JUNIO 2007
ESCUCHAR A LOS ELEMENTOS
Vivimos
rodeados de sonidos que no escuchamos, de palabras mágicas tapadas por
nuestros ruidos, de mensajes importantes, a veces vitales, transmitidos
por las "vidas" que nos rodean, que forman parte de la naturaleza, que
quieren decirnos, advertirnos, sobre nuestro errático caminar, pero a
las que no prestamos atención porque estamos demasiado ocupados en hacer
y en decir, sobre todo en decir. Sólo que nuestro decir está carente de
contenido y, sobre todo, es un decir competidor, que pretende ser más
fuerte, más alto y mejor que el de los demás, incluso, olvidando aquello
de "sólo sé que no sé nada", más sabio que el decir de todos los demás.
Pero una cosa son nuestros desvaríos y otra el correcto devenir de la
vida, del orden natural de las cosas, de lo que es por encima de lo que
pretendemos que sea o nos gustaría que fuese.
Así, el hombre, la criatura hombre, es tan sólo un eslabón más en el
engranaje de la naturaleza, de la creación. Un eslabón importante, no
tanto por lo que significa ahora como por lo que se pretende que sea en
el futuro, por lo que significa en el diseño creativo.
Pero, aunque el hombre se crea el rey de la creación, existen fuerzas
muy superiores a él en la naturaleza, tanto en su aspecto destructivo
como creativo.
Y ninguna de esas fuerzas es tan poderosa como la de los Elementos.
Todos conocemos directa o indirectamente el poder que existe en un
terremoto, en un tornado, en un incendio incontrolado, en las aguas
desbordadas o en el mar enfurecido.
Ante ello, el hombre es un muñeco sin voluntad y sin capacidad de
reacción. Los que se creen más poderosos se refugian en la oración o en
la desesperación. Los más valientes intentan sobrevivir y el resto se
deja en manos del destino.
Esas fuerzas de la naturaleza, que día a día se van multiplicando y
reforzando aún más, son los "escuderos" del Creador, del Uno, y con
ellos portan un mensaje para la criatura hombre, un mensaje que habla de
humildad, de unidad, de respeto a la vida, a la naturaleza, de recuperar
el equilibrio perdido y, sobre todo, de escuchar la Voz, el Sonido de
los Elementos, que marcan la pauta para un correcto vivir en armonía con
todo y con todos.
Es como recuperar la vibración perdida, vibración que sintoniza con el
Sonido de la Vida, como si el Uno fuera un director de orquesta que le
está diciendo al hombre que desafina.
En el pasado, los hombres vivían en sintonía con la Madre Tierra, con
los Elementos. Sabían escuchar sus voces y se guiaban por ellas para
tomar sus decisiones. Sabían qué podían utilizar y qué debían respetar.
Conocían con antelación los cambios que la Naturaleza anticipaba y
podían así prever, en gran medida, sus consecuencias.
Pero todo se ha perdido. Ahora, la Voz se pierde entre las voces. Lo
evidente se difumina ante lo interesado. El ruido tapa el Sonido.
Pero sólo será así un tiempo, porque el poder de los Elementos no
permite ruidos, ni voces, ni intereses, ni demagogias, ni hombres que se
creen dioses.
Existe un Proyecto Original, un Sueño, una Idea. Los Elementos son los
guardianes custodios y a la vez los destructores de toda desviación.
El hombre es el punto centro de ese Sueño, la criatura por excelencia,
pero debe recuperar el contacto con el Sonido, la humildad y el respeto
hacia la Madre Tierra y hacia las demás criaturas.
Sólo así volverá la armonía, sólo así se evitaría la destrucción.
Los Elementos nos hablan claro y profundo. Escucharles significa
cambiar, oír sus voces implica recuperar lo perdido.
Nuestros antepasados lo hacían. Aún es posible. |