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verdad, de verdad, qué pesadez. Todavía esta gente de las sotanas y las
casullas insiste y requeteinsiste en fustigarnos con su particular
catálogo de horrores. Como parece ser que los pobres mortales andamos
cada vez más descarriados, la nueva campaña mediática lanzada por el
Vaticano tiene el firme propósito de devolver el infierno a la lista de
prioridades de los pecadores, recordándonos que no es un cuento chino,
que existe y que es eterno. También lo era el limbo, por cierto, y ahora
lo han cerrado. Esperaba yo que aprovechando las rebajas, pudiésemos
también echarle el candado al infierno, pero no ha habido suerte
señores. Otra vez será.
Hay que decir
que a la gente del mundo desarrollado, el infierno se la suda, perdonen
la vulgaridad pero me pareció apropiada dado el caso. Por el calor, ya
saben. La gente por la calle va pensando en sus hipotecas, su contrato
de mierda, su problema con el jefe, lo que cuesta la guardería del niño.
Algunos se arriman un poco más al catastrofismo infernal y esperan en la
parada del autobús cavilando sobre la descomposición de España o la
desintegración de la familia, por ponernos tremendos. Hasta ahí lo más
apocalíptico que se me ocurre. ¿Pero cuántos piensan cotidianamente en
el infierno y sus horrores? Psche… algún depravado hay siempre por ahí,
para qué negarlo. En cualquier caso no voy a encargar la encuesta,
porque me saldrían datos contradictorios según quién la hiciera.
Ocurriría como en el tema de los asistentes a las manifestaciones, que
sigue la misma lógica enigmática de la Santísima Trinidad. Cuando se
resuelva el misterio y sepamos cómo tres pueden ser uno, el mismo pero
distintos, sabremos cómo es posible que a una manifestación asistan mil
personas, y cinco mil simultáneamente. Sobrenatural, ya.
Retomando:
hablábamos del interés –desinterés- del primer mundo por el infierno.
Ahora pongámonos en los países donde se come en días alternos -eso si
hay suerte-. O donde no se come nunca. O donde todos los días hay coches
bomba, suicidas inflados de dinamita hasta los ojos reventándose en las
colas del paro o en los mercados; milicias que arrasan aldeas,
paramilitares que no dejan levantar cabeza a poblaciones enteras.
Pongámonos en esos lugares donde la violación masiva es una manera de
humillar a las mujeres, haciendo que lleven en su vientre a los hijos
del enemigo. Eso cuando no las abren en canal después de que una decena
de hijos de puta se hayan quedado satisfechos.
Pongámonos en
cualquiera de tantos sitios que aparecen en un titular de prensa un día
y desaparecen al siguiente, lugares arrasados por riadas, barrios
paupérrimos levantados sobre lodazales, que se vienen abajo en cuanto
llueve dos días seguidos, territorios completos devastados que nunca se
reconstruyen del todo.
Pongámonos en
el pellejo de millones de enfermos que se consumen porque al culo del
mundo no llegan las medicinas para curar enfermedades sencillas. Y no
llegan porque los laboratorios no investigan para pobres, no fabrican o
no sueltan las patentes. Eso, mientras aquí nos hartamos de
liposucciones y consumimos silicona para intentar imitar los labios de
Angelina Jolie.
Pongámonos a
hablar de millones de desplazados, de vidas completamente
desestructuradas, sin un lugar donde asirse. Pongámonos a hablar de
todos aquellos que viven todos los días sin una chispa de luz que les
indique que después de tanto sufrimiento habrá otro futuro. Ni siquiera
que habrá algún tipo de futuro.
Pongámonos a
hablar de la absoluta ausencia de esperanza. La negrura total.
¿Dónde dicen
que van a poner el infierno?
Por favor
señores, ya que no ayudan, al menos no jodan.
Muy
agradecidos.