Qué hace la juventud frente a los trabajos basura,
frente a la especulación con la vivienda, frente a la corrupción? Nada,
absolutamente nada. Y no lo hace porque no hay en su seno una clase
dirigente verdaderamente independiente, capaz de liderar al margen de
los poderes establecidos un verdadero cambio. |
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DICIEMBRE 2007
EL
ESTADO DEL BIENESTAR
POR JOSE ROMERO SEGUIN
En
el ámbito social se debería hablar más que de un justo reparto, de una justa
redistribución, que es muy distinto. Repartir implica en este espacio dar de
aquello que nosotros tenemos a quienes no tienen, lo que sin dejar de
representar una magnífica disciplina para nuestros ambiciosos y avarientos
espíritus, puede conducirnos a cierto grado de injusticia, puesto que puede
darse el caso de que personas hormiga tengan que alimentar a personas
cigarra, lo que no está bien, en la esfera claro está de la previsión y de
la administración de los propios recursos. Porque en lo que se refiere a la
forma de entender la vida cada uno debe hacer de su capa un sayo, siempre
que sea suya la capa y también el sayo. Lo que no es justo es que unos
vivamos de otros en función de una justicia social que nada tiene que ver
con la justicia.
Por eso, entiendo que es bueno hablar en general de redistribuir, es decir,
que la riqueza circule oxigenando por igual al tejido social, en
proporciones que permitan a unos y a otros llevar una vida digna, que no una
indignidad de vida.
Porque si el estado del bienestar es comprar un piso hipotecándote para una
vida, el bienestar deja de serlo para ser una pesadilla, que no nos deja ni
estar. Y ahí entra en juego el sacrificio, esa especie de cilicio con el que
debemos torturarnos para hacer de este injusto estado de cosas un mal
nombrado estado del bienestar.
Si vamos tirando con el dinerillo que nos dan los abuelos y padres, que con
tanto sacrificio y privaciones han ido juntando, no estamos sino defraudando
la verdadera justicia social en favor de los de siempre. Puesto que lo
lógico es que, llegados a una edad, cada uno pueda hacer frente a sus
necesidades vitales con sus propios medios de subsistencia, obtenidos de su
trabajo y esfuerzo. Provisiones que han de venir de quienes explotan los
recursos naturales y manejan el mundo laboral, es decir, de la justa
redistribución de la riqueza, sólo así se puede construir un mundo más
justo, en el que todos vivamos de verdad mejor.
Pero quién desea poner en práctica tal disciplina: nadie. Porque no vivimos
los unos para los otros como se debiera, sino los unos contra los otros.
Porque nos sentimos grandes y poderosos, cuando no somos sino ruines y
miserables. Porque nos imaginamos inteligentes, cuando no somos sino meros
especuladores capaces de robarle la caridad a un mendigo.
Esa nefasta disposición que nace con nosotros, lejos de limarse a favor de
la solidaridad y la justicia con mayúsculas, se potencia, se afila y refina
en la larga etapa educativa, para que el cruzarle el corazón a los demás, no
nos labre sino una honorable reputación. Así aprendemos a robar sin armas,
pena o sentido de culpa. De ese modo nos hacemos especialistas en cultivar
injusticias que son premiadas y elogiadas en magnas aulas de universidades y
en suntuosos actos sociales.
Hoy vivimos en un mundo donde todo tiene, eso sí, un nombre que suena a las
mil maravillas, tanto que no hay quien se atreva a gritar llamándole a las
cosas por su verdadero nombre. Y no lo hacemos porque nos da miedo, porque
tememos que si lo hacemos se rompa el encanto y nosotros mismos descubramos
que también vamos por el mundo no desnudos sino vestidos con todas las
injusticias que podemos, y con la esperanza de copar unas cuantas más. Pero
no ver, no significa que las cosas no existan, que no estén ahí, mirándonos
y viéndonos con todo el descaro del mundo, mientras nosotros con nuestras
esperanzas de mejorar en este paraíso de las oportunidades dolosas nos
saludamos cada mañana, con unos buenos días, que ya ha fijado presa en el
corazón de alguien que como nosotros habita también en la esperanza de un
mundo no mejor, sino mejorado para él.
¿Qué hace la juventud frente a los trabajos basura, frente a la especulación
con la vivienda, frente a la corrupción? Nada, absolutamente nada. Y no lo
hace porque no hay en su seno una clase dirigente verdaderamente
independiente, capaz de liderar al margen de los poderes establecidos un
verdadero cambio. Esos jóvenes que se comprometen lo hacen pensando ya en
comercializar sus capacidades de liderazgo en el seno de los viejos partidos
y sus rancias ideologías, de los sindicatos, de las empresas, en fin, que
combaten ya en su guerra particular, sin importarle en exceso la general. § |