-Para usted el tiempo es un
problema estructural y organizativo, algo que no se puede arreglar
individualmente. ¿Somos conscientes de que vivimos prisioneros de un
tiempo mal organizado y de que sólo se puede cambiar en conjunto?
-Como pertenezco a dos grupos profesionales soy más consciente de
los elementos colectivos que hay en cualquier respuesta, incluida la
mía. Sé que cuando respondo individualmente siempre lo hago dentro de un
marco que es social. Y para que haya cambios muy profundos muchas veces
no basta la voluntad individual. Por ejemplo en el tema de los horarios,
de las infraestructuras que condicionan las carreteras o la
disponibilidad de servicios próximos a los domicilios. Yo no me los
puedo inventar, lo tenemos que resolver entre todos. O a nivel laboral
una negociación, un tipo de convenios, ciertos cambios legales. Eso
individualmente no se puede conseguir, aunque siempre hay alguien que
empuja para lograrlo.
-Hablemos de un cambio conjunto: ¿Es posible combinar
socialmente el tiempo que le sobra a muchos jubilados y parados que no
desean estarlo, con la falta de tiempo de muchas madres trabajadoras?
-Claro, por eso tiene que ser un cambio colectivo. No tiene ni pies
ni cabeza que ahora tengamos una población absolutamente estresada por
falta de tiempo durante un periodo de unos veinte años, y después a una
población absolutamente desconsolada por exceso de tiempo por otros
veinte años. Parte del tiempo que después se tiene en exceso habría que
tenerlo anticipadamente.
"Soy una investigadora
del tiempo.
¿Y a qué está más próximo el tiempo? A la vida, porque el
tiempo es la vida" |
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-¿Cómo propone usted eso?
-Creo que los horarios deberían ser más flexibles. Y además con una
generación mayor de 75 años como vamos a tener dentro de nada, hay que
comenzar a pensar que las fronteras de entrada y salida del mercado de
trabajo tienen que ser mucho más flexibles. Empezar antes y terminar
después, pero en cambio no trabajar con la intensidad con la que ahora
es imprescindible hacerlo.
-Habla de pacto generacional, pero parece que sólo
entregan los abuelos. ¿Qué les tienen que dar a cambio los jóvenes?
-Los jóvenes ahora mismo creo que entregan poco. En estos momentos
la balanza del pacto generacional está muy, muy descompensada. Los
jóvenes piensan que tienen muchos derechos y no tienen en cuenta de que
se benefician de una generación mayor que tiene los valores de
solidaridad familiar mucho más altos que ellos. A mí me parece muy bien
que se haya suprimido el servicio militar, pero dentro de las familias
tendría que haber una especie de servicio familiar, que consista en
hacerte cargo repartidamente de los parientes enfermos y mayores. Y
quien no tenga familia, más o menos lo mismo, con un voluntariado o algo
equivalente. Antes esto recaía sobre las mujeres porque había una
división del trabajo muy fuerte: ellas se hacían cargo de todo lo que
concernía a la casa y los niños, y los hombres de ganar dinero fuera.
Pero eso se acabó, por tanto hay que redistribuir la dedicación de
tiempo a las personas que por sí mismas no pueden valerse, tanto
enfermos como niños pequeños.
-En España la manera que hemos inventado para lograr
la conciliación laboral es no tener niños. ¿En realidad estamos
alargando nuestro enfrentamiento al problema de falta de tiempo?
-Lo estamos resolviendo mal. Estamos cerrando la herida en falso. No
tener hijos no es solución, excepto que uno piense que la fábrica de
hijos está en otro país y que igual que importamos camisetas baratas
importaremos niños baratos. Un país tan por debajo de su capacidad de
reproducirse me parece que se avoca a un suicidio poblacional a largo
plazo.
-¿Los empresarios siguen pensando que prolongando las
horas de trabajo, incrementarán la productividad?
-La mayoría de los empresarios sí, y además en algunos casos tienen
razón. Pero está muy bien que se vaya generando opinión sobre cómo se
puede aumentar la productividad en el trabajo que no sea a costa de
alargar las jornadas. Esa es una preocupación que aún no hemos
convertido en objetivo, cuando lo hagamos podremos cambiar muchas cosas
que incrementen mucho la productividad en algunas zonas del mercado,
pero sin emplear más tiempo.
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"La manera en que
empleamos el tiempo en buena parte es inercia y es
cambiable. Pero para cualquier cambio social primero tiene
que crearse opinión y realizar mucha reflexión individual" |
- Los propios trabajadores tienen muy arraigada la
costumbre de pasar horas de más en el puesto de trabajo. ¿Cómo cambiar
esa mentalidad?
-Todo ello tiene un componente cultural, de valores, de que me vean,
que está muy relacionado con la regulación del trabajo. En un mercado
que esté muy regulado da igual que un trabajador sea muy productivo,
porque no le va a traer ningún beneficio. Normalmente pensamos que son
sólo los empresarios los que tienen que cambiar, cuando la realidad es
que las jornadas y los estilos de trabajo los construimos entre todos. Y
esto sucede hasta en la Administración Pública. En el campo en el que yo
trabajo, el tiempo que se pasa en la oficina con frecuencia es el menos
productivo en la investigación y sin embargo en casa puedes escribir,
que es lo que sucede en mi caso. Yo todos los libros los he escrito de
madrugada porque necesito unas condiciones de tranquilidad y
concentración que durante el día con entrevistas -que me encantan-,
reuniones de trabajo, recoger documentación... no dispongo. En cierto
modo el trabajo en horario laboral es de menos calidad. El trabajo
verdaderamente importante de producción de ideas y de síntesis lo hago
con absoluto silencio, sin interrupciones por delante... En conclusión:
lo hago en festivos y de madrugada desde hace cuarenta años. Y es un
trabajo que para la propia legislación es como si no existiera.
-Si nos concentrásemos más y redujésemos tiempo de
trabajo, si organizásemos mejor nuestras tareas domésticas... ¿Es
posible que muchos se encontrasen ante un vacío de tiempo que no sabrían
como llenar?
-Todo cambio cultural entraña ese riesgo: no saber cómo llenar el
tiempo, administrar mal lo que se acaba de conseguir... Siempre hay una
aventura por delante y creo que las ventajas serían mucho mayores que
los inconvenientes. Hay jubilados -no todos- que pasan de tener
poquísimo tiempo libre a no saber qué hacer con todo el día por delante.
Están aburridos, desconcertados, muy malhumorados, incordian a todos los
de alrededor porque de repente su tiempo se desestabiliza y está muy
vacío. En esta conversación no hablamos de pasar del todo a la nada sino
de mejorar, esperando que uno sea consciente de ello en su vida. Eso no
te la cambia sustancialmente pero te la mejora. Dejaríamos de hacer
cosas, y veríamos que hay muchas a las que podemos renunciar.
-¿De dónde reduce usted tiempo: del trabajo, del ocio
o de la familia?
-A mí me gusta mucho mi trabajo, entonces pruebo sobre todo
variaciones que se refieren a distintos tipos de trabajo. Cualquier
persona, incluso un ama de casa, puede descomponer analíticamente su
trabajo en veinte o treinta tareas distintas. Como además soy madre de
familia y llevo un hogar, encuentro muchísimas cosas que podría hacer
mejor como ama de casa y trabajadora. En mi caso algo que noto desde que
los hijos han sido mayores, es que dedico mucho menos tiempo a la cocina
y todo lo que es producir alimentos. Pasas de cocinar por obligación a
la satisfacción de hacerlo de vez en cuando como algo exquisito, como un
ejercicio de maestría que te sube la moral. Porque yo creo que podré
seguir haciendo mi trabajo aunque me jubile. §