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EL ALEPH

 

El proceso creativo no es, y lo celebro, ciencia exacta. Tampoco la rigurosa expresión de una verdad revelada. No cabe pues esperar de él más racionalidad que aquella que la inteligencia y perspicacia del observante le confiere.

MAYO 2007

EL ALEPH
Las tribulaciones del
atribulado Montoya

POR JOSE ROMERO SEGUIN

Han pillado al artista Montoya, con su catálogo de fotografías blasfemas. Fue él, pero pudo ser otro, cualquiera: todos, en la tragedia de la existencia, representamos con el poco o mucho genio y la mucha o poca dignidad que nos asiste, el papel que mejor expresa nuestras más íntimas emociones, nuestros más recónditos deseos y frustraciones.

Todos, qué duda cabe, nos mostramos en ese ineluctable afán, tan magníficos como miserables. No todos, eso sí, nos atrevemos a exorcizar esas fantasmales miasmas en la orgiástica pulsión de divulgarlos. El artista, exhibicionista por antonomasia, no es sino aquel que se atreve a contar eso que los demás callan.

José Antonio Montoya, el fotógrafo extremeño, lo ha hecho, ha plasmado y publicado su personal percepción del mundo que lo rodea.

En este acto se ha sometido al dictamen del público. Debería ser éste quien lo censurase con su silencio o lo celebrase con su atención. No cabe otro reproche, ni es sana otra reconvención.

A mi juicio Montoya cometió un grave pecado, el de la subvención. Esa interesada y pesebrera virtud que impulsa el arte hacia las cenagosas regiones de la consigna, bajo la fingida intención de protegerlo.

Ese indigno mecenazgo, siempre a expensas de los presupuestos generales, es el que de verdad atrofia el arte y amordaza la cultura.

El consejero del ramo, quién lo duda, vio en las fotografías una magnífica oportunidad para insultar a sus adversarios. Y en el creador, la confiada y bondadosa figura del bufón. Eso es lo que los creadores representan para los políticos. Y en esa infame utilidad no dudan en buscar comprarlos o alquilarlos para su causa de rentables agravios y desagravios.

Por su parte, la oposición, el PP, ha descubierto en la subvención y prólogo de la obra escrito por el Consejero de Educación de la Junta de Extremadura, a la sazón candidato a la alcaldía de Badajoz, una magnífica oportunidad para desacreditarlo ante sus futuros electores.

Y en medio de la trifulca, cae, para mayor gloria de unos y oprobio de los otros, Montoya, el artista, el cristo sodomizado, el bufón de la subvención. La víctima propiciatoria, en definitiva, de este sacrificio de siglas e intereses.

La justicia divina se revela paciente y comprensiva con la voluble y limitada conciencia del hombre. A la vista de lo sucedido, la de la clase política se desvela intolerante e intransigente a la par que fulminante y vengativa.

Cuídate Montoya, de estos dioses menores, pues bien es verdad que es de ellos la mano de la venenosa subvención, pero también lo es la de la lapidación.

El proceso creativo no es, y lo celebro, ciencia exacta. Tampoco la rigurosa expresión de una verdad revelada. No cabe pues esperar de él más racionalidad que aquella que la inteligencia y perspicacia del observante le confiere. Es en esa voluntad donde el arte se concreta, donde la concreción se manifiesta palpable, tangible, acaso, ponderable.

No cabe, por tanto, frente a su expresión otro límite o censura que aquella que impone la libre conciencia de cada uno de aquellos que en él indagan.

Lo que el espíritu alienta no cabe sino en el aliento de otro espíritu. Espíritu que también es víscera, que también es ciego e irracional, que es también intolerante e incompasivo. El espíritu: el alma, la mente, la psiquis, qué sé yo, es, eso sí lo sé, la viva expresión de dios en nosotros, y en esa divina esencia se comporta en el silencio y también en el grito.

Gritó Montoya su rabia infinita o su infinito amor y se le antojó humano lo divino y divino lo humano, y así lo plasmó para un fin que ni él mismo conoce. Un fin que no habita en él, sino en aquel que con él comparte, tal vez infinito desconsuelo, quizás la alegría de saberse vivo en esa expresión que no es sino un auto de fe, se mire por donde se mire.

Si Montoya no creyese, qué daño infligiría a la errática imaginería que nos confunde en la idea de un dios hecho a nuestra imagen y semejanza. Cabe acaso mayor pecado ante esa grosera expresión de autocomplacencia y desprecio por todo lo creado. Cabe reprocharle a un hombre al que legítima la propia iconografía, a la que dicen insulta. O que imagine a esas cercanas representaciones en otra actitud que no sea la de comportarse como lo que son, y en esa voluntad amarse. Entiendo que no. Es más, juzgo que el pecado es en sí mismo una inmoralidad, la peor, como la de la iconografía, como el de la imaginería, como el de la santería, tras la que se esconde el indigno afán de renegar de nuestra singular esencia, de nuestra peculiar conciencia, en una palabra, de Dios.

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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