JULIO 2007
RATZINGER, SIN COMPASION
El Vaticano es la
teoría, las manos limpias, las uñas pulidas, los largos pasillos de
suelo de mármol, las ceremonias y las recepciones en las que se
estrecha la mano de Bush. |
Ya enseña
el lobo los dientes. Tampoco es para sorprenderse, la verdad. El primer
día que vimos la imagen de un recién estrenado Benedicto XVI saludando
desde el balcón vaticano, con esa media sonrisa y las cuencas de los
ojos hundidas y oscuras, a algunos nos dio un escalofrío por la espina
dorsal. No hemos olvidado en todo este tiempo que detrás de ese intento
de darle al Pontífice un barniz amable, conciliador, se esconde un
espíritu bastante más inquietante. Es Ratzinger, el inquisidor, el que
se encargó de los trabajos sucios en época de Juan Pablo II, el guardián
de la ortodoxia católica, castigador de herejes, intolerante con la
disidencia, impermeable a la más mínima crítica, implacable, intocable,
impasible Ratzinger. Como Benedicto, hizo un esfuerzo en un principio,
ciertamente, por limar esa imagen de perro rabioso y cambiarla por la de
un anciano entrañable y tranquilizador, más dialogante, partidario del
ecumenismo, abierto a otras opiniones, otras interpretaciones, otras
ramas del mismo árbol, bla, bla. Son cuestiones de la política vaticana,
que es política al fin y al cabo: en época de crisis, mejor juntos que
separados.
Pero hay “talantes” que no se pueden esconder siempre. Esos ojillos de
aguilucho se han ido a posar nada menos que en Amnistía Internacional. Y
contra esa organización han arremetido con todas sus fuerzas. A partir
de ahora AI es una organización non grata a la que no se debe ayudar. El
boicot está en marcha. Pero ¿por qué tanto veneno? Porque AI reclamará a
los Estados que garanticen un aborto seguro a las mujeres cuyo embarazo
se deba a una violación, a incesto o cuya salud corra peligro. Y que
deroguen las leyes que sancionan o incluso encarcelan a las mujeres por
abortar. Es todo. Ya está. Era eso. Aborto. Tema maldito. El estandarte
de las furias vaticanas, para quienes el aborto es innegociable. Da
igual que miles de mujeres mueran porque se les practique en condiciones
terribles, da igual que hayan sido violadas una o cien veces. Da igual
el dolor de todas aquellas que saben que no verán crecer a sus hijos,
porque antes los devorarán las moscas, o los consumirá el hambre, o el
sida, o nacerán en medio de una guerra. Da igual. No hay ni una rendija
para que se cuele siquiera un poquito de compasión.
Y ahí topamos con la postura de AI. Una organización sobradamente
reconocida, Premio Nobel de la Paz, cuya coherencia y valentía ha sido
más que demostrada, y que ya se ha ganado el respeto y la credibilidad
de todos los sectores, católicos incluidos.
Lo que nos preguntamos es como se pueden valorar este tipo de cosas
desde un sitio como el Vaticano, nido de hombres conservados en formol,
definitivamente alejados de la realidad y enfermos de preceptos
teóricos. Precisamente en ese punto está quizá la mayor diferencia.
Teoría y práctica. El Vaticano es la teoría, las manos limpias, las uñas
pulidas, los largos pasillos de suelo de mármol, las ceremonias y las
recepciones en las que se estrecha la mano de Bush. En el otro lado de
la balanza, tanto AI como otras organizaciones son la práctica, las
manos pringadas hasta los codos, la ayuda sobre el terreno, la denuncia
activa, el dolor compartido, la lucha contra el cansancio, la defensa de
la vida. Ellos y otros son los que dan la cara delante de gobiernos e
instituciones internacionales, los que dan voces para que el mundo no se
duerma ni se acomode mientras otros sufren, los que llevan las hambrunas
a los telediarios, los que se meten en el corazón de los conflictos para
curar heridos de todos los bandos, los que están hartos de ver
sufrimiento y miseria y desesperación y muerte todos los días del año.
Todos los días del año, señor Ratzinger.
¿Quién tiene más derecho a opinar? ¿Qué es lo que legitima a unos
señores con faldas y crucifijos de oro para tomar decisiones como ésas?
Algún interés tendrán en que esto no deje de ser un valle de lágrimas.
Ellos sabrán por qué.
La esperanza es que sean cada vez más las personas, católicas y no
católicas, que sepan ver, detrás de las formas y los discursos de
intenciones, quienes son y dónde se esconden los verdaderos enemigos del
hombre.
/ c.f. |