Los
humanos sois los únicos animales que os pasáis la vida quejándoos de lo que
ya tenéis y deseando lo que tienen otros, por eso nunca nada os parece
suficiente. |
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JULIO 2007
La que despierta...
POR ELENA G. GOMEZ
La
primera vez que vi a la joven india estaba sentada a la orilla del río y
no paraba de llorar. Ella no me vio, pero pasé mucho tiempo
observándola, esperando que se serenara y dudando de acercarme o no a
ella. Yo, por aquel entonces, también era un joven solitario e inexperto
lobo, pero sentía que aquella niña necesitaba cariño.
Durante mucho tiempo, cuando la joven venía al río por agua, yo me
acercaba a beber a la orilla opuesta, en un lugar donde ella me pudiera
ver pero que no sintiera miedo.
Así, poco a poco, y con paciencia, mucha paciencia, fui haciéndome parte
de su vida.
Un día, cuando ella se acercó a la orilla, yo no acudí a beber y me
escondí para observar qué hacia. Al principio, lo reconozco, me llevé
una gran decepción, parecía que no se había dado cuenta de que yo no
estaba allí, porque siguió con su tarea como si tal cosa. Pero cuando
terminó, empezó a mirar hacia donde siempre acudía a beber y empezó a
ponerse nerviosa, inquieta, preocupada. Entonces supe que era el
momento. Me acerqué a beber al río, pero no en la orilla contraria,
donde siempre lo hacía, sino casi a su lado.
Ella me miró y sonrió. Sus ojos brillaron por primera vez en mucho
tiempo y no por las lágrimas, sino por el amor.
Después se sentó y cerró los ojos, tranquila, confiada, protegida. Yo me
acerqué despacio, muy despacio, y me eché a su lado.
Y así fue como comenzó nuestra amistad. La joven india comenzó a hablar,
me contó que estaba sola, tremendamente sola, que se sentía despreciada
por todos, y que estaba convencida de que nadie la tenía en cuenta nunca
para nada, que era el último mono de la tribu.
También me dijo que se llamaba Despertar, que había sido recogida de
pequeña cuando sus padres murieron, y que había vivido con distintos
miembros de la tribu que la habían tratado como si fuese una hija
propia, aunque ella siempre se había sentido sola, distante, alejada y
distinta a los demás.
Un día, hace ya muchos inviernos, estaba esperando que llegara mi joven
amiga a buscar agua fresca del río, pero aquel día se retrasaba, el sol
estaba ya en lo alto y ella no venía así que decidí ir a su encuentro.
La busqué por todos nuestros escondites, pero no estaba en ninguno de
ellos, así que me dirigí hacia el poblado. Cuando estaba próximo a él vi
un bulto en el suelo, me acerqué y descubrí que era mi amiga que estaba
inconsciente.
Intenté despertarla, le lamí la cara, las manos, traté de refrescar su
frente, pero no respondía. Así que empecé a aullar para llamar la
atención de su gente y lo conseguí. Al poco tiempo un grupo de indios se
acercaron a ella, la recogieron del suelo y se la llevaron al poblado.
Ya no podía hacer nada más por ella y me interné en el bosque. En él me
encontré con el Anciano Lobo Gris. El se conmovió al ver mi tristeza, y
me dijo que si quería cuidar a mi amiga debería entrar en el Reino de
los Sueños. Yo le dije que no sabía có mo hacerlo, y él me contestó que
no me preocupara, que me enseñaría.
“El Reino de los Sueños –dijo- es, entre otras muchas cosas, un lugar
donde los hombres no se sienten superiores a nosotros, los animales. Un
espacio donde podemos hablar con ellos”.
Después de unos días de entrenamiento el Anciano Lobo Gris me dijo que
podía buscar en el Reino de los Sueños a mi amiga, y así lo hice.
Cuando me encontré con ella estaba confusa, no sabía lo que sucedía, así
que se sintió muy feliz de que yo estuviera a su lado.
Yo le expliqué que ahora estaba dormida en el mundo que ella conocía,
pero que eso le permitía estar despierta en el Reino de los Sueños, un
lugar donde nadie puede ocultar nada, porque todos somos transparentes.
Durante mucho tiempo, le dije, traté de demostrarte que no estabas sola,
que había muchas personas que te querían, que se preocupaban por ti,
pero tú, como sólo estabas pendiente de ti misma, no sabías apreciar lo
mucho que recibías. Ahora, despojada de la ilusión del mundo que te
rodea, desnuda, libre y sin presiones, puedes realmente comprender que
lo que tienes a tu alrededor es todo lo que necesitas y tu problema, el
único problema, es considerarte diferente, inferior, distinta a los
demás.
Le enseñé que lo realmente importante no es lo que se tiene, sino lo que
uno es, y lo que uno es se forja con el sacrificio, la entrega, la
preocupación por los demás.
“Pero sobre todo -le dije- quiero que comprendas que los humanos sois
los únicos animales que os pasáis la vida quejándoos de lo que ya tenéis
y deseando lo que tienen otros, por eso nunca nada os parece suficiente,
y tenéis que perderlo todo para poder apreciarlo.
Regresa y conviértete en la que Despierta a la Vida, para que cada día
de tu vida se convierta en una oportunidad para superarte a ti misma,
para controlar tus impulsos, para conocer a los que están a tu lado,
para descubrir lo que hay en tu interior. Nace”. § |