e
trata de un tema aburrido, para que nos vamos a engañar. Forma parte de
uno de tantos conflictos que de tan largos, sobrepasan la escasa
capacidad de atención del mundo desarrollado, cada vez más habituado a
las fast-news, noticias de consumo rápido, con fecha de caducidad. Pero
cuando en un lugar coinciden varios factores –muchos kilómetros de
distancia, ausencia de intereses económicos, nula presencia occidental,
guerra alargada durante años - entonces el bostezo internacional es
clamoroso.
El pasado mes
de abril, la Escola de Cultura de Pau y Médicos sin Fronteras
presentaron un informe conjunto sobre conflictos armados a lo largo del
año pasado. Hubo veintiuno. Veintiuna guerras abiertas. Habremos estado
más o menos al tanto de cuatro o cinco. Los medios de comunicación
centran toda la atención mediática en Oriente Próximo mayormente. El
resto, lo que no alcanza el grado de interés suficiente para convertirse
en titular de noticiario, no existe para los que estamos en el "lado
bueno" del mundo.
También han
llamado la atención sobre el aumento de emergencias, crisis humanitarias
que requieren atención urgente. Fueron cuarenta y cinco el año pasado.
La tónica general es la falta de voluntad política y las violaciones del
derecho internacional humanitario. Ninguna novedad.
Vivimos en un
mundo acostumbrado a convivir con tragedias evitables. La guerra
convertida en rutina.
Decíamos que
es el caso de Somalia, país paupérrimo donde cada semana hay más muertos
que en Irak a lo largo de un mes. Desde principios de los noventa padece
una guerra civil que no deja levantar cabeza a la población. Ha sido el
único país que ha pasado catorce años sin gobierno, hasta que en 2004,
un recién formado ejecutivo de transición apoyado por Etiopía y
Occidente se estrenó enfrentándose con la Unión de Tribus Islamistas.
Hasta hoy. De todos modos qué más da. Quién pelea contra quién, es algo
que carece totalmente de importancia ante las consecuencias. El
desgobierno es absoluto. Y la situación humanitaria va a peor, puesto
que los enfrentamientos de las últimas semanas se consideran los más
graves desde el inicio de la guerra.
Mientras se
escriben estas líneas la población, además de padecer el recrudecimiento
de los enfrentamientos en la capital Mogadiscio, soporta una epidemia de
cólera. Los escasos servicios sanitarios (cuatro médicos por cien mil
habitantes) no son accesibles para la mayoría debido a la inseguridad
generalizada. Los combates bloquean cualquier intento y no permiten un
despliegue médico. Algunas organizaciones humanitarias, como Médicos sin
Fronteras, piden a las partes en combate que les dejen un resquicio para
poder actuar.
La factura es
la de siempre. Sólo en marzo cientos de somalíes fueron asesinados en la
capital. Se calcula que la guerra ha provocado cuatrocientos mil
desplazados internos que no hay donde albergar, mas un millón de
refugiados que ha escapado a países fronterizos. Imposible calcular los
muertos de esta guerra. Se habla de quinientos mil. La población está
hambrienta. No hay agua potable. No hay refugios. Hay que sumar un
periodo de sequía sin precedentes en el sur y en el centro del país, y
las inundaciones producidas en otras zonas. Todo es una absoluta
desorganización. No hay servicios. Apenas hay infraestructuras. No hay
medios, ni tampoco interés. No hay nada, a excepción de la guerra. La
rutina de la guerra.
Lo dicho, un
tema aburrido. Guerra, una vez más.