Llegará el día en que no será necesario asesinar a
quien nos haga sombra, que bastará con dedicarle unas buenas "memorias",
donde se le ejecute en cuatro líneas y se le entierre en un párrafo. |
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ENERO 2007
Las gallardonicas
de Dña. Esperanza
POR JOSE ROMERO SEGUIN
D e todos es sabido que
la memoria es por naturaleza bondadosa y tolerante con amigos y enemigos.
Tiende a dulcificar el agrio recuerdo de los malos tiempos, y a magnificar
los de bonanza. Es, pese a lo que pueda parecer, un valioso instrumento a la
hora de enjuiciar y enjuiciarnos, pues, ni somos nosotros tan buenos como
creemos ni son los demás tan malos como pensamos.
Somos todos, hijos de una memoria que bien administrada y ajustada, no al
tiempo que rige el destino de relojes y calendarios sino al pulso biológico
y los complejos procesos de la psique, nos permite echar la vista atrás y
hacer balance de nuestra existencia con la ecuánime magnanimidad que de
nosotros se espera.
Para los sentimientos de odio y los deseos de venganza está, siempre activo,
el rencor, que no es sino la fatal y continua vivencia de la afrenta con el
único fin de no olvidar.
Sin embargo, hoy, sofisticados hasta el extremo, le llamamos al rencor,
"memoria", generalmente "mis memorias", que no son sino eso mismo, la
memoria del rencor.
Son estas malas "memorias", excreciones de personajes capaces de ensuciar,
es decir, de presencia y esencia aún sólida y en ciernes. Y que por razón de
oficio, cargo, representación o disfrute, un buen día deciden hacer pública
su personal lista de agravios con su correspondiente coletilla de
desagravios, mitad exabrupto mitad chascarrillo; por aquello de
desdramatizar a su favor, y dejar con el culo al aire a quienes va dirigido
el preciso dardo de tan selectiva memoria.
Las "memorias" no son un suma y sigue, sino un suma, y suma, y suma...,
siempre, claro está, a favor del "memoriante" y en detrimento del "memoriado".
Las memorias de estos personajes pueden ser, según convenga, o autorizadas o
desautorizadas, el efecto es el mismo. La diferencia estriba en que en el
segundo caso, quien pasa factura es aquel que en nombre y méritos del otro
hace su personal "memoria" de él, para santificarlo con todos los vicios o
virtudes que se le ocurran. Es decir, que en vez de hacer él memoria usurpe
directamente la del otro, hablando en su nombre y sin que la suya sirva de
comparsa.
Hacer memoria es bueno, pero hacer "las memorias" es hacerle un hueco al
rencor en los anaqueles de la universal infamia.
Llegará el día en que no será necesario asesinar a quien nos haga sombra,
que bastará con dedicarle unas buenas "memorias", donde se le ejecute en
cuatro líneas y se le entierre en un párrafo.
Ocurre que al igual que a cada enfermedad se contrapone el correspondiente
anticuerpo, a esta mala gripe de "las memorias" ejecutoras, se le opone la
dificultad de evidenciar vicios, defectos o crímenes capaces de
escandalizar. Hoy por hoy el crimen es virtual, luego hay que atacarlo en
las virtudes, sospechosas todas ellas.
La camarada Esperanza Aguirre, sabía yo que el PP terminaría embarcado en el
marxismo, ha dado a luz sus "memorias", autorizadas ellas, más conocidas ya
como las "Gallardónicas". Las conforman un ingente número de páginas
escritas a fin de esconder convenientemente la daga del sacrificio.
Le acusa de ser Dios, ¡dios mío! Qué brutal desviación para personas de esa
grey.
Algunas almas piadosas aseveran que no es sino una forma de reivindicarse, y
yo afirmo, en el cuerpo y la sangre de Gallardón, su particular rencor.
Pudo reescribir Esperanza, el "Manifiesto Comunista" o "El Capital", pero
eligió "las memorias", porque no pretende una revolución "marxobeata", sino
el crimen perfecto.
No es de buen cristiano tirar la piedra y esconder la mano. Ella lo sabe, y
en atención a ese saber y como muestra de respeto hacia su rancio abolengo,
ha elegido arrojar hirientes palabras en vez de humildes piedras.
No obstante, la impunidad del acto no está asegurada, puede ocurrir que el
atento lector, los hay, descubra que esas memorias de acompañamiento del
insulto, terminan insultándote, en una palabra, que se te vea el plumero. El
de Dª. Esperanza, ¡vaya por dios!, ha sido el de reconocer, por aquello de
resultar llana y ciudadana de a pie, que los ocho mil euros que cobra al mes
no le alcanzan. Y lo que es aún peor, que el no percibir las
correspondientes pagas extras la ofuscan y confunden, al ser en ella razón
consuetudinaria el cobrarlas en el solsticio correspondiente.
Las memorias se han de escribir con la tinta del último aliento, cuando ya
no cabe hacer más daño, ni cabe tampoco en ellas rencor. Si no se respeta
esta regla y se hacen a beneficio de agravio y bajo el designio del rencor,
puede ocurrir que nos traicionen las palabras y terminemos agraviados en la
estúpida maldad de mostrarnos espléndidos. ∆ |