Y
otro punto más, importante, que está grabado en el subconsciente nacional:
los colores de la bandera son una combinación terrible. Ir vestido de rojo y
amarillo es la mayor horterada que uno puede llevar encima.
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NOVIEMBRE 2007
PATRIA Y ARDOR (DE ESTÓMAGO)
POR CAROLINA FERNANDEZ
Voy
a confesar algo: prefiero la paella un millón de veces antes que el
chucrut, mayormente porque este último sólo lo probé una vez y con poca
fortuna. Cuando una anda por ahí fuera, comiendo cosas extrañas, antes
se le saltan las lágrimas con una ración humeante de tortilla de patata
que con los colores de la bandera, que ni abrigan ni alimentan. Ahí es
donde una se siente española, bien española y olé. Lo siento por los
alborotadores patrióticos, así son las cosas para mí, y también para
muchos más ciudadanos de este país que, sabiéndonos españoles, no se nos
encharcan los ojos cada vez que nos cruzamos con la bandera. Digamos que
el día a día se vive con mucha más naturalidad, menos pose y menos
teatro.
Yo diría que la bandera es útil básicamente para una cosa, saber dónde
están los nuestros en medio de una multitud. Ejemplo: la ceremonia de
inauguración de las Olimpiadas. Después de que hayan desfilado
chorrocientos países, vemos aparecer en la esquina de la pantalla
nuestros colores, la familiaridad del rojo y amarillo (¿por qué demonios
se le llama "gualda"? Qué esnobismo.) y sabemos que en ese grupillo hay
al menos un Manolo, o un Antonio, o una Pepa, lo que transmite cierta
sensación de familiaridad. Es entonces cuando decimos eso de "ahí están
los nuestros", aunque no sabríamos definir con precisión qué significa
eso de "los nuestros", frente a "los vuestros" o "los de ellos". Pero
así ocurre.
Lo mismo me sucedería, pienso, en un estadio. Indudablemente me iría a
la zona señalada con banderitas de "las nuestras" en vez de a la grada
finlandesa, más que nada por arrimarme a lo conocido y entender el
idioma (imposible expresar algo como "olé tus güevos" en un lenguaje que
no sea el nuestro, y menos en finlandés). La bandera, decía, sirve para
encontrarse entre las multitudes. Y según, porque hasta un ciego podría
identificar una horda de españoles por el escándalo inconfundible que
somos capaces de montar. Peculiaridades entrañables de la patria.
Confieso que no lloro cuando ondea la bandera, aunque tampoco me produce
úlceras cuando la veo. Sí me irrita la intención con que se maneja. No
me preocupa no cantar cuando suena el himno. Pertenezco a la generación
que lo aprendió en el colegio en su irreverente versión "franquista", es
decir, la que comenzaba "Franco, Franco, que tiene el culo blanco...".
Lo cantábamos alegremente, en el griterío del patio escolar, colegio de
monjas en la primera democracia, inconscientes de que podríamos remover
algunas iras mal curadas. Y tengo que decir que todavía hoy, cuando lo
escucho, generalmente en ocasiones memorables (podio de Fernando Alonso
y similares) tarareo mentalmente la cantinela ".. porque su-mu-jer, lo
lava con Ariel". O eso, o directamente el "chunda, chunda, ta chunda-chunda-chunda...."
Qué mala educación, la mía.
Y es que no, no y no, los españoles, salvo minorías, no tenemos activado
el gen del patriotismo. Al menos no como nos lo quieren inculcar desde
hace una temporada, imitando descaradamente lo que se ve en las pelis
americanas. Siempre me ha parecido un curioso fenómeno el momento ése de
la Superbowl, creo, en el que salta al campo un cantante y se entrega en
cuerpo y alma a entonar su particular versión del himno, estilo
melódico, hip-hop, gospel o lo que se tercie, con todos los gorgoritos y
florituras posibles. Yo es que no me puedo imaginar nada parecido en
territorio español. No veo yo que en un final de liga aparezca la
Pantoja para cantar el himno en versión tonadillera. Ya estoy viendo a
la gente desternillándose en las gradas. Yo lo grabaría y lo repetiría
una y otra vez, comiendo palomitas, disfrutando con los amigos del mejor
gag del año.
Nosotros no hemos mamado ese orgullo patrio que tienen los americanos al
ver desfilar a sus tropas, orgullosas de su bandera, aunque estén recién
regresados de Irak, con el vómito aún en la garganta. También hay que
añadir que las circunstancias no ayudan, teniendo en cuenta que nuestra
gesta reciente más notable fue el despliegue militar para la defensa del
islote de Perejil, en tiempos de Trillo. Trillo sí, el de "manda
huevos", español de casta sin duda. ¿Cómo identificar la gloria de la
patria con semejante despropósito? Y qué decir de las películas. Tampoco
ayudan. Los americanos hacen una serie de polis y les queda bien porque
ellos son así. Aquí tenemos a El Comisario, que es nuestro sheriff
doméstico, nuestro Manolo de barrio, y sí, resulta entrañable, pero no
nos levanta el patriotismo. Peor todavía es cuando intentamos imitar a
los tipos duros de las series americanas. Entonces es cuando sale algo
tipo Los hombres de Paco, testosterona cañí. De muerte, vamos. Así es
imposible que a una servidora le medre la conciencia de patria.
Y otro punto más, importante, que está grabado en el subconsciente
nacional: los colores de la bandera son una combinación terrible. Ir
vestido de rojo y amarillo es la mayor horterada que uno puede llevar
encima, a excepción de los intentos de Agatha Ruiz de la Prada, en quien
se considera una excentricidad tolerable. Y eso que en moda cualquier
combinación vale, y más desde que las adolescentes llevan los tangas por
fuera. Todo puede ser... salvo el rojo y el amarillo. "Quítate eso
-dicen las madres horrorizadas- que pareces la bandera". Así,
compréndanlo, es imposible.
Tenemos otras cualidades, pero no traten de hacernos parecer lo que no
somos. Quiérannos así, al natural, o márchense a crear patrias a otra
parte. § |