Hay que buscar soluciones. Y aquí están: para la muerte a
pequeña escala, esto es, la que tiene lugar en países ricos y ociosos, la
clave está en el reciclado. La reutilización. Para qué ser un difunto
inútil, pudiendo lucir, por ejemplo, incrustado en el anillo de la persona
amada. |
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JUNIO 2007
POLVO ERAMOS
POR CAROLINA FERNANDEZ
Aviso:
voy a ponerme un poquito escatológica. Los que estén sensibles al tema
mortuorio, absténganse de continuar la lectura. Los demás, sorpréndanse
a gusto igual que me sorprendí yo, al enterarme de que la industria
funeraria, como tal industria, tiene sus modas, sus productos estrella,
su feria de muestras particular, novedades, etc., y que, dado que la
materia prima fundamental está garantizada, es una industria segura, que
además genera un montón de millones de euros al año en beneficios.
Lo de polvo eres y en polvo te convertirás está anticuado. ¿Qué tipo de
polvo? ¿Cómo se va a guardar? ¿Qué clase de contenedor lo albergará?
¿Cuánto tardará en biodegradarse? ¿Puede reciclarse? ¿Contaminará los
acuíferos? No es broma. Son preguntas serias que debemos responder.
Para empezar me entero de que sí, soy por naturaleza un producto
contaminante, así en la tierra como en los cielos, quiero decir, tanto
viva y ejerciendo de consumidora de recursos naturales, como muerta y
ejerciendo de materia agresiva con el medio ambiente. Yo, que reciclo
mis bricks y cierro el grifo cuando me lavo los dientes, me entero de
que más problema seré para el medio ambiente cuando yo creí que sería
más inofensiva, es decir, cuando esté criando malvas.
Tan negro nos lo ponen –la UE, en este caso, que es la que se propone
tomar medidas contra la contaminación que provocan los difuntos
europeos- que ni malvas podremos criar. Depende. No sé si muerta me
convertiré en fertilizante o en pesticida. La profunda reflexión sobre
este tema me lleva a pensar que quizá esté en función de los donuts,
hamburguesas, grasas trans que ingiera en vida. Pienso que algunos
ejemplares de talla XXL, alimentados exclusivamente de guarrerías
industriales, una vez fallecidos resultarán ciertamente un peligro para
la naturaleza.
Es evidente que hay que buscar soluciones. Y aquí están: para la muerte
a pequeña escala, esto es, la que tiene lugar en países ricos y ociosos,
la clave está en el reciclado. La reutilización. Para qué ser un difunto
inútil, pudiendo lucir, por ejemplo, incrustado en el anillo de la
persona amada. Es una opción que hace furor, fabricarse un diamante de
hasta un quilate, a partir de los cabellos del finado –difícil en caso
de fallecido alopécico- y sometiéndolos a quién sabe qué perrerías de
presión y temperatura. La broma puede costar hasta 7.000 euritos, pero
vale la pena. Frente a nuestra ruin mortalidad, una joya ya se sabe que
es para siempre.
También el diseño tiene importancia para esta industria. Qué tiempos
aquellos en los que había que conformarse con acomodarse para el
descanso eterno en una ruda caja de pino. Tremenda ordinariez. En una
reciente feria del sector se ha presentado un moderno ataúd en forma de
barco, con mástil, vela, y nombre grabado en el casco: El Desafío, por
si los fallecidos en estas fechas quieren hacer un homenaje póstumo a la
Copa América (juro que va en serio). Esta temporada, veremos en los
ataúdes colores claros y luminosos, acabados más suaves y líneas
redondeadas, de factura artesana, exclusiva. También, en onda con Al
Gore, se ofertan materiales biodegradables, sin metales, y sin sucios
barnices contaminantes que una vez cremados expulsan a la atmósfera
gases que nos estropean la capa de ozono. Claro, son un poquito más
caros, pero nos permiten exigir un certificado que certifique, valga la
redundancia, que la madera procede de la reforestación, y no de algún
árbol noble talado de mala manera en el Amazonas por un maderero hijo de
puta.
Este punto, el de la reforestación, se beneficia también de las nuevas
propuestas de la industria funerario-ecologista. En el caso de que el
ser querido acabe en una urna, se puede elegir una con dos
compartimentos: uno para las cenizas y otro para humus con semilla de
árbol, pino o alcornoque, a elegir. Viértase todo en un bol. Mézclese
bien y deposítese en el terreno elegido, rezando para que en un par de
años no construyan una urbanización y nuestro ser querido acabe abonando
un campo de golf. Si lo que queremos es echarlas al mar, nos proponen
una urna esférica elaborada con sal, que es biodegradable, por lo que
después de un ratito navegando como el barquito de cáscara de nuez, se
deshace poco a poco, para regocijo de los presentes. También las hay con
olor a lavanda. Un detalle elegante.
Las cenizas tienen otra posibilidad: el arte. Se mezclan con pinturas y
se encarga un cuadro con el retrato del muerto, así que podremos decir
que, literalmente, tenemos al abuelo colgado en la pared del salón.
También se lleva lo de personalizar, ya saben. La idea es la misma que
la de ofrecer salvapantallas originales para el móvil. El caso es
distinguirse de la masa. En esa línea, ahora los nichos pueden ser de
porcelana serigrafiada, de manera que la tumba quede con su
salvapantallas original: una instantánea de la playa donde se ahogó el
difunto en cuestión, la hoja del calendario Playboy del mes del
fallecimiento, o hasta una foto del que está en la caja, retocada en
photoshop para inmortalizarlo por los siglos de los siglos amén, como un
Cary Grant.
Todo esto, que como ya he dicho, va absolutamente en serio, es
evidentemente para los fallecidos de países ricos, donde existe gente
capaz de enterrar a su mascota con salvas de general. En el resto del
mundo, la gente tiene bastante con procurar no morirse antes de tiempo.
Así estamos. |