lo que se
avecina? ¿Qué conflictos causa ya y causará la guerra por el agua? Ya
puestos, podemos anotar que se predice un aumento de enfermedades hasta
ahora poco habituales en estas latitudes, que vendrán de la mano de la
inmigración. También veremos insectos antes inusuales, que nos visitarán
a merced de las altas temperaturas. Así que podemos sugerir que el tema
del cambio climático forme parte también de la cartera de Sanidad, que
debería prepararse para hacer frente a alertas médicas absolutamente
inusuales. Todo lo nombrado tendrá graves repercusiones en las economías
de los llamados países ricos, con lo cual añadimos a nuestra lista al
Ministerio de Economía, que también debería velar por sus intereses
tomando medidas que frenen el cambio climático. Desde luego, se gastarán
más que los míseros 17 millones de euros que se pedían para iniciar,
sólo iniciar, los cambios. ¿Hace falta que continuemos nombrando? ¿Cómo
es posible que se siga mirando hacia otro lado sin tomar una sola medida
conjunta? Y eso suponiendo, que es mucho suponer, que las medidas que
podrían tomarse realmente pudiesen cambiar el curso de los
acontecimientos.
Así están las cosas. Y a la vuelta de la esquina tenemos otra súper
cumbre, en diciembre, que costará otros tantos millones y donde de nuevo
los países desarrollados debatirán para tratar de llegar a un acuerdo
sobre la reducción de emisiones de dióxido de carbono. Las perspectivas
son tan desoladoras que mejor podrían reunirse para echar unas partidas
a la Play Station. Por lo menos, nos saldría más baratito.
/C.F. |