También
tenemos el modelo turista-aventurero. Es el que se pasa todo el año
aburrido, y en quince días pretende gastar toda la adrenalina acumulada en
once meses y pico de tedio total. |
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AGOSTO 2007
EL VERANITO
POR CAROLINA FERNANDEZ
Agosto
es una pura repetición. El mes menos original del año. Quince días o un
mes de vacaciones que hay que apurar a toda costa. España se va a la
playa, porque es lo que hay: playa para la inmensa mayoría (de los
privilegiados que pueden tomarse vacaciones, claro). De modo que la masa
se desplaza hacia la costa. Como siempre, como todos los años. Y ahí,
adivino, veremos las mismas pieles escaldadas de todos los años, de
aquellos que se empeñan en tomar todo el sol del verano el primer día. Y
habrá que atender la insolación del niño por no ponerle la gorra, a
pesar de que son las tres de la tarde y se ve claramente que el pobre se
está literalmente friendo vivo. Saldrán en las noticias los sofocos de
las señoras orondas que circulan por el paseo marítimo, arriba y abajo,
con el escote sudoroso, abanico en la diestra, botellín de agua en la
siniestra, y mucho humor, para aguantar la caló. Veremos las mismas
salmonelosis de todos los años, causadas como siempre por la ensaladilla
del chiringuito playero. Mira que está dicho. Y el golpe de calor del
vecino que salió a hacerse unos kilómetros a mediodía, en plena solana,
sin una nube en todo el hemisferio. Y el turista alemán, que se ahogó en
la playa por bañarse en marejada, y con la bandera roja ondeando en
primera línea. Mira que es internacional el rojo, y siempre viene el
turista alemán a dar la campanada. Y la operación salida, con sus
retenciones, sus multas, sus accidentes, sus muertos, y la quiniela
correspondiente -¿más que el año pasado? ¿menos? ¿es definitivamente un
pitorreo lo de los puntos?-, y luego la operación retorno, otro tanto de
lo mismo. Como todos los años. Como siempre. Atasco para ir a la playa.
Dos horas buscando aparcamiento al sol. Carreras para poner la sombrilla
y guardar el sitio. El vecino, que me pisa la toalla, que fuma, que pone
música, que me echa arena, que apesta a sudor. Atasco para salir de la
playa. En el sur, y cada vez más al norte, cortes de agua. Porque
evidentemente no hay previsión capaz de abastecer semejante explosión
demográfica en las costas. Así que grifo cerrado, y a comprar agua al
súper, a precio de oro. Aún así, veremos aparecer en la tele al mismo
energúmeno de todos los años, camisa desabrochada hasta el ombligo,
explicando con aspavientos que él -que vive en pleno desierto
almeriense- lava el coche con la manguera todos los domingos porque le
sale de los cojones. En el sur se apelotonan cientos de coches
abarrotados de emigrantes que cruzan Europa y atraviesan España,
aprovechando el calor estival, o más bien a pesar del calor estival,
para pasar a Africa y ver a la familia. Aglomeración. La Cruz Roja, una
vez más, no dará abasto atendiendo lipotimias. El Puerto de los
Cristianos batirá su récord de cayucos, que aprovechan el buen tiempo
para apurar la travesía. Turistas mezclados con inmigrantes agotados,
deshidratados, muertos. Piscinas abarrotadas, con niños como bárbaros
lanzándose en bomba unos encima de otros. Música estridente. Gente, que
sólo sabe comunicarse a gritos. Chiringuito. Fiestas. Pastilleo.
Discoteca. Esto es España al sol. El desfase, y olé.
Claro que no todos-todos van a la playa nacional. También hay quien se
coge un avión para visitar cualquier sitio, es decir, para convertirse
temporalmente en lo que se llama “un turista” internacional (los hay en
todas partes. Uno levanta una piedra en el desierto de Kalahari o
remueve un arbusto de la estepa siberiana y ahí aparece un turista). Así
que en seguida estaremos viendo en los telediarios los aeropuertos
colapsados. Decenas de personas hacinadas en las esquinas, durmiendo
hasta en los maceteros, esperando un vuelo que no sale. Protestas,
discusiones, broncas con la desagradable señorita del mostrador, que
nunca sabe nada, porque no está ahí para saber, sino para despachar a
turistas vociferantes. Estafas, claro, siempre hay alguna estafa.
Reclamaciones. Amenaza terrorista. Vacaciones en Nueva York y maletas en
Yakarta. El equipaje a tomar por saco. Y qué decir de ese perrito que
todos los años se pierde en un aeropuerto y cuya recuperación se
convierte en una cruzada internacional. Lo mismo todos los años.
También tenemos el modelo turista-aventurero. Es el que se pasa todo el
año aburrido, y en quince días pretende gastar toda la adrenalina
acumulada en once meses y pico de tedio total. Es el típico original que
se va a un país exótico a que le pique una serpiente venenosa o a coger
la malaria o el dengue. O viaja a un lugar de los llamados
eufemísticamente “inestables”, por no decir en pleno conflicto bélico, y
lo levanta por los aires una mina antipersona. Cómo mola. O lo secuestra
la guerrilla. O estaba tomando un café en una terraza justo en el
momento en el que un suicida cargado de explosivos decide ofrecerse a la
causa. Qué importante es tener una buena historia que contar a la
vuelta… si se vuelve. También está el turista quejica, el que sale en la
tele soltando pestes del atasco, aunque la DGT lleve días lanzando
advertencias. O el inconsciente, que se va al Caribe en plena temporada
de huracanes y entre mojito y mojito no se entera hasta que el agua le
llega a la línea de flotación. O el indignado, que amenaza con ponerle
una demanda al capitán del crucero por no detener esa molesta galerna
con olas de nueve metros. O el timado, que se compra un paquete de
vacaciones por Internet –regalado, un chollazo- y acaba durmiendo en un
parque…
Luego, la mayoría del personal vuelve a casa de mal humor, agotados y
listos para empezar septiembre afrontando la previsible depresión post
vacacional. Que digan lo que quieran, pero no hay como irse al pueblo.
Uno vuelve nuevo. |