Por mucho que se hable de crisis,
lo que está en peligro no es la cultura. Lo que corre riesgo de
desaparecer es la industria que mueve todo eso. Y la industria, claro
está, se defiende con uñas y dientes. |
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SEPTIEMBRE 2006
SOY UNA DELINCUENTE
POR ELENA F. VISPO
E stoy convencida
de que lavar la ropa es, más que un derecho, un deber de todo buen
ciudadano. Desde luego, su vecino se lo agradecerá. Pero supongamos que
un buen día la Asociación de Fabricantes de Lavadoras decide imponer una
tasa obligatoria en el detergente. La lógica es clara: nadie les asegura
que con ese jabón no se lave a mano, y eso va en contra de sus
intereses. Así que, para curarse en salud, van a cobrar un porcentaje de
todo tambor o pastilla de jabón que se venda en España. La Asociación de
Fabricantes de Lavadoras está en su derecho de intentar hacer lo que
quiera, otra cosa es que la ley, o los consumidores, lo permitamos, y
supongo que una iniciativa como ésa no tendría ninguna posibilidad de
salir adelante.
Entonces pongamos por caso que yo tengo un montón de fotos, sacadas con
cámara digital, de la boda de mi prima Mari. Así que decido grabarlas en
un CD y pasarle copias a toda la familia. Por lo tanto, y en la misma
lógica que las lavadoras, pagaré entre 13 céntimos y 1,40 euros por cada
CD a la Sociedad General de Autores.
Hace ya tiempo que la SGAE ha decidido que todos somos delincuentes en
potencia, y como tales nos trata. Por eso cuando alquilas una peli en el
videoclub tienes que tragarte el anuncio antipiratería y el rollo legal
de que no puedes hacer copias, bla bla bla, y de que alquiles o compres
en sitios legales. Pero vamos a ver, si la peli fuera del Top Manta, no
incluiría esa información. Y si ya he pagado ¿para qué me cuentan todo
eso?
Esos anuncios son un tostón y una ofensa al consumidor, pero, tal y como
está el patio, es un problema casi anecdótico. Como decía, los CD y DVD
están ya grabados, pero vamos más allá: ahora vamos a por las
grabadoras, radios, emepetreses, deuvedeses y demás eses que sirvan para
reproducir cualquier cosa que pueda tener derechos de autor. Y, como
sigamos así, mucho cuidado con cantar en la ducha, o tararear
desafinadamente mientras haces la cama: dentro de poco se te mete un
inspector en casa y te calza una multa, como en la boda aquella de
Alicante donde la SGAE coló una inspectora. La tía grabó un vídeo con
cámara oculta, demostrando que se tocaba música y que no pagaban el
canon correspondiente. Lo más sangrante de todo, me temo, es que no se
le ocurre otra cosa que grabar al del organillo tocando Paquito el
Chocolatero. Digo yo que a mí si me empapelan, que sea por algo con más
clase, no sé, tipo David Bisbal.
Lo que más histéricos pone a nuestros amigos de Autores son el Top Manta
e Internet. Yo en la manta no compro, pero sí he de confesar que (no me
atrevo a decirlo por si se me cae el pelo) a veces bajo cosas de
Internet. Hala, ya está. Si no termino este artículo es porque me han
detenido antes de que me dé tiempo. Y no quisiera entrar a justificarme,
aunque podría: hasta donde yo sé la copia privada sin ánimo de lucro aún
no es ilegal en este país. Y el P2P no es más que prestarle un disco o
lo que sea a alguien, y viceversa. Y además no hay más vueltas que
darle, lo de Internet es imparable y, o censuran la red directamente, o
el intercambio va a seguir de una forma u otra. No se pueden poner
puertas al mar.
En cualquier caso, y por mucho que se hable de crisis, lo que está en
peligro no es la cultura. Aunque se hunda el mundo se van a seguir
cantando canciones, se hará teatro aunque sea en la calle, se harán
películas con dos duros si es lo que hay, y se escribirán poemas en las
servilletas de los bares. Lo que corre riesgo de desaparecer es la
industria que mueve todo eso. Y la industria, claro está, se defiende
con uñas y dientes. Les sale más a cuenta defender su feudo que asumir
que los tiempos cambian, las redes de distribución también, y que
deberían buscar una forma de adaptarse para no caer con todo el equipo.
La cultura, insisto, no se va a morir. Pero sí está en juego el libre
acceso. Por ejemplo, los de la SGAE pretenden incluso que paguemos por
retirar un libro de la biblioteca pública. Con lo cual no harán falta
campañas de concienciación a la lectura, sino los euros necesarios para
poder tener un libro en las manos. Con esto estamos perdiendo un derecho
fundamental, y vamos al capitalismo feroz: la cultura para el que pueda
pagarla. Sin embargo, la Constitución Española, artículo 133-1, dice: La
potestad originaria para establecer tributos corresponde al Estado. Por
eso no hay quien nos explique cómo, contra toda lógica, y con el
beneplácito de casi todos nuestros políticos, estamos dejando algo tan
valioso en manos de una empresa privada. Y una empresa privada ya se
sabe para donde barre: para casa.
Entonces, si ya empezamos recortando derechos fundamentales a lo grande
¿cuál será el siguiente paso? Yo, de momento, sigo con mi costumbre de
cantar en la ducha. Mientras me dejen. ∆ |