A mí me ha
tocado ver la variedad de funeral gallego, que tengo entendido que es
una categoría aparte. Ya se sabe que por estas tierras hay mucho mito:
las meigas, la Santa Compaña, los muertos que votan en las elecciones,
San Andrés de Teixido, que va de muerto quien no fue de vivo… en fin,
que si Iker Jiménez se quiere hacer un programa a nuestra costa, vamos
sobraos. |
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MAYO 2007
HUMOR NEGRO
POR ELENA F. VISPO
Q ue
quede claro desde el principio que yo soy anti-BBC, es decir: no voy a
Bodas, Bautizos ni Comuniones. La gente que me conoce ya lo sabe y no me
invita, y así me libro del engorro y la pasta gansa que supone. Al que
no me conoce se lo explico amablemente, y no suele haber problema
(aunque a veces sí, pero bueno). Claro que siempre está la excepción que
confirma la regla, y mi amiga Alicia me ha amenazado de muerte si no voy
a su boda, que aún no tiene fecha pero ya está preparada hasta el último
detalle. Como aprecio bastante mi cuello, ya le he dicho que sí, que
voy. Y ya que estoy concienciada, que se prepare, porque no habrá en la
historia de las bodas invitada más modélica que yo: pienso ir con el
traje de repollo, pamela incluida, y armada con una cámara de fotos para
inmortalizar el evento en plan National Geographic. Pero eso será cuando
sea, y prometo Ventano para narrarlo con detalle, cual Félix Rodríguez
de la Fuente, estudiando el bodorrio ibérico.
Pero a lo que
iba: igual que no aparezco en semejantes celebraciones, tampoco voy a
funerales. En general por muchos motivos, y en concreto porque no me da
la gana. Claro que siempre está, como en todo, la puñetera excepción, y
coincide que últimamente me han tocado un par de ellas.
Antes de
contar la película, aclaro que a mí me ha tocado ver la variedad de
funeral gallego, que tengo entendido que es una categoría aparte. Ya se
sabe que por estas tierras hay mucho mito: las meigas, la Santa Compaña,
los muertos que votan en las elecciones, San Andrés de Teixido, que va
de muerto quien no fue de vivo… en fin, que si Iker Jiménez se quiere
hacer un programa a nuestra costa, vamos sobraos.
Total, que
alguien se muere y hay que seguir una serie de pasos. Primero, el
tanatorio. Esto es un sitio donde se vela el cadáver hasta que lo
entierren o lo que sea. Aunque en realidad es un sitio donde se junta un
montón de gente para hacer vida social, principalmente familia que sólo
se ve en estas ocasiones, y aprovecha para ponerse al día: en qué
trabaja éste, tú cuándo te casas, sabes que Fulano tiene diabetes, no
somos nadie, a ver a quién le toca la próxima, a ver si tienes hijos que
se te pasa el arroz. La familia, que tradicionalmente es la que está más
afectada, tiene que lidiar con el disgusto y encima "atender" a la gente
que va desfilando por allí y que suele decir te acompaño en el
sentimiento, cosa que no es cierta pero queda más o menos bien en estos
casos. Y si le pongo comillas a la palabra atender es para recalcar que
ése es, ni más ni menos, el verbo que se utiliza: hay que atender a la
gente como si esto fuera una recepción, que si no, aún hay quien se
mosquea (lo he visto con mis propios ojos).
En el
tanatorio pasa de todo: el ataúd (que, por cierto, tiene que llevar una
cruz por decreto ley, ya que las funerarias no tienen stock para los no
católicos o, al menos, no en mi ciudad) está expuesto en una especie de
escaparate por el que va desfilando el personal. Puede incluso estar
abierto para que la gente le eche un último vistazo al finado, y sobre
todo tiene que estar rodeado de flores, con una banda que ponga en
grande quién las ha pagado. En la puerta la gente fuma y se relaja,
cuenta chistes y habla de fútbol, que es de lo que se habla cuando no se
sabe qué decir.
Bueno. Pasado
el trance de la espera, queda el último viaje: hacia el cementerio. Y
aquí tengo que decir que me he comprado un monovolumen. Que así contado
parece una tontería, pero traducido a la práctica quiere decir que soy
el chófer oficial del funeral. O sea, que monto a la familia en el coche
y pallá que tiramos. Antes el empleado de la funeraria, o sea, el
fúnebre, pregunta que dónde está el pueblo, y se hace una composición de
lugar de cómo llegar antes, atajo incluido. Y se lanza por una carretera
comarcal a noventa por hora, con lo cual no hay manera de seguirle. La
única que se sabe el camino nunca ha ido por ahí, así que entre el shock
y los tranquilizantes que se ha metido entre pecho y espalda, se
despista y nos perdemos. El fúnebre está más que desaparecido, en la
zona no hay cobertura, y estamos cuarenta y cinco minutos dando vueltas
por un polígono industrial sin un bendito cartel. Llegamos, tarde pero
llegamos, y bajamos del coche mientras todos los asistentes nos miran
con cara de odio porque llevan una hora esperando, sopla viento del
norte y se está haciendo de noche.
Y por fin
llegamos al último acto: yo no sé en otras partes, pero parece ser que
en Galicia los funerales son cantados. Claro que los seminarios no son
Operación Triunfo, y no hacen pruebas de voz. Como para ponerse
exquisitos con el personal, con la poca vocación que hay hoy en día. Con
lo cual el cura, con más convencimiento que acierto, vocea: daaaaaale
señoooooor, el descanso eteeeeeerno. A punto estoy de sacar el móvil
para grabarlo y colgarlo en You Tube, pero el monaguillo, que debe de
tener unos ochenta años, lleva una cruz de dos metros de alto y me mira
con cara de pocos amigos. Total, que no hay vídeo.
Y ya: la
gente se despide hasta la próxima, todos al coche, agotados, y a dormir
tres días seguidos. Por cierto, la ceremonia toda cuesta unos dos mil
euros, si es que se ha hecho un funeral sencillo. Que como uno se anime
a poner esquelas en el periódico y demás, sale por un pico.
Yo ya se lo
he dicho a mi gente: quiero un funeral irlandés. Cuando me muera, os
compráis una caja de cervezas y os la bebéis en mi nombre. A brindar por
los buenos momentos, salud, y buen viaje. Si hay que llorar, se llora,
pero a poder ser que haya risas y paripés, los justos. Y si canta
alguien, que afine, por favor. Que más vale celebrar la vida que honrar
a la muerte. |