Nuestra vida de diseño no soporta desórdenes que no sean moda, ni
salidas de tono que no sean literatura; ella está pensada y calculada
para una serie de actos en los que cada figurante tiene adjudicado su
papel. |
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JULIO 2007
LA FELIZ TIRANIA
POR JOSE ROMERO SEGUIN
En
todo tiempo y espacio los regímenes autoritarios y quienes los ejercen:
tiranos, déspotas, sátrapas, virreyes, reyes y demás personajes de esa
criminal voluntad, han sido derrotados más allá de su apariencia, en su
esencia, como consecuencia de las ignominiosas secuelas que lo
arbitrario de su actuación inflige a la “Vida”. Digo bien, pues el
origen de su derrota no nace tanto de la incidencia directa de ésta
sobre el hombre en particular, como de la evidencia de los estragos que
produce sobre la “Vida” en general. Y es que el hombre puede ocultar o
disimular la perversión a que está sometido, pero no así la “Vida”, ella
es incapaz de mentir, por ser la viva expresión de la acción y nunca,
pese a lo que se diga, la depravación de la reacción.
Hoy por hoy, el hombre, especialmente el occidental, ha renegado de los
atributos que la “Vida” le concede, para atarse a ese espejismo de vida
a que le aboca la condición de animal social que es. Es decir, no vive,
convive, y lo hace bajo el peso del miedo que le produce quedar
desenganchado de ese golpe de mar que arrastra el sucio espumarajo del
capitalismo; con sus reglas despóticas e injustas, en nada diferentes a
la brutalidad e indignidad que define a cualquiera de esos sistemas a
los que antes aludía, y de los que decía que estaban, en la medida que
la niegan, condenados a ser derrotados y desterrados de la “Vida”.
La cuestión es que el capitalismo es la esencia de esta vida social, y
en esa certeza es defendido frente a la “Vida”, de la que, por otra
parte, hemos llegado ha asimilar la idea de que de verdad puede ser
manipulada hasta los extremos de ser dada, arrebatada y sostenida
siguiendo el criterio de nuestras apetencias y conveniencias. En ese
infinito y fatal error nos movemos y se mueve el resto de ciudadanos del
mundo, o al menos la inmensa mayoría, pues si en algo coincidimos es
justamente en el profundo y rotundo desprecio que todos sentimos por
ella. Y en la pérfida atracción que la otra nos produce con sus luces y
sus sombras, tan propicias todas ellas para la práctica del juego con
que mejor nos identificamos y con el que más disfrutamos: el de la
depredación.
Nuestra vida de diseño no soporta desórdenes que no sean moda, ni
salidas de tono que no sean literatura; ella está pensada y calculada
para una serie de actos en los que cada figurante tiene adjudicado su
papel, en que cada pieza tiene encomendada y perfectamente calculada su
acción y también su reacción, en que cada parte no es un todo, si no,
eso mismo, una parte; y de pronto llega la “Vida”, que es un todo en
todos, y rompe los esquemas de esa ilusa ilusión de vida en que vivimos.
Porque ella, a diferencia de la nuestra, no soporta paréntesis ni
diferencias sociales, ni es más en unos que en otros. Ella es, como he
dicho, todo en todos: sin igualar, sin homogeneizar, sin coaccionar, sin
tan siquiera comparar. Y es que la vida no es un absoluto, sino un
número infinito de finitos absolutos que hallan en ella su común
denominador.
Es por ello que en estos días: normales aguaceros, lógicos
desbordamientos, e inesperados cambios climáticos nos desorientan y
asustan, mostrándonos inermes y frágiles cuando se nos ha educado en la
fortaleza de un espíritu que semeja, y en esa condición se nos muestra,
invencible y bueno: el del capital. Cómo entender, por tanto, el claro y
nítido mensaje de la naturaleza anunciándonos la lógica destrucción.
Porque ése es el mensaje. Entenderlo y atenderlo significa
desentendernos de la ambición: suprema negación de la vida, en la medida
que busca acaparar aquello que pertenece a los demás, aquello que
conforma su todo y que sólo en el espejismo de la vida social es
susceptible de ser alienado.
Quizás estemos condenados a tiranizar a todo cuanto nos rodea. Si es
así, en nada nos ha de extrañar que la lógica de la “Vida”, llegado el
día, nos derrote hasta la total aniquilación. Pero si por el contrario
somos capaces de conciliar la “Vida” con las necesidades que nos impone
la convivencia social, consiguiendo que ésta no la suplante ni corrompa,
sino que la complemente, entonces cabe albergar la esperanza de que la
destrucción sea siempre “Vida” y no caprichoso Apocalipsis, lo que es,
sin duda, más digno.
La “Vida” no puede ser ignorada frente al acto de vivir en sociedad. Sin
embargo, se hace, lo hacemos a diario, porque por duro que parezca a lo
que realmente le tenemos respeto es a esa ilusión de vida en que
habitamos, pues tenemos la impresión de que es realmente de ella de
donde obtenemos todo aquello que de verdad necesitamos para vivir. Es
más, llegamos a asegurar que sin sus favores la “Vida” nos resultaría,
más que imposible, carente de sentido.
La "Vida" no es un don que debamos a nadie, ni un bien que se pueda
heredar o transmitir. La vida soy yo sin que por ello tengas tú que
dejar de serlo, y así hasta ser todos en una conciencia única y a la vez
diversa que nos dignifica, pero que de ningún modo nos define o
contiene. § |