El político, no nos equivoquemos, no es mentiroso por
naturaleza sino por oficio, se inicia en él por la vía de la mentira y
en ella vive y por ella pervive. |
|
MARZO 2007
Programa electoral
POR JOSE ROMERO SEGUIN
El
programa electoral de cualquiera de los partidos que se disputan las
próximas elecciones municipales y autonómicas, se diseña tal cual se tratase
del catálogo de una agencia de viajes. Ha de ser por ello, de principio a
fin, toda una promesa de lugares paradisíacos, de pomposa definición y
magníficas vistas panorámicas. Incluyendo, cómo no, un exótico viaje a la
utopía, ese misterioso lugar en el que se concitan los dioses de la inopia
social y que nos permite ser magníficos en la ruindad de los actos y
quehaceres cotidianos. Algo así como un dios concejal, aquí en la tierra, al
que poder culpar ante la delictiva tentación debidamente satisfecha. Es
utópico, decimos, eso es imposible, resolvemos, o en su caso lo
reivindicamos sin reparo al amparo de su conocida ausencia de la
posibilidad. Porque, para qué fingir, lo que es posible no es utópico.
Siendo de esa condición la voluntad solidaria que nos caracteriza, y
viniendo el catálogo de la mano de un extenso equipo multidisciplinar de
hombres versados en el arte del encantamiento social, qué se puede esperar
que no sea una cadena de mentiras de la mejor factura y peor catadura, que
por supuesto nadie digno de crédito va a refutar, nadie, digo, que no sea
"per se" Sociedad Civil con todo lo que ello implica.
Hoy por hoy hemos dado, con toda la naturalidad del mundo, carta de
naturaleza a las mentiras electorales. Entendiendo, no sé aún por qué
mecanismo psicológico, que los partidos las hacen en defensa propia, con el
único y exclusivo objeto de engañar al contrario, encarnado en su adversario
ideológico o de sigla, y no a nosotros, sus verdaderas víctimas. Es más, las
jaleamos como en el fútbol una marrullería. O será tal vez que tal como el
Código Penal dispone que el imputado no tiene obligación de declararse
culpable, ni a declarar contra sí mismo, sus cónyuges, ascendientes,
descendientes o parientes colaterales hasta el tercer grado de
consanguinidad o afinidad, pues eso, que entendemos que está en uso y
disfrute de su legítimo derecho. En fin, creo que sabiéndoles culpables los
eximimos de manifestar su culpa en la nada inocente certeza de que ella es a
su vez la nuestra.
Una vez leído y aceptado el mendaz contrato lo firmamos, por un período de
cuatro años, dando así comienzo la relación de arriendo en los siguientes
términos: nosotros, la parte arrendataria, cedemos a ellos, los
arrendadores, el solar y todo cuanto lo ocupa para que lo gobiernen y
adecúen a las necesidades que nos aquejan. De ese indolente modo pasa a sus
manos la soberanía popular para convertirlos en auténticos soberanos.
La transacción se torna exuberante en el ritual: Juntas electorales, urnas,
presidentes de mesa, vocales, interventores, papeletas, papelotes
municipales referidos al padrón, etc. Pero bien podía ser por su naturaleza
concertada, pactada y firmada en una notaría, un registro de la propiedad o
un despacho tahúr de abogados: pues en nada se diferencia del mero negocio.
Concurriendo en este caso la agravante de que sólo el bien a explotar es
común, manteniéndose el interés en la esfera particular. Tal como lo es el
político profesional, un particular en el ejercicio de sus intereses, el que
una vez ha firmado el contrato no acata sino la voz del amo o del clan. En
esa situación no resulta difícil entender que la cosa no marche conforme a
derecho. Nada fuera de lógica, ya se sabe: "Cosa de muchos la come el lobo".
Pues eso, el político, nuestro lobo, gregario y oportunista donde los haya,
se comporta como tal.
El político, no nos equivoquemos, no es mentiroso por naturaleza sino por
oficio, se inicia en él por la vía de la mentira y en ella vive y por ella
pervive.
Perdida cualquier referencia ética y de servicio, no resta ante lo efímero y
veleidoso de su afán sino enriquecerse y enriquecer cuanto antes al partido
y al clan, y a ello se dedica con eficacia que ya la quisieran para sí los
problemas de la cosa pública. Pero ésta, para qué engañarnos, marcha sola,
bajo la égida del lanar funcionariado.
Hay políticos honrados, claro que sí, pero no duran, se aburren sin hacer
nada y abandonan. Eso los pocos que llegan, pues no es entre esta grey, la
honradez virtud, sino vicio que en nada coadyuva a la causa general, y nadie
de tanto afán soporta viciosos sus filas.
Pero a fuerza de ser honrados hemos de advertir que a la parte contratante
tampoco le gusta el político honrado, ese ser incapaz de cometer a su favor
la pertinente corruptela. Inaguantable de todo punto el que se niega a
facilitarnos el acceso sin examen a un puesto en la administración o a una
concesión. O que no rompa en mil pedazos ese justo expediente sancionador
que pende amenazante sobre nuestras cabezas. O que muestre reparos legales a
la hora de darnos permiso sin licencia para ir reformando la caseta del
perro hasta haberla convertida en un amplio chalé de dos plantas, garaje y
casa para perro. En fin, que no se puede tener todo, y por tener, y como la
cosa es al común, pues eso, que pague la comunidad, que duele menos en la
perdida y reconforta mucho en la ganancia. ∆ |