La perezosa primavera conmueve nuestro ser
desbordándolo del asfixiante corsé social que lo oprime para
derramarnos, generosos, por los amplios espacios de la vida. Es, por
tanto, una fiesta. |
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JUNIO 2007
FLOR DE PRIMAVERA, LA PEREZA
POR JOSE ROMERO SEGUIN
"No existe pasión más poderosa
que la pasión de la pereza".
Samuel Beckett.
E n la marea de
vivos colores con que inunda la primavera los campos, jardines y
espíritus, florece gris como el aliento, gris digo, por lo indefinido de
su condición, la magnánima y mansa flor de la pereza. Ramillete de
indolentes decaimientos para el catártico fin que demanda la
inconsciencia.
Curiosamente, cuando la tierra se conjura en tan sublime esfuerzo, se
abisma el ser humano en las nebulosas regiones del ensueño, y allí donde
va escoltado por un paisaje multicolor, se le percibe gris y ahuecado,
como si en vez de carne y hueso fuese de algodón. Es más, como si no
perteneciese a este mundo, o en verdad sobrase sobre la faz de la
tierra, y tal orfandad no le inquietase.
La primavera nos ausenta, nos extravía, nos desdibuja en el campo y en
la ciudad, para llevarnos a un lugar cuyo nombre y ubicación guarda en
celoso secreto. Un lugar al que nosotros, consumados nominalistas, le
llamamos pereza, y en venganza a su férreo mutismo la insultamos
adjudicándole despectivas acepciones y atribuyéndole las más nefandas
virtudes. No nos percatamos de que en tan ignominiosa acción no estamos
sino insultándonos a nosotros mismos, clamando contra nuestra propia
esencia y conciencia.
La pereza es, como he dicho, una voluntad inexplorada, ante la que me
declaro agnóstico, en la medida que trasciende la mera experiencia.
Porque, todos sabemos pronunciarla, pero ¿sabemos de verdad definirla en
lo principal, en lo profundo, en lo verdaderamente sustancial de su
esencia? Entiendo que no, porque una cosa es la desgana, la tardanza, la
flojedad, la indolencia y hasta la indiferencia, y otra muy distinta es
la primaveral pereza, esa fuerza que sublima los espíritus
movilizándolos en un afán alejado de la lógica social que nos pudre y
confunde, pero que encarna, por más que duela, el alma de nuestro actual
sentido existencial.
La primaveral pereza es un acto de íntima soledad a través del cual el
ser humano se retoma en el punto exacto que de él demanda su naturaleza,
tanto en lo físico como en lo anímico, y como ya he dicho, para un fin
que sólo conoce ese certero, aunque denostado, instrumento de
orientación que nos asiste y al que llamamos inconsciencia. Nada nos
guía con más acierto y perfección hacia nuestro origen, que ella, en la
medida que encarna en nosotros la esencia viva del universo del que
provenimos. Sólo ella conoce el secreto del caos y el perverso efecto
que el orden ejerce sobre él, en el nombre de la necesidad. Necesidad
que no es sino el lapso de corrección de los ritmos cósmicos en el
imposible acto de detenerse que precede a su lógica e inmediata
destrucción. Eso somos, eso es todo lo creado, la infinita reiteración
de un error eternamente corregido.
El hombre, hecho a imagen y semejanza de la necesidad que impone el
orden, abomina de la pereza, al percibirla como el principio del fin,
cuando no es sino el fin que da principio al todo. El sumo acto de
restitución a nuestra verdadera y universal materia.
La pereza es un laberinto sin senderos que se bifurcan, y no encierra
tampoco cabal entrada y salida, somos nosotros los que, apremiados por
nuestra postrera necesidad, los trazamos, a la par que la dotamos de su
lógica entrada y salida. No tiene tampoco sentido, somos nosotros
consumados necesitados los que nos esforzamos hasta el absurdo por
dárselo, por dotarla de razón para que quepa en nuestros sentimientos y
adquiera consistencia en nuestros sentidos. No goza tampoco de razón,
porque la razón no es sino una mera y enfermiza secuela de la necesidad
del orden que fatiga, en lo existencial, al hombre; puro formulismo en
lo social que sólo a él, social por costumbre, aqueja: tengo razón, la
razón me asiste, nuestra razón, las razones, en fin, de un mundo
imperfecto que nace, paradoja de paradojas, de la misma razón, y que,
por tanto, hasta en su sinrazón a la razón se debe.
La perezosa primavera conmueve nuestro ser desbordándolo del asfixiante
corsé social que lo oprime para derramarnos, generosos, por los amplios
espacios de la vida. Es, por tanto, una fiesta, la fiesta por
antonomasia, en la que se fundirán un día todos los actos sagrados con
que cada credo saluda y honra hoy a sus falsos dioses. Que lo sepan los
sacerdotes de todas las iglesias, y los chamanes de todas las tribus.
Yo, más perezoso que primaveral, os convoco a la fiesta de los sentidos
a que nos invita la pereza. Dejémonos caer, en esa feliz celebración,
sobre las verdes y floridas llanuras, que orlen nuestras cabezas
nutridos corros de margaritas, y vuelen libres los pinceles de nuestra
imaginación, sobre los blancos lienzos de las panzudas nubes que
presiden el manso cielo que nos alumbra.
No debemos olvidar que la pereza no es, como sostiene la iglesia, un
pecado capital sino capital como el pecado. |